El cine de terror es un género con una legión de seguidores alrededor del mundo, destacándose los iconos estadounidenses por su popularidad. En México, este movimiento cinematográfico pareciera que es un movimiento silencioso de la cinematografía.
A principios de los años 30, el terror mexicano se plasmó en la gran pantalla por vez primera. La Llorona (Peón, 1933) modernizó —para su época— la tradicional leyenda homónima. Al año siguiente El fantasma del convento (de Fuentes, 1934) hizo estallar el arte, pues tomó lo mejor de La Llorona y fusionó escenarios mexicanos con el expresionismo alemán, destacadas actuaciones y una trama sólida.
A pesar de sus excelentes narrativas, el género fue olvidado por la llegada de la época dorada del cine mexicano, y no fue hasta el final de este periodo que resurgió.
En la década de los 60, El Santo y Blue Demon dieron vida al cine de luchadores, incorporando personajes de terror en algunas de sus películas, aunque predominaba la acción sobre el miedo.
La bruja (Urueta, 1954), una nueva versión de La Llorona (Baledón, 1963), y otras, insuflaron vida al género de terror, propiciando obras más intensas y viscerales. Carlos Enrique Taboada, con Hasta el viento tiene miedo (1968), El libro de piedra (1969) y Más negro que la noche (1975) elevó los estándares del cine de terror mexicano con historias robustas, aunque con una palpable influencia del cine de terror estadounidense.
Luego vino Alucarda, la hija de las tinieblas (Moctezuma, 1977), que dio una nueva perspectiva al género de terror. Moctezuma desarrolló un cine casi experimental en el que pudieron apreciarse temáticas relacionadas con la sexualidad y la religión.
Guillermo del Toro, con Cronos (1992) y El espinazo del diablo (2001), estableció un modelo para los cineastas posteriores presentando un terror más tangible, que extrae de la realidad mexicana y la convierte en horror. Películas como Somos lo que hay (Grau, 2010), La región salvaje (Escalante, 2016), Vuelven (López, 2017) y Huesera (Cervera, 2022) son prueba de que se ha dejado atrás lo sobrenatural para presentar algo más terrenal y cercano al contexto mexicano. Del mismo modo, el cine de terror nacional contemporáneo se ha convertido en un canal para que directoras y directores transmitan mensajes de conciencia social.
Por Ntsee Vázquez