Sobre Agenbite of Inwit de Alejandro Espinosa Fuentes

Si la literatura es aprender a olvidar lo que fuimos –como nos dice Alejandro Espinosa en su novela– y necesitáramos borrar nuestras pistas en una noche en que sabemos que en las calles desiertas se apuñala, y no dejar en esa noche inacabable nada más que nuestra escritura, que es un momento, un pequeño lapso de existencia, un abrir y cerrar de ojos: augenblik de nuestros iris saltones; llamémosle grito aunque después sea un gesto casi cicatriz sobre el soporte papel o arena, pues quien escribe a mano lo sabe, que esa fuerza que aprieta la lapicera podría ser la fuerza del que aprieta el gatillo de una pistola y entonces la metáfora sería un narcótico, un disparar en la jungla en plena oscuridad sin más recompensa que el eco del disparo en nuestros oídos, y que es espejismo el vivir absurdo en un sótano de ciudad que nos hará viejos antes de hora.

La realidad en manos de los signos; el estilo acaso delgado, desnudo, empieza a sentir el acuciante peso de los ropajes sujetos por gruesas varillas: la trama se construye con latigazos de pensamiento fuerte, aforístico, alumbrado en los rescoldos de algo en lo que creo estará de acuerdo Alejandro conmigo: la novela después de la novela, aunque más tarde me desdiga y piense que es como decir “el arte después del arte”, que es como decir todo y no decir nada, pues todo ha sido siempre después de algo agonizante y bajo nuestros pies siempre cortan las astillas.

Cenizas dispersas que se retroalimentan en mezcla incesante, pues solo somos en nuestro limbo y parece que el futuro no exista, que nuestro tiempo es el enorme caudal de la experiencia que hace que éste ya no transcurra, que se haya detenido para siempre.

Nos dice Espinosa: “Hastiado del sinsabor que me suele procurar la dicha”.

El estilo, la marca del escritor, el fluir de la conciencia, el balbuceo en el insomnio nocturno como el mismo título de la novela Agenbite of Inwit, de un idioma demasiado antiguo para ser plenamente entendible: puro estilo al compás de los latidos del corazón, enigmático y contradictorio, que de una manera un tanto platónica va componiendo una visión panorámica de los acontecimientos, de las horas y del paso de éstas como lo hiciera Pessoa en su Passagem das horas, de los personajes, ¡ah!, si existieran más allá de ellos mismos: al final determinaremos que sólo existe uno o ninguno, o que los personajes sean las nubes en una tarde de invierno azul oscuro en Madrid, que leen la realidad en mexicano.

Estilo donde la evocación aparece escondida entre frases de tránsito. Y el sentimiento del lector de estar junto a quien escribe, sea quien sea, en esa tarde que se apaga, que es el mismo Agenbite of Inwit.

El mismo remordimiento, la misma mordedura.

Nuestro mismo idioma, pero no, diferentes frutas, diferentes maneras de tomar el huevo. Diferentes maneras de entender al tabasqueño Becerra que deja su incisión sobre el cuero del instante, el poeta crucificado por la angustia del momento mismo, paralizado ante el choque definitivo de la realidad: un muro definitivamente: la vida apresada en un muro donde el poeta tabasqueño estrella su Volkswagen 1500 y es el propio instante que hace que nos sintamos más lejos cuanto más cerca, pues su búsqueda de Kafka es dar forma al homicidio.

¿Salió alguna vez de su zona natal?

Pese a ser Europa hoy solo caricatura, forma desvirtuada y grotesca de aquello que fue un día: llave de algo que empieza y acaba en Baudelaire.

Esculpe Espinosa temas sucesivos con la facilidad de los grandes escritores que saben observar la realidad a través del vértigo de la mejor poesía, eso que hace que cada frase se precipite imantada hacia su orificio, arrastrada por su peso; que cuanto más se lee más críptica se torna.

