Existen hombres que, aun en las postrimerías de la vida, conservan la vitalidad suficiente para continuar soltando puñetazos. De este calibre fue Rubem Fonseca, el escritor brasileño recientemente fallecido en su apartamento de Leblon, en Río de Janeiro. Estaba por cumplir 95 años y sólo la muerte tuvo el valor de negarle más proyectos, de continuar incrementando esa basta obra que, al paso de los años, no pierde calidad ni fuerza. No creo exagerar si aseguro que su partida es un duro golpe para la literatura mundial.
En tiempos en donde el oscurantismo y la cerrazón política parecen tomar por asalto a la realidad brasileña, la obra de Fonseca es fundamental para examinar, desde la ficción, el complejo entramado cultural que representa una sociedad tan heterogénea y desigual como la presentada entre sus libros. Desde la aparición de Os Prisioneiros, su primer libro de cuentos, se observa el engranaje entre violencia, destrucción y crimen con un grado estético desde el punto de vista de los infractores, de tal forma que el lector logra conocer la íntima verdad de aquellos parias relegados de la justicia. Sus personajes son, por decirlo de alguna forma, el claro ejemplo de lo que el gobierno bolsonarista ve como el cáncer de Brasil: el vagabundo, el pobre de favela, el negro, el gay, el inadaptado.
Este rasgo narrativo, continuó en otra de sus obras más importantes (y quizá la más problemática), Feliz Ano Novo, recopilación de quince cuentos que retratan la intensidad violenta de su estilo al grado de prohibirse su circulación por más de diez años bajo el régimen militar de Ernesto Geisel. Dichos cuentos abordan, además, una visión del deseo sexual, la mujer y el territorio urbano como senderos redentores ante el inminente colapso del destino. Quizá, el más impactante de ellos, es el que da título al libro, en el cual unos asaltantes, a las vísperas de Año Nuevo, deciden invadir una fiesta de la alta sociedad y realizar una serie de atrocidades indescriptibles. Al final, más allá de la resolución de las acciones, lo que permanece son las impresiones de un lenguaje preciso, audaz y polisémico, tal como lograron otros grandes cuentistas como Chéjov, Cortázar o Raymond Carver, por mencionar sólo algunos.
Tiempo después, la consolidación lo llevó a situarse como un autor prolífico, de inagotable imaginación y agudeza. Siguieron novelas tan renombradas como O caso Morel, A Grande Arte, Buffo & Spallanzani, E do meio do mundo prostituto só amores guardei ao meu charuto y Mandrake, a Bíblia e a Bengala, todas ellas de corte policiaco en las que, además de los elementos conocidos, se caracterizan por poner en entredicho la justicia y sus instituciones. Es cierto que la incursión constante en el género lo llevó a ser encasillado por buena parte de los críticos especializados y por la maquinaria comercial de las editoriales, quienes observan una fórmula recurrente en cada publicación. Sin embargo, también es verdad que Fonseca logró renovar el género con historias alejadas del arquetipo clásico, el del detective inteligente y astuto capaz de resolver, a través de la inteligencia, cualquier crimen que se le presente. Los personajes de Fonseca son policías, abogados y detectives con pocos aliados para lograr sus objetivos. Son corruptos en cierta medida, y nunca logran esclarecer a cabalidad los hechos; conscientes de sus limitaciones, reconocen y aceptan la imposibilidad de afrontar las infamias, la compra y venta de la ley en todos sus rubros.
Por otra parte, merecen un notable reconocimiento aquellas novelas en las que el escritor mineiro experimentó con temas y personajes importantes de las artes y la historia. O Doente Molière, por ejemplo, es una entrañable narración sobre los últimos días del dramaturgo francés, obsesionado con su muerte a causa de un posible complot en su contra. También destacan O selvagem da Ópera, que se ocupa de la figura del compositor de ópera Antônio Carlos Gomes, Vastas emoções e pensamentos imperfeitos centrada en la obra del escritor soviético Issak Bábel como detonador del argumento central y, por último, Agosto, extraordinaria recreación del trágico suicidio de Getúlio Vargas a causa de la inestabilidad política de los años cincuenta en Brasil. Esta última significó no sólo un gran éxito comercial y publicitario, sino el rescate, a través de la imaginación, de la memoria histórica secuestrada por el oficialismo gubernamental y su discurso. Sin pretender los heroísmos, logra la reinvención de los hechos al grado de generar nuevos espacios de reflexión que posibiliten, en cierta medida, una mejor comprensión de aquel pasado.
Un último punto a destacar en su trayectoria, lo brinda su incursión como guionista en proyectos televisivos y cinematográficos. Logró combinar la pasión por las letras con su afición a la pantalla grande y realizó adaptaciones literarias tanto de sus libros como de otros autores brasileños. En México, tomó parte del Festival Internacional de Cine en Guadalajara 2007 con un discurso en que criticaba el poco reconocimiento que directores, fotógrafos y productores brindan al trabajo del guionista. Uno de sus personajes más famosos, el abogado criminalista Mandrake, apareció como protagonista central en una efímera serie televisiva del mismo nombre, dirigida, ni más ni menos, que por su propio hijo José Henrique Fonseca.
En lo particular, sus libros representan una gran influencia literaria y de vida. Gracias a sus relatos, conocí Río de Janeiro mucho antes de lograr caminar entre sus calles y avenidas, haciendo más fuerte mi decisión de sumergirme en una lengua y cultura hasta entonces impensable para mí. No es poca cosa si pensamos que Fonseca siempre incitó a la lectura como única herramienta capaz de devolvernos, aunque sea por un instante, la libertad que tanto hemos perdido.
Por Luis Rivera