Entrevista con Leonardo Padura sobre La novela de mi vida

Leonardo Padura, el escritor cubano vivo más vendido y leído hoy en el mundo, identificado con los elementos perennes de la cubanía inaugurada por el poeta José María Heredia, escribió a principios de este siglo La novela de mi vida, su novela menos exitosa comercialmente, pero en la que hizo “un ejercicio de estilo absolutamente brutal, sopesando cada palabra”. Escarbó en los vericuetos de la historia del Primer Poeta Nacional de Cuba, que fue también iniciador del romanticismo poético latinoamericano, y una especie de inaugurador de la patria.

Heredia, nacido en Santiago de Cuba en 1803, pasó sin embargo la mayor parte de su vida en México, donde murió en la ciudad de Toluca a los 35 años —tras 16 de estancia—, enfermo de tuberculosis “y de nostalgia”. Fue funcionario, abogado y político de los gobiernos de Guadalupe Victoria y Antonio López de Santa Anna. Colaboró en los más importantes periódicos y publicaciones de la época, y editó la revista Miscelánea. Tradujo a los poetas Byron y Goethe, entre otros, y fue catedrático de literatura e historia, así como director del Instituto Literario de Toluca, donde creó las cátedras de matemáticas, gramática castellana, derecho natural y de gentes, inglés, francés y dibujo. Aun así, el legado poético, literario e histórico de Heredia se ha difundido relativamente poco.

La novela, que intenta rescatar “la que pudo haber sido” la vida de José María Heredia, es una revelación histórica sobre algunas páginas poco conocidas del poeta. Padura, nacido a su vez en La Habana en 1955, busca entender lo que está detrás del hombre:

 

Fue el primero que entendió y expresó la cubanía como un sentimiento patriótico; el primero que habla y escribe sobre «mi patria», refiriéndose a Cuba; el primer revolucionario reconocido de la historia de la isla; su primer gran exiliado; el primer hombre que expresa la nostalgia por Cuba. Está al principio de todo.

 

La novela de mi vida transcurre en tres tiempos, uno de los cuales es narrado en primera persona por el propio poeta del siglo XIX: La probable autobiografía (manuscrito) del poeta; la historia que intenta dilucidar a dónde fue a parar el manuscrito tras la muerte de Heredia, y, por último, el reencuentro de un grupo de estudiantes de literatura de la Universidad de La Habana que, varias décadas después —cuando sus vidas han seguido derroteros divergentes—, todavía están obsesionados por el documento nunca visto.

Su epílogo, en tanto, abunda en aquellas condiciones que le dieron a Heredia la titularidad de la cubanía. Alcanzó niveles de grandeza con poemas excepcionales como “Oda al Niágara” (escrita a los 19 años) e “Himno del desterrado”.

Es precisamente en el epílogo, titulado José María Heredia o la elección de la patria, donde Padura confiesa haberse obsesionado por escribir esta novela, por encontrar el verdadero significado de la cubanía de Heredia y, más allá, en indagar por qué este hombre “que solo vivió 35 años, haya decidido, con tan conocida vehemencia, ser el primer poeta de un país que por entonces ni siquiera existía, y en el cual apenas vivió algo más de seis años, la mitad de ellos en su primera infancia”.

Premio Princesa de Asturias de las Letras 2015, Padura asienta que “Heredia perfila todas las necesidades e intuiciones para convertirse, ya de forma definitiva, en algo que hoy podemos considerar como un cubano”, pero sazonado con los agravantes de ser, además, el primero que refleja en las letras la condición de isleño y de poeta (primer poeta). Fue el primer gran desterrado, condenado a muerte en la isla y definitivamente también condenado a la pena del exilio definitivo.

A decir del narrador, Heredia nunca encontraría la cura para la nostalgia, sentimiento que también inaugura y que pervive hasta el día de hoy entre los isleños.

La mayor parte de la vida de Heredia es reconstruida a través de su abundante obra epistolar, mediante la cual mantuvo contacto con su familia, amigos e intelectuales de Cuba, y también con otros exiliados, como el padre Félix Varela. En esas cartas, Padura, creador del conocido personaje policial Mario Conde, vislumbra elementos significativos, por su carácter simbólico, sobre la cubanía cotidiana:

 

Yo creo que un país empieza a tener sentido propio, empieza a ser una entidad independiente, no solamente cuando se crean las grandes condiciones de la fundación de una nación, sino cuando se crean las pequeñas representaciones.

