En su reacción frente a la novela social y a los métodos ideológicos y estéticos del realismo, naturalismo y costumbrismo, el escritor español Juan Benet (1927-1993) opuso su modelo de ficción, la denominada “novela experimental”. Tal “experimento” narrativo, que incluye a sus cuentos, consistía en dar primacía al estilo sobre el argumento (véase por ejemplo su ensayo La inspiración y el estilo de 1966) usando una mezcla multigenérica de ellos que combinan lo prosaico, lo dramático, lo poético, lo (pseudo)científico, lo psicológico, lo filosófico, lo ensayístico y lo especulativo. Benet pensaba que lo que hace grande e incólume al paso del tiempo a un autor es la forma mucho más que el contenido. Los argumentos son eternas combinaciones y permutaciones de temas universales ya muy manidos y lo que los hace diferentes e identificables con un autor determinado es la manera de ser dispuestos, el desorden controlado, la musicalidad de la frase, el tono épico o heroico, el trágico o dramático y el digresivo o sapiencial, la variedad de vocabulario de diversas disciplinas, el decorum (representación de tipos de hablas diferentes por clase social, por ejemplo) o su falta, el arcaísmo y las figuras lógicas. La autorreferencialidad o lo puramente ficticio tanto como lo metanovelístico y los excursos sobre el tiempo, la memoria, la psicología, el conflicto entre razón y pasión y la sexualidad se imponen en su obra sobre lo meramente histórico o anecdótico. La de Benet es una navel novel, una “novela ombligo” que reflexiona sobre sí misma, sobre el propio acto de escritura, y sobre un mundo y unos seres que en realidad no existen, que tan solo son, literariamente hablando.
Aparte de su fértil imaginación, de su experiencia vital y de la riqueza de su vocabulario, Benet usó una amplia gama de modelos culturales, literarios, históricos y filosóficos, entre otros, para crear una obra que se centra mayoritariamente en el depurado espacio ficticio de Región (muy parcialmente localizable en la comarca leonesa del Bierzo) durante una muy deformada Guerra Civil española (1936-39). No obstante, sus espacios literarios no se hallan tan solo en la ficción por la ficción, en la tradición literaria o en la enmarañada geografía del noroeste de España. El camino que recorre el lector serpentea por los pliegues de las agónicas conciencias de sus personajes que se realimentan y se envenenan con el fatum regionato. A saber, esas conciencias proyectan su atemorizada visión de una zona opresora gobernada por unas fuerzas inmemoriales procedentes del mítico bosque de Mantua custodiadas por un más que centenario pastor y guarda llamado Numa. Por otra parte, ese espacio-tiempo inmóvil nos es transmitido deformado por esas torturadas conciencias, carentes de acción, atadas a un destino fatídico, que acaban aceptando débil y mediocremente la represión a la incertidumbre, como sucede con la Marré Gamallo y con el doctor Daniel Sebastián de Volverás a Región, novela publicada en 1967 tras una larga gestación de más de tres lustros.
Conviene incidir en que la novela de Juan Benet se debe más al arte o al pensamiento que a la experiencia. Es netamente intertextual, concepto investigado y popularizado por la crítica Julia Kristeva en El texto de la novela de 1970, o palimpsestuosa, término de Gérard Genette en su obra Palimpsestos: la literatura en segundo grado (1982). Es deseo ontológico de ser influido, de distorsionarlo y de abrir nuevos caminos intelectuales. Lo es también de la distorsión deliberada de los modelos leídos, parafraseando a Harold Bloom en La ansiedad de la influencia de 1973. De las muchas fuentes que le influyeron saca los denominadores comunes del motivo de la guerra, de la estrategia militar, del debate entre razón y pasión, de la decadencia, del fratricidio o del Grand Style (el “gran estilo” o “estilo noble”), siempre con el propósito de intentar explorar las “zonas de sombras” de la realidad y del arte. Su penetración en los procelosos mares de lo irreal e irracional no es negación de lo real ni racional, sino asunción de que sus límites van más allá de lo que percibimos. Aquel que busque verdades absolutas preferirá no entrar en el indeterminado e incierto mundo literario benetiano o si entra en él tiene ante todo tres opciones. La primera, no pasar holgazana y cobardemente de la cuarta página. La segunda, leerlo por completo pero frustrarse al no poder encontrar la salida del laberinto (i)lógico y conceptual regionato. La tercera, asumir que todo saber es relativo y que la literatura no es más que un reflejo alterado y convertido en esencia de la misma actividad humana. Esto implica dejarse llevar por su elevado discurso y por sus desarticuladas tramas y perderse para siempre en el dédalo relativista del pensamiento humano, en su acalorada, insatisfactoria e interminable búsqueda de respuestas y de discusión a preguntas que tal vez sean erróneas de base o que no conduzcan a ninguna parte.
