Cuando el confinamiento cerca todos los puentes que nos llevan al exterior, sólo el baúl de la postergación abre su puerta para cobijarnos con todo aquello que dejamos para después. La vida en tiempos de epidemia nos cambia la perspectiva, y caemos en la cuenta de que no hay mejor momento que este; de que no hay posibilidades fuera de hoy; y de que no hay ocupación más agradable que atender las pasiones que se despiertan en el ocio; en resumen, la crisis, con su oscura incertidumbre, alumbró una certeza insoslayable: no hay otra manera de abordar lo postergado que vencer la inercia de esperar el porvenir.
Entre otros pendientes, el baúl albergaba una entrevista que hice a Sergio Fernández para dar un buen término a mi tesis de licenciatura. Era el año de 1997, cuando el autor de Segundo sueño —la intrincada novela que me había ocupado más de dos años—, me recibió en su cubículo en Ciudad Universitaria, un piso alto en la torre de la Facultad de Filosofía y Letras. Llegué temprano, quizá con la idea de no perder un encuentro para el que no me sentía preparada. Trabajé dos años en la obra de un escritor que me fue revelando sus misterios a cuenta gotas, como la lluvia que volvía a iniciar durante mi ascenso por la torre, acentuando el color de las jacarandas ya húmedas: ¿será el escritor tan complicado como su obra? La puerta del elevador se abrió para dar paso a un hombre de baja estatura, pasos firmes y formas educadas que me miró lleno de curiosidad. En su cubículo, un gran ventanal mostró la luz del sol filtrada entre espesas nubes; los rostros iluminados no encontraban el ángulo adecuado para observarse, a Sergio Fernández le gustaba mirar los gestos de la persona con quien hablaba. Cambiamos varias veces el lugar antes de iniciar las preguntas de una entrevista que había iniciado hacía ya muchas lecturas.
Cuando por fin nos encontramos cómodos, minuciosos, escritor y lectora, mis palabras, elegidas una a una con el arrojo propio del inseguro, se vieron abruptamente interrumpidas por el escritor: ¿De qué se trata su tesis?, ¿cómo surgió la idea?, ¿qué le pareció ese Segundo sueño?, ¿cómo llegó a esa endiablada novela?
Auspiciada por el recuerdo de una lluvia pertinaz, surgió de mi memoria nítida la nostalgia de aquella tarde cuando me reuní con Segundo sueño en la calle de Donceles, en el Centro de la Ciudad: No tenía un tema de tesis y, divagando entre los sucesos en busca de señales, el inicio de una lluvia intensa me orilló hasta una librería de viejo, que celestina, dio lugar al encuentro. Segundo sueño encabezaba una pila de libros, estaba puesto ahí sin ninguna referencia, para mí el nombre del autor no significaba nada; sólo la idea de continuidad que sugería el título me invitó a echarle un ojo, ¿había un primero sueño? Me atrapó el índice, una tirada de Tarot señalaba el camino del héroe en tres estados: la lluvia, la nieve y el lodo. También se anunciaba como guía para el del Libro de los muertos. ¿Un descenso a los infiernos?
La lluvia ya menos intensa, pero continua, me permitió detenerme en los símbolos cabalísticos y astrológicos del índice, la anécdota parecía más o menos fácil de seguir: un profesor de literatura iría a impartir un curso de arte mexicano a Alemania, y ahí se encontraría con el demonio. Su madre dictaba el ritmo de su tragedia echando las cartas que marcarían los arcanos de su viaje. Siguiendo el ejemplo de Henry James, Sergio Fernández prologó su novela y advirtió la presencia de otros personajes que, después lo supe, servirían de espejo alquímico a la trama del profesor. Abrí el texto al azar, la frase que me recibió fue “la razón de ser del bosque es su historia”. Aún hoy no sé explicar por qué ese bosque me habló de mi infancia, y justificó los padecimientos que me habían llevado hasta esa tarde lluviosa, cautiva en la comprensión de enigmas personales e insospechados. Ese bosque me atrapó y quise conocer su historia. Entonces decidí arrojarme a la aventura narrativa donde múltiples voces ensayaban el misterio incomprensible de esos “ademanes prohibidos”, con los que Sergio Fernández definía a su novela en la dedicatoria.
Cien pesos de aquellos días costó la novela; ya tenía entre las manos un tema de tesis endemoniado. Los primeros párrafos bastaron para que la frase de Lezama Lima alumbrara la lectura: “Sólo lo difícil es estimulante”. Después supe que no llegué a Sergio Fernández gracias a la incierta brújula del azar; tal como lo advirtió al lector de su novela, Segundo sueño está construida sobre varias leyes mágicas, una de las cuales explica nuestro encuentro aquella tarde lluviosa, pues, la novela, el escritor y el lector, habíamos nacido para que sucediera.
No publiqué la entrevista con la tesis transformada en libro por alguna razón que ya no recuerdo; quizá buscaba un momento más oportuno o un sitio más propicio, y la entrevista se quedó varada en el umbral de la postergación rumbo al olvido. En los inicios del 2020 murió Sergio Fernández a los 93 años; me invadió la nostalgia, quise volver a sus palabras y publicar la entrevista con la firme creencia de que la tenía a la mano, al día y en orden. Nada más lejos de la realidad, la entrevista nunca estuvo en ninguna de las nubes de almacenamiento, así que había que transcribirla como en los viejos tiempos, no sin antes de conseguir una copia de la tesis porque sólo conservo el libro que la suprimió.
Fueron pasando las semanas y el mundo volvió a invadirme con las batallas ajenas, el trajín que sin pertenecerme me hace suya y el ineludible ruido del negocio. La entrevista a Sergio Fernández volvió al umbral del algún día hasta que hoy, cuando no hay mañana posible, la incertidumbre me regala el tiempo para regresar hasta aquella tarde lluviosa y rendir este humilde homenaje al escritor-alquimista que me dio una vida lectora endiabladamente estimulante.
Por Claudia A. Ramos Aguilar