Cuanto más se vuelve al texto de Alejandro más nos da por la generosidad preciosa y rarísima hoy en día de su escritura.

Y retomaremos otra definición que el autor mexicano da de la vieja dama que dimos en llamar literatura, esa que algún escritor amigo llama puta; nos dice que escribe para dejar de escribir, como el alcohólico que dice que bebe para dejar de beber, o el amante destruido que ama para dejar de amar, o el que busca el ser para dejar de ser como nuestro Juan de la Cruz.

Texto con noche es Agenbite, desde el antro suburbano inscribe/escribe en el desierto urbano, en su letanía que el indumento técnico disfraza y disuelve; es el encuentro oximorónico que nos dice del poder de la literatura, otra vez esta palabra, esa herida que el estilo llamado Agenbite of Inwit, es decir, el remordimiento de conciencia, el hijoeputa remordimiento, que nos impide concentrarnos en el instante puro de la vida, que hace que tengamos ojos en la nuca de tanto mirar atrás como nos dijo Cortázar en Rayuela. Y también en el plano de la realidad, este Agenbite lo es de lo tangible, de lo que es verdad o pudo serlo: es el manuscrito póstumo que deja el poeta tabasqueño José Carlos Becerra y que rescata la policía italiana en Brindisi después de su muerte a principios de los años setenta del siglo XX.

Agenbite of Inwit, repito de nuevo este bello sintagma del inglés antiguo que podría designar la parte más oscura del amor cortés, en una subjetividad laberíntica que estudiaría el psicoanálisis para darnos paz interior, y que recorre el texto como un canto sereno, pero violento y oscuro a veces, y otras con la ironía del que se sabe lejos y se siente a salvo.

Podría incluso habernos dicho Ceci n’est pas un roman.

Y si las lecturas de los Joyce, Svevo, Pitol, López Velarde et al. han sido esenciales para este joven escritor que empieza su madurez, no quiero dejar de lado el valor y, a su vez, el poder de su brújula propia, una mirada al mundo que es singularísima y que me permite alzar la voz y decir que nos encontramos ante una novela importante que nos hace volver, retomarla, sumergirnos en ella. De amor se trata.

Recuerdo ahora y aquí transcribo la frase siguiente: “la culpa de existir la tienen las manos”. Me detengo. Subrayo. Anoto. La memorizo para siempre, así como la hilarante y cervantina: “yo asentía y liaba un cigarrillo con forma de berenjena”, que tanta hilaridad nos provocó cuando la leí en alto al recordar sin, tal vez, venir a cuento que Cidi Hamete era “el berenjena”.

Yo se lo pregunté, pero sabía que estaban esas voces, como están ciertos escritores en otros escritores posteriores abriéndoles ventanas, dándoles alas a su libertad, a su pujanza evocadora, para que devuelvan desde su singularidad la riqueza de lo que ellos nos han dado.

Emerge A. E. en su relato o poema-novela, llamémosle Agenbite, inventa en su lengua una nueva lengua, en cierto modo ajena, lejanísima a veces en su afán de arañar. La lengua de un escritor como esa lengua mágica que escapa del sistema dominante.

Esa piedra que dice haber encontrado en las sombras, seguramente en la zona cero, como quien busca gasolina de madrugada en Ciudad de México, pues el motor se ahoga y tiene que volver a casa. Esa piedra fundadora.

Creo en la literatura cuando leo libros como este.

Y así, cada vez más lejos de nosotros mismos, atrapados entre la vida que se precipita a veces infernal sin dejar por ello de atraernos, de poner en nosotros esa semilla de pasión, aunque sea solo un reflejo tapado por el estallido de la técnica; en esta época de excipientes, de muertes por atropello premeditado, de ciudades donde se habita en sótanos húmedos siempre en búsqueda de lo más íntimo de nuestro existir.

 

Por Wenceslao Ventura

 

Written by La Mascarada

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