 

Entre esas representaciones, el escritor halla un vínculo que lo une definitivamente al poeta, y es la gastronomía. “Según come un país, así piensa su gente”, dice. Para Padura, Heredia es el primer cubano que se refiere a dos platos muy específicos de la isla: el ajiaco y el quimbombó, a los cuales su biógrafo, que en los últimos lustros ha incursionado en el género de novela histórica, se declara adicto.

Esta afición por los mismos platos autóctonos establece la conexión, esos vasos comunicantes, entre un cubano de principios del siglo XIX y uno que vive casi dos centurias después. Padura se lanza entonces a la búsqueda de la humanidad de Heredia, la cual consigue representar no solo desde su grandeza poética o sus irrupciones políticas en tiempos de la independencia de las colonias, “sino desde sus virtudes y miserias, en un momento en el que se estaba fundando todo, en el que Heredia es el primero en todo, incluso en sufrir —de manera abierta, agresiva y hostil— los efectos de uno de los principales males que afectan al ser humano, que es la envidia”.

 

 La invención de Cuba

 

—¿Puede hoy Padura decirnos finalmente por qué Heredia decidió ser cubano?

—No, no tengo respuesta.

Entonces enumera algunas experiencias esenciales en la vida del creador, su formación y carácter, y que pudieron perfilar, posiblemente, una nacionalidad, en los primeros años sin asidero, hacia su cubanía. Entre ellos, la revelación de los primeros amores, el personaje de Lola Junco —a quien Padura da un espacio fundamental en la novela, y con quien Heredia pretendió tener una relación amorosa en su primera juventud—. A ella escribió los inaugurales versos de amor, de poeta desgraciado y sufriente por las penas del corazón.

También resultó fundamental el grupo de amigos al que se integra Heredia al regresar a Cuba en 1818, de donde había partido desde la más temprana infancia. Nombres como los de Domingo del Monte, entre otros jóvenes intelectuales y poetas, marcaron su profundo sentido de nacionalidad, que ejerció más tarde, lejos para siempre de sus aguas tropicales.

 

Creo que esas experiencias vitales, en un momento especialmente creativo, genésico de su personalidad, fueron fundamentales en su opción de cubanía. Además, el hecho de que haya tenido que ir al exilio tal vez potenció ese sentimiento.

 

Si bien nacido en Santiago de Cuba, Heredia fue posiblemente engendrado en República Dominicana, nación que también lo considera suyo. Hijo de un funcionario español, empezó sus primeros estudios en Venezuela. Los terminó en Cuba, donde fue condenado a muerte por su actividad política independentista. Partió al exilio, primero a Estados Unidos (país en el que, al parecer, contrajo la enfermedad que lo mató, la sífilis), y luego en México, donde adquirió la naturalización. Aquí deviene político, y es reconocido por su actividad pública, social y literaria. Por ello es tan relevante este sentimiento de cubanía que defiende hasta las últimas consecuencias, cuando, en 1836, se retracta de su independentismo para poder volver por última vez a su tierra, abrazar a su madre y hermanas, y entrar en los letargos finales de esa otra enfermedad incurable, la nostalgia, como lo afirma Padura.

Le pregunto a Padura lo inevitable: ¿Por qué se conoce tan poco esta, entre sus obras, hoy tan difundidas por el mundo hispanohablante, e incluso en otros idiomas?

El novelista apunta que detrás de La novela de mi vida, así como de la vida de Heredia y quizá de su propio biógrafo, “hay cierto misticismo”.

Finalizada en 2001, la obra fue enviada a un concurso organizado por Casa de Teatro, en República Dominicana, en el que resultó triunfadora. La siguiente edición la publica Tusquets en España, y en 2002 aparece la primera edición cubana, con problemas técnicos que exigen reimprimirla en tiraje pequeño, de no más de cuatro mil ejemplares. La misma obtiene el Premio de la Crítica en Cuba y recibe la acogida más o menos habitual de las buenas obras en la isla. Para el autor, sus críticos más duros vieron en ella una novela irrespetuosa hacia la figura de Heredia, dado que recreaba aspectos de su vida —novelados, pero nunca probados— “que van desde su iniciación sexual con una prostituta, hasta determinadas actitudes y comportamientos que yo novelizo a partir de mi propia investigación”.

