¡No te vayas! (tercera parte)

IV

 

A la mañana siguiente, se levantó temprano, se bañó, abrió las cortinas de la sala, puso música y fue a preparar el desayuno. Hizo jugo, café, huevos y cortó un poco de fruta para los dos. Luego regresó a la recámara.

—Te traje el desayuno que te gusta. —Él no respondió—. Ah, ya sé —continuó ella—, es que todavía estás cansado del viaje, ¿verdad? No te preocupes, te voy a ayudar —levantó un poco el cuerpo, arregló las almohadas y lo sentó—. ¿Ya ves? Así estarás mejor.

Enseguida se acomodó a su lado, tomó un poco de la comida con una cuchara e intentó metérsela en la boca. Pero resbaló por la barbilla.

—¿Es que no vas a poner de tu parte? —le reclamó—. Si quieres vivir, necesitas comer…

A pesar de que el marido se mantenía en silencio, Siu supuso que le contestaba:

—La comida ya no me sienta bien. No me prepares más, pero sí come conmigo, me gusta que estés junto a mí.

Y eso fue lo que hizo. Los días siguientes hacía su comida y a su esposo no le preparaba nada. También estableció una rutina: lo bañaba, le cambiaba la ropa y lo sentaba en distintos lugares: en la cocina, en el comedor, en la sala, en su sillón favorito con el periódico en las manos, le ponía sus lentes y platicaba con él de las noticias. Incluso llegó a hablarle de su próximo viaje, el que habían planeado antes de que él muriera, al pueblo de los padres de ella, Guangxi, donde todavía tenía familia.

Durante el tiempo en que estuvo atendiéndolo y retomando su vida en conjunto, no escuchó que el teléfono sonaba. Amigos, compañeros de trabajo, sus padres, todos querían saber de ella, si el transcurso de los días había aminorado el dolor por la muerte de su esposo. Y aunque no lo escuchaba, algo intuía, pues Nut, como le puso al gato, a veces daba maullidos más intensos y saltaba por los sillones en señal de que algo no iba bien. Sin embargo, como nunca atendía el teléfono, su madre se presentó a la semana. Al verla, Siu la abrazó feliz.

—¡Mamá!, estoy tan contenta, tengo algo que contarte.

—Te he estado llamando, Siu, ¿por qué no respondes el teléfono? Ya me tenías preocupada —dijo Flor, soltándose del abrazo y pasando a la casa—. Ay, oye, ¿y qué es ese olor tan feo, huele, huele a muerto…

—¡Ay, mamá! Es que no lo sabes. Estoy feliz porque él ha vuelto.

—¿Él? ¿Quién?

—Pues quién va a ser, Shen, mi marido. Ahora está en la cocina acompañándome mientras cocino.

—¡Shen! ¿Te has vuelto loca? —gritó la madre y corrió para ver por sí misma lo que le anunciaba la hija. Al ver al muerto sentado en la mesa, gritó de nuevo—: Pero ¿¡qué has hecho!? ¿Es que te has vuelto loca? Los dioses van a castigarte, esto está muy mal, Siu, los muertos no deben vivir con los humanos, sino descansar entre ellos.

—No, mamá, te equivocas. Shen está contento de estar conmigo. No podía dejarlo solo en ese lugar tan frío.

Flor se tomó un momento para pensar qué debía decirle a su hija y para recobrar la compostura. Salió de la cocina tapándose la nariz; el olor que despedía el cuerpo de su yerno le pareció insoportable. Se sentó en la sala. Siu la siguió.

—Entiendo que estás pasando por un gran dolor —comentó al fin—, que estás sufriendo mucho, pero lo que haces es incorrecto. Nadie que yo conozca haría algo semejante y no tiene por qué hacerlo mi hija. ¿Sacar un muerto del panteón y llevarlo a su casa? ¡Ay, ay, mi hija se ha vuelto loca! Y… estás deshonrando el nombre de la familia, ¿lo entiendes? ¿Entiendes, Siu?

—No, mamá. Lo único que entiendo es que amo a ese hombre al que traje a su casa, de la que no debió salir nunca. He oído sus palabras, sus ruegos cada noche para que lo sacara y lo trajera aquí. Además, con él ya no me siento sola ni ese vacío que me hacía pensar que yo estaba muerta con él, enterrada con él. Ahora puedo sentir que vive conmigo. Mientras estoy a su lado, percibo que trata de respirar, de vivir… Por eso estoy leyendo algunos de los libros secretos…, los de magia, mamá, de las escuelas antiguas, para traerlo a la vida, porque él va a vivir otra vez, ¿entiendes tú eso? Voy a rescatar su alma de la región de los muertos, de la oscuridad donde se halla perdido.

Flor miró a su hija con rabia, aunque al mismo tiempo un pequeño destello de comprensión se instaló en su corazón. De verdad deseaba entender el gran dolor que sentía Siu para estar haciendo algo tan repulsivo. No obstante, aún era imposible para ella.

—¿No te enseñé nada, Siu? —le preguntó con amargura—. La vida es dolor, el hombre viene al mundo a sufrir y ese sentimiento termina en la muerte. ¿Acaso la vida cómoda que has llevado te ha hecho olvidar eso? ¿Se te olvida que todo lo que hacemos está destinado a la muerte, al vacío? Debes respetar la naturaleza, no puedes ir contra ella. No hagas más tonterías, te lo pido como tu madre. Devuelve el cuerpo, pídele perdón a los dioses, acepta tu realidad y continúa tu vida.

Siu la miró como si acabara de ofenderla, se levantó sin agregar palabra y fue a la cocina, seguida por Nut, donde la esperaba, inerte, su esposo. Desde su asiento, Flor escuchó que Siu platicaba con él como si estuviera vivo. Entonces llamó a su marido.

—Mario… mira, Siu no se encuentra bien, me voy a quedar con ella unos días hasta que se recupere. Tráeme, por favor, algo de mi ropa y mis cosas personales, no puedo dejarla sola.

No le quiso decir a su esposo que su hija se había vuelto loca y que había traído el cadáver de su yerno. Sabía que el padre de Siu se avergonzaría. Era mejor ocultar lo que estaba pasando, callar por el bien de ella y de la familia. Así, prefirió acompañar a su hija en su duelo hasta convencerla de regresar el cuerpo al cementerio.

 

Por Asmara Gay

Written by La Mascarada

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