Bodi (Luke Wilson-Óscar Olivares) es un mastín tibetano que ayuda a Kampa (J. K. Simmons), su padre, a proteger a las ovejas que viven en el Tibet. Un día una avioneta deja caer varios objetos, entre ellos una radio, medio por el cual Bodi descubre el rock y decide cantar en una banda, así abandona la montaña para ir a la ciudad en busca de sus sueños.
Esta coproducción China-Estados Unidos la dirige y escribe Ash Brannon (codirector en Toy Story 2), quien se arriesga con su primer proyecto independiente, lejos del cobijo de las grandes casas de animación estadounidenses. 70 millones de dólares no suenan a poca cosa, pero cuando estamos hablando de cine de animación el asunto cambia un poquito, si tomamos en cuenta que Toy Story 2 costó 90 millones y que Huayi Brothers no pesa lo mismo que Pixar, al menos de este lado del charco. Entonces ya nos encontramos con un problema de presupuesto.
El presupuesto no evitó conseguir a una larga lista de guionistas para apoyar a Brannon con el guion, lo malo es que la historia no levanta a lo largo de la cinta, tiene un par de buenos momentos que seguro los adultos van a disfrutar, pero para los más pequeños pasarán desapercibidos, la diversión es intermitente y con ausencia de carcajadas escandalosas. El factor económico tampoco le impidió tener un atractivo elenco de voz en donde figuran de todo menos apellidos chinos, ya que el idioma original fue el inglés: Luke Wilson, J.K. Simmons, Eddie Izzard, Lewis Black, Sam Elliott y Matt Dillon entre otros. No escatimaron mucho con la banda sonora, lo cual es importante si tienes una película que precisamente tiene que ver con música, así que los productores se decidieron por Rolfe Kent, nominado al Globo de Oro por Mejor Música Original en Sideways, y aunque por ahí encontrará una canción que podría volverse memorable (“Glorious” de Adam Friedman), la banda sonora cae en el mismo problema del guion, es decir, los adultos la van a disfrutar, lo niños no tanto.
En lo que sí escatimaron, y no sólo en cuanto a dinero, fue en algunos detalles de la animación. Tal vez lo que más salta a la vista es que el perro no tiene aspecto de perro, al menos no parece para nada un mastín tibetano. Si usted está familiarizado con las características de este enorme y fuerte canino sabrá que es una bola de pelos gigantesca. Crear por computadora un animal así de peludo no sólo es complicado sino también muy caro. Aunque finalmente el hecho de la rasurada de los perros no demerita el resto de la animación, cuenta con gráficos simples y llenos de colorido. Las imágenes de Rock Dog se tornan muy agradables a la vista, por ejemplo me gustó mucho el gato Angus, a quien dio vida el comediante inglés Eddie Izzard con un aire muy a lo Mick Jagger.
En pocas palabras es una película visualmente agradable y sin muchas pretensiones, la cual se apega a la tendencia actual de animales humanizados estilo Zootopia o Sing, pero… Y aquí viene un gran pero: si es una película hecha en China, basada en una historia china (Tibetan Rock Dog, novela gráfica de Zheng Jun), con el toque de la cultura china y dinero chino, ¿por qué carambas se alejaron tanto de las bellas características de la animación china?
Hicieron una película “llevadera” de animación occidental con raíces chinas. Entiendo que la animación oriental no genera la misma reacción ($$$) en oriente que en occidente, y que joyas de la animación de esas latitudes rara vez ven la luz de este lado del sol. La gente sigue cautiva por la animación estadounidense, y el público de su contraparte oriental es mucho menos nutrido. Pero hacer una película sin las características propias del país de origen es como negarle la nacionalidad a la cinta.
Más que considerarla un acercamiento al público occidental, para mí resultó en un distanciamiento del cine de animación chino, creo que Kung Fu Panda 3 le hace más caravana a la animación de ese país.
Por Patricia Bañuelos