Domingo

Cuando me encontré al editor en la biblioteca, me convencí de entregarle el mismo día algún avance significativo para la columna. Hombres de libros entre más libros; él terminaba un trámite en la administración, yo leía y hacía como que leía sobre los amoríos de M. Swann. 40 páginas de sólida lectura y la lluvia, que afuera castigaba a todo el campus central. Me disculpé por la demora, porque sabía que la pregunta “¿y que tal el quehacer literario?”, tenía dos direcciones. Una se relacionaba con la revista, otra con las hormigas literarias, que me atrevía a decir, eran algo sin género, pero con alguna utilidad sentimental, como un desahogo.

—Sería cosa de bien para usted —dijo— que esa pequeña e interesante prosa que me ha mandado tuviera una historia alrededor, ya sabe, para ornamentar el momento. Darle un poco más de contenido no le vendría mal.

—Pero ¿qué otra cosa puede ser? Creo que es suficiente con unas cuantas líneas válidas, ¿no? ¿A qué más puedo aspirar sino a decir muchas cosas con las menos palabras necesarias? La economía, licenciado L., Eso es lo más importante para mí en las letras.

—Nada tiene que ver eso con el adecuado desarrollo de una historia, Dux, usted lo sabe.

Acorralado, entre mi frágil compromiso y mi amor propio, le conté, con un lenguaje ligeramente artificial, lo que tenía en mente:

Ella mencionó, declinando el cuello hacia el lado derecho, que el postre debería ser imprescindible en la comida del diario. Yo asentí, porque justo medíamos cantidades de harina, cucharadas de azúcar y disimulábamos no agregar más nueces a la mezcla final. También tendríamos que poner orden a nuestra agenda que ya iba con retraso.

Casi un mes nos separaba de una tarde de improvisaciones en la cocina, pero pronto las comidas pendientes serían preparadas y los postres también.

Sospecho que algo en mí delató que la había extrañado profusamente, pero quise volver a la casualidad acercándome, cuando examinaba la consistencia de lo que el calor a baño maría suavizaba, a colocarle el delantal que sólo usa cuando cocinamos.

El tatuaje tembló y ella se recogió el cabello, como queriendo no desear sentir la ligera exhalación que acercó una parte, aunque etérea, de mí, a su cuerpo.

—¡Qué raro! El vapor de agua hace la función de agua hirviendo, el chocolate se derrite lo mismo, el chef tenía razón —dijo—. Y dando un paso hacia la izquierda, y dos hacia atrás, esquivó sutilmente algo que ya me sabía muy íntimo. 

Mientras el horno enrojecía eléctricamente, leímos, o yo leí y ella se acomodó para dormir mientras leía. Por media hora nos sumergimos en ese tembloroso y exigente problema que es el tiempo, no llegamos a otra conclusión que la de éste como medida para saber si el pan de chocolate con nueces estaba listo o no. 

Sacamos a punto los brownies y los dejamos enfriar.

—¡Deberías de convertirlo en una receta! Sería una pena que estos sabores no volvieran a repetirse —dijo, llevándose la mano a la boca y mirándome con ojos emocionados.

Pensé “en la revista hay un apartado culinario”, pensé “no sé cómo escribir una receta”, pensé “sería lindo que ella viera las instrucciones precisas para preparar algo que disfrutó tanto”. 

Tuve que irrumpir en ese silencio de mis meditaciones con un papel, doblado sin geometría alguna, que deslicé hacia su mano. No dijo nada más pero lo leyó en voz alta:

I´d sent you the best poems i´ve read. That´s true. I´m your personal, your occasional poetry Messenger. I Kept some for me, though, There are hidden in the dark of the forest. In the shades of the trees and the rocks. In the deep dark soil as if they were waiting for sunlight. They began to grow through the soil, and the grass and beneath the trees. Sometimes i feel i can hear them moving in the branches.

That´s when i know ihey´re ready and i catch´em and give´em to you, at your park, eating little delicious decorated desserts.

—Al final todo tiene que ver contigo, ¿no? Con tus libros, con tus tatuajes y con el Bosque.

—Te equivocas, K., yo sólo sé que estoy enamorado de ti, y eso es el principio y el final de todo —respondí citando a Fitzgerald.

—Ella calló, como siempre calló, y ya no supe más que decir, terminamos el postre y dormimos en mi habitación. Simplemente nos abrazamos para dormir, fue lindo, ¿sabe?

—Dux, eso no se lo cree nadie, y no me refiero al final, sino al exordio de cursilerías del cual, lo sé, es muy capaz de soltar así nomás, sin anestesia: la cocina, el flirt, todo. Lo pone mal leer (creer) tanto a los poetas del XVIII, un día terminará ahogado en el Támesis y lo encontrarán flotando de tanto suspiro que ha exhalado por esa mujer.

 
Por Jesús Martínez
 
Domingo

Written by Jesús Martínez

“Sutiles cuestiones trato, resoluciones graves comprehendo, perfectos libros amo”.

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