Para Padura, la vida de Heredia, tal como la describe, es perfectamente posible. Parte de unas líneas dejadas por el poeta en carta a su tío Ignacio en Cuba, después de haber visitado las cataratas del Niágara, que inspiraran la conocida oda por la cual recibió el sobrenombre de “El cantor del Niágara”:

 

Yo no sé qué analogía tiene aquel espectáculo solitario y agreste con mis sentimientos. Me parecía ver en aquel torrente la imagen de mis pasiones y de la borrasca de mi vida. Así, así como los rápidos del Niágara, hierve mi corazón en pos de la perfección ideal que en vano busco sobre la tierra. Si mis ideas, como empiezo a temerlo, no son más que quimeras brillantes, hijas del acaloramiento de mi alma buena y sensible, ¿por qué no acabo de despertar de mi sueño? ¡Oh!, ¿cuándo acabará la novela de mi vida para que empiece su realidad?

 

Acota Padura:

 

Heredia escribía, reflexionaba; hay incluso toda una polémica sobre si es él o no el autor de Xicoténcatl, una de las primeras novelas históricas mexicanas. Heredia escribió un ensayo sobre la novela histórica, en un momento en el que prácticamente no se habían escrito novelas históricas. Su modelo eran las novelas de Walter Scott, el escritor británico. Sabía lo que era una novela, cómo se escribía una novela y su vida fue una novela. Es decir que es absolutamente verosímil.

 

Se refiere Padura a la posibilidad real de que Heredia haya escrito la novela de su vida, aunque no se tenga constancia de ello. Este es, por cierto, el elemento que enlaza los tres segmentos de La novela de mi vida.

El autor reconoce que es su obra con menos suerte a nivel comercial, a pesar de ser “la mejor”: aquella en la que esa diferencia entre lo que uno quiere decir y lo que logra decir es más reducida, tanto por la estructura y los personajes, como por el cuidado del lenguaje.

Con el personaje de Heredia, narrado en un falso estilo siglo XIX (“no podía escribirlo como una novela del siglo XIX, porque esto hubiera sido absolutamente complicado para mí e inadmisible para los lectores”), Padura reconoce un trabajo formal llevado al extremo de los cuidados, lo cual no ha sucedido en otras de sus obras. De ahí el hondo impacto en algunos lectores cubanos:

 

Los lectores cubanos que más se han sentido afectados por esta novela viven fuera de Cuba. La historia de Heredia les toca especialmente, y creo que esa es una de las razones de lo esencial cubano de Heredia y de lo esencial cubano de esos lectores. La distancia a veces potencia esos sentimientos de pertenencia, de aferrarse a algo, de querer ser de alguna parte, cuando sientes que no tienes tierra bajo tus pies.

 

 La cubanía

 

—¿Heredia hizo de la nostalgia su emblema, y del desarraigo un componente de la cubanía con el que todavía lidiamos?

—Lo que le ocurre a él les ha ocurrido a muchísimos otros cubanos. Él es el primero que lo siente de una manera tan dramática, y lo expresa.

La historia de Cuba se mira constantemente en un espejo, menciona el escritor. El sentimiento de desarraigo, dice, es todavía un sentimiento inexplicable. Padura lo llama “una especie de magnetismo”, tanto para los que viven dentro como fuera del archipiélago. Un magnetismo por el cual los cubanos que viven dentro desarrollan una relación de amor-odio, mientras que, en la distancia, se impone el amor en la mayoría de los casos.

 

Es una relación muy problemática esta que tenemos con respecto a la pertenencia… Te lo está diciendo una persona que es una especie humana rara en estos tiempos, que vive en la misma casa donde nació, en el mismo barrio donde nació, en el barrio donde nació su padre, su abuelo, su bisabuelo. Es decir, que para mí sentir la pertenencia es muy importante. Tuve muchas oportunidades de salir de Cuba, sigo teniendo la oportunidad de salir de Cuba: nunca me lo planteo como una opción real.