De vuelta a los intertextos, entre los más importantes influjos que recibió el autor madrileño destaca el tan cacareado del premio Nobel estadounidense William Faulkner, autor de clásicos como El ruido y la furia de 1929 o Mientras agonizo de 1930. Le influyen de él los temas de la Guerra Civil americana, la construcción de un cronotopo o espacio-tiempo inspirado por su mítico Yoknapatawpha County para montar su entramado regionato, su estilo polifónico y fragmentario con tono de prosa poética, la presencia de personajes enloquecidos o trastocados mentalmente, la violencia física y sexual o, en general, la exploración del lado oscuro del ser humano y de su tortuosa mente mediante la depurada técnica literaria del stream of consciousness o de la corriente de conciencia (véase, por ejemplo, la benetiana Una meditación de 1970, constituida por tan solo un larguísimo párrafo de evocaciones de un tiempo de decadencia y de final destrucción). Esta influencia ha sido reconocida como la vertebral en su obra durante bastante tiempo, sobre todo debido a su profunda admiración por este autor que rayaba en la idolatría. Este, sin embargo, es un juicio injusto si se analizan con mayor detenimiento otras influencias que ahora se van a discutir.
De Euclides da Cunha, autor brasileño de Los sertones de 1902, novela en la que adaptó sus crónicas periodísticas sobre la mesiánica rebelión del semienloquecido Antonio Conselheiro en el noreste brasileño a favor de los pobres campesinos de la zona y que fue aplastada por el ejército, le atraen el tema bélico, el diseño de Canudos y de su topografía y botánica o el personaje del Conselheiro para modelar a su mediocre General Gamallo de las tropas de los nacionales, por poner unos someros ejemplos. O del antropólogo Sir James George Frazer, autor de La rama dorada de 1890, se inspira en uno de sus personajes más enigmáticos y logrados, el mítico Numa, que también puede encontrar sus raíces en Vidas paralelas del historiador griego Plutarco (entre los siglos I y II d.c.). De la Biblia recibe el tema del fratricidio cainita, que incide en las luchas entre nacionales y republicanos, y el de Saúl y Samuel, el del Rey evaluado por el profeta, una dialéctica que entronca con la nietzscheana entre apolíneos y dionisiacos. Muchos de los personajes benetianos son evaluados por otros, sobre todo en la magnífica Saúl ante Samuel de 1980 en la que la abuela sibila y el primo Simón evalúan la rivalidad entre los hermanos guerreros Beltrán de Rodas.
Otros intertextos de gran calado en su obra son los de los historiadores de la antigüedad clásica, entre los que destacan Jenofonte, Plutarco, Tácito o Amiano Marcelino u otros posteriores tales como Jorge Frantzés o Carl von Clausewitz. De ellos le interesan las figuras de los líderes militares, sus perfiles psicológicos y humanos en general, sus contradicciones internas, las luchas de poder y la estrategia militar. Como botón de muestra, de la Anabasis de Jenofonte (siglos V y IV a.c.) le influyen los motivos de la guerra, la decadencia, el retorno a casa tras un viaje frustrado por la derrota, la estrategia militar, el fratricidio -ya que trata sobre la expedición de Ciro el Joven para tomar el trono de Persia de su hermano Artajerjes II en la batalla de Cunaxa, en Babilonia, en el año 401 a.c.- y el hecho de que personajes históricos relatados por el historiador como Ciro, Clearco o el mismo Jenofonte (autor y protagonista a la vez de la historia) son modelos de los antilíderes típicos de Benet, militares más víctimas de su mediocridad, de sus obsesiones particulares, de sus traumáticas experiencias vitales y de sus vacilaciones y dudas que eficientes, abnegados y dedicados al progreso colectivo de todo su ejército.
