Tres poemas de Giacomo Leopardi

El infinito

He amado siempre esta loma desierta

y estos arbustos, que por todas partes

impiden ver el fin del horizonte.

Mas contemplando los interminables

cielos distantes, y sobrehumanos

silencios, y profundísima calma,

yo comienzo a imaginar; y por poco

mi corazón no teme. Como el viento

oigo el rumor entre las plantas, de ese

infinito silencio que a mi voz

comparo; y rememoro lo eterno,

las estaciones muertas, y la actual

y viva y sus sonidos. Así entre esta

inmensidad se ahoga mi intelecto:

qué dulce naufragar en este mar.

A la luna

Oh, Luna preciosa, yo lo recuerdo.

Tiene un año, que encima de esta loma

te vi de nuevo, colmado de angustia:

entonces tú pendías sobre el bosque

como ahora que entero lo iluminas.

Mas abrumado y con temor del llanto,

surgido en el iris, a mi mirada

tu rostro emergía, que muy penosa

era mi vida: así sigue, no cambia,

oh, Luna amada. Pero me complace

rememorar, evocar esa etapa

de mi dolor. ¡Oh, cómo es necesario,

gozoso en la juventud, cuando aún

mucha esperanza hay, poca memoria,

la evocación de la vida pasada,

aunque triste, y perviva este tormento!

A sí mismo

Ya expirarás por siempre,

mi exhausto corazón. Murió el engaño

final: me creía eterno. Murió.

Bien percibo nuestros dulces engaños

la esperanza ya no, el deseo muerto.

Yace por siempre. Mucho palpitaste.

No valen nada ya tus movimientos,

ni de suspiros es digna la tierra.

Amarga y tediosa la vida, nunca

otra cosa; y fango es el mundo. Pero

te calma. Desespera

por vez última. No donó a nuestra

especie el hado más que la muerte.

Ya te desprecia, la naturaleza,

el hórrido poder que, oculto, para

todos deja la ruina

y la infinita vanidad de todo.

 

Traducción de Rodrigo Jardón Herrera

Revisión de traducción de Diego Estévez

Written by La Mascarada

Loading Facebook Comments ...