 

La historia ha hecho que salir de la isla se volviera una ambición y a veces una maldición. En muchos de esos periodos históricos recurrentes, las salidas del área geográfica fueron definitivas. Sobre este tema, tan polémico para los cubanos, Padura afirma:

 

Una salida sin regreso, como la de Heredia, como la de tantos cubanos a lo largo de los años, es una condena, no es un premio. Por lo tanto, entiendo esa manera de aferrarse a lo cubano, porque incluso los que puedan expresar su relación con Cuba más por el odio que por el amor, están cerca de ella, porque el odio también es un sentimiento humano, y es una forma de entender o expresar una relación desde una óptica negativa, pero también humana.

 

Cuando regresó a Cuba, Heredia se vinculó a la Conspiración Soles y Rayos de Bolívar, organizada por la logia masónica del mismo nombre, formada por criollos que deseaban la independencia. Esto fue lo que finalmente lo llevó al exilio. En México, sin embargo, trabajó para el dictador Antonio López de Santa Anna.

Padura reconoce una actitud errática en los avatares de Heredia en tierra azteca, porque así era la vida política mexicana en los primeros años de la Independencia. Por ello, entiende de alguna forma que, al final de su corta vida, el poeta haya abdicado de ciertos ideales y visto la independencia como un mal peor para algunas repúblicas latinoamericanas.

 

La experiencia del México de esos años, de guerras civiles, de luchas por el poder, con las propias logias masónicas actuando como centros de poder y casi mafiosos durante tantos años… creo que fue una cura de caballo para las aspiraciones independentistas de Heredia. Vio en carne propia lo que podía ocurrir.

 

A pesar de ello, Heredia izó sus banderas desde los escenarios a los que tuvo acceso. Hoy es posible seguir su vida pública en México a través de su trabajo periodístico, de traducción y de académico. Hay mucha documentación, aunque poco investigada, que da cuenta de sus quehaceres en la actividad política y civil.

Su vida cultural y espiritual fue muy compleja. Los estudios de Padura lo llevan a afirmar que Heredia sintió una profunda gratitud a México, país que le dio lo que Cuba no pudo darle. En sus escritos de la etapa mexicana es palpable su compromiso social, político y cultural. Sin embargo, y aunque tocó temas universales, es posible que como poeta Heredia no haya logrado ser de ningún sitio más que de Cuba, sin perder de vista el hecho de que ser el primer gran poeta cubano le otorga también una indiscutible latinoamericanidad.

El poema que le da el título de Poeta Nacional es el “Himno del desterrado”, escrito en México, donde expresa su ansia de libertad, su añoranza por la tierra querida, la descripción grandilocuente de la naturaleza y sus primeros traspiés de desterrado. En cuanto a México, cuando tenía apenas 17 años escribió el que para algunos es el más logrado de sus poemas, “En el Teocalli de Cholula”, considerado el precursor de los grandes cantos románticos de Hispanoamérica. Ahí consigue, junto a sus otros poemas de largo alcance, su contemporaneidad definitiva.

Padura no registra a Heredia como el poeta más grande de Cuba, pero afirma que fue el autor del poema cimero de la literatura cubana, “Oda al Niágara”:

 

Ningún otro tiene un poema con ese alcance, con esa densidad, con ese sentimiento. Está describiendo un paisaje que no es cubano, pero lo está haciendo con ojos de cubano y con espíritu de cubano, y mirando hacia Cuba todo el tiempo.

 

Además de esta valoración, el novelista concluye afirmando: “Por eso creo que el hecho de que haya vivido tantos años en México, y que haya aceptado convenciones incluso de la vida cotidiana de la cultura mexicana, no hizo que desapareciera su sentimiento de pertenencia por Cuba”.

 

 Por Gabriela Guerra Rey

 

Written by Gabriela Guerra Rey

Escritora y periodista cubano-mexicana. Reside en México desde 2010. Autora de "Bahía de Sal", premio Juan Rulfo a Primera Novela 2016 (Huso, España, 2017 y Huso-Hiperlibro, México, 2018). Recientemente publicó "Luz en la piel. Cinco voces de mujer" (Huso, España).

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