De la mística sincrética o de las convergencias de raíz de varias tradiciones procede el deseo de varios personajes de escapar de la realidad, de volver al origen y de recomenzar la historia para oponerse a la ruindad y a la miseria presentes en tiempo de guerra, tal y como evidencia en su ensayo titulado El ángel del señor abandona a Tobías del año 1976. Del filósofo alemán Friedrich Nietzsche y de gran parte de su obra, entre la que destacaría El nacimiento de la tragedia (1872) y Así habló Zaratustra (1886), vienen sin duda su deseo de conseguir hacer una expansión epistemológica o del conocimiento a través de la literatura y la asunción de que lo irracional es parte integrante de ese nuevo espacio de saber que va más allá de la razón perceptible, como se ve en el proceso de diálogo y de síntesis que se deriva de la interacción entre dos textos, el principal y el marginal, para producir un tercero abierto a la imaginación del lector en Un viaje de invierno de 1972. También hereda de él el nihilismo, lo trágico, el eterno retorno subvertido hacia uno de tipo definitivo, fracasado y pesimista que desemboca en la muerte, la dialéctica entre personajes apolíneos -espirituales- y dionisiacos -sensuales- anulados y frustrados por la malsana temporalidad de la comarca regionata, la parodia del superhombre que se evidencia en líderes castrados emocional y humanamente, los sujetos descentrados que claman agónicamente sus irresoluciones vitales, que se refugian en el pasado y en su falta de futuro, la voluntad de poder que tienen muchos de sus líderes militares como el General Gamallo de Volverás a Región o Eugenio Mazón en la trilogía Herrumbrosas lanzas (1983, 85 y 86) y la de estilo (recordemos que Nietzsche fue también filólogo, poeta y músico).
Finalmente, del también premio Nobel alemán Thomas Mann y de su colosal novela La montaña mágica, de 1924, recibe y transforma la noción de tiempo subjetivo, cuyas raíces entroncan con Henri Bergson y con su idea de la durée o duración, el tiempo de la conciencia opuesto al convencional de tipo cronológico. Además, comparten la creencia acerca de las limitaciones de la memoria, el debate entre la razón social pactada y la pasión individual insatisfecha, las relaciones entre cuerpo y alma, la presencia y el examen –desde una óptica literaria más que científica, alejada del método naturalista– de personajes débiles y enfermos, la influencia de Nietzsche, la creación y articulación de cronotopos en declive, la presencia del personaje general del homo viator, el relativismo de lo real, la asunción de que el mundo y el ser son un misterio, el interés por las relaciones entre vida, arte y metaliteratura, por la historia y por la guerra, la mezcla de estilos, algunas técnicas y leitmotivs como puede ser el concepto de “penumbra” del conocimiento esotérico y el muy menor tema de España. Benet también leyó su tetralogía José y sus hermanos, de 1933 a 1943, que comenta en Del pozo y del Numa (Un ensayo y una leyenda) de 1978 y que sin duda tiene mucha relación con el tema del enfrentamiento fratricida que se produjo durante la Guerra Civil española.
Por Jorge Machín Lucas
El doctor Jorge Machín Lucas es catedrático de la University of Winnipeg. Se licenció en filología hispánica en la Universitat de Barcelona, en donde cursó también estudios graduados y escribió un trabajo sobre la obra novelística de Juan Benet. Se doctoró en la Ohio State University en literatura española sobre la obra poética de José Ángel Valente. Trabaja temas de postmodernidad, de intertextualidad, de irracionalismo y de comparativismo en la novela, poesía y ensayo contemporáneos de España. Fue profesor también cuatro años en la University of South Dakota. Es autor de un libro sobre José Ángel Valente y de otro sobre Juan Benet, aparte de numerosos artículos sobre estos dos autores y sobre Antonio Gamoneda, además de un par sobre Juan Goytisolo y Miguel de Unamuno, entre otros.