El infinito
He amado siempre esta loma desierta
y estos arbustos, que por todas partes
impiden ver el fin del horizonte.
Mas contemplando los interminables
cielos distantes, y sobrehumanos
silencios, y profundísima calma,
yo comienzo a imaginar; y por poco
mi corazón no teme. Como el viento
oigo el rumor entre las plantas, de ese
infinito silencio que a mi voz
comparo; y rememoro lo eterno,
las estaciones muertas, y la actual
y viva y sus sonidos. Así entre esta
inmensidad se ahoga mi intelecto:
qué dulce naufragar en este mar.
A la luna
Oh, Luna preciosa, yo lo recuerdo.
Tiene un año, que encima de esta loma
te vi de nuevo, colmado de angustia:
entonces tú pendías sobre el bosque
como ahora que entero lo iluminas.
Mas abrumado y con temor del llanto,
surgido en el iris, a mi mirada
tu rostro emergía, que muy penosa
era mi vida: así sigue, no cambia,
oh, Luna amada. Pero me complace
rememorar, evocar esa etapa
de mi dolor. ¡Oh, cómo es necesario,
gozoso en la juventud, cuando aún
mucha esperanza hay, poca memoria,
la evocación de la vida pasada,
aunque triste, y perviva este tormento!
A sí mismo
Ya expirarás por siempre,
mi exhausto corazón. Murió el engaño
final: me creía eterno. Murió.
Bien percibo nuestros dulces engaños
la esperanza ya no, el deseo muerto.
Yace por siempre. Mucho palpitaste.
No valen nada ya tus movimientos,
ni de suspiros es digna la tierra.
Amarga y tediosa la vida, nunca
otra cosa; y fango es el mundo. Pero
te calma. Desespera
por vez última. No donó a nuestra
especie el hado más que la muerte.
Ya te desprecia, la naturaleza,
el hórrido poder que, oculto, para
todos deja la ruina
y la infinita vanidad de todo.
Traducción de Rodrigo Jardón Herrera
Revisión de traducción de Diego Estévez