Amada por Rilke y Nietzsche, y admirada por Freud, esta mujer se atrevió a romper los moldes que marcaba la sociedad de su tiempo. “Lou defiende celosamente su libertad de mujer cabal pese a la incomprensión que genera a su alrededor entre sus contemporáneos”, escribe Isabelle Mons.
Fue Nietzsche quien se emocionaba con los versos de Lou. Rilke, a quien tanto ayudó para que se convirtiera en un gran poeta, se refería a ella como una zarza ardiente. Y parece acertado, pues incendió con su fuego también al filósofo Paul Rée, al político Georg Ledebour, al médico Friedrich Pineles y al escritor Richard Beer-Hofmann, por mencionar a algunos.
Naturalmente seductora y consciente de su encanto, afirmaba que no se dejaba escoger por los hombres, sino que ella era quien los elegía.
“Su esplendorosa belleza ocultaba algo más que la mera historia de sus amores con el poeta Rainer María Rilke en 1897, y su correspondencia con esas tres grandes personalidades del fin de siècle (Rilke, Nietzsche y Freud), esclarece muchos aspectos de una obra singular”, afirma Isabelle Mons en su libro Lou Andreas-Salomé: una mujer libre.
A pesar de ser tan libre o, más bien, por su gran libertad de pensamiento y acción, según Mons, Lou puede opinar que “la actitud feminista que minusvalora al compañero masculino es un error […]. Lo masculino y lo femenino constituyen dos unidades complementarias e indisociables […]. La entrega en el acto amoroso le permite vivir dichosamente ese instante de intensidad, que es una forma de celebración de la vida y tiende a la santidad”.
Lou Andreas-Salomé dedicó su vida a la filosofía, a la literatura ―además de narrativa escribió poesía― y al psicoanálisis. Comenzó su trabajo profesional como crítica en las revistas de moda con artículos sobre teatro. El ensayo titulado Análisis de la psique femenina en el teatro de Ibsen convirtió a Lou en una autora reconocida. Escribió una obra de teatro, más de veinte novelas cortas, ocho novelas largas, varios cuentos y un centenar de artículos sobre las corrientes literarias en boga; del mismo modo discurrió sobre la historia de las religiones, de las ciencias y sobre la diferencia de sexos. Escribió también varios textos eróticos.
“Mujer dotada de un carisma irreal de regia soberanía, con presencia tranquilizadora y firme”. Así era como la describía Rilke, quien la amó siempre y que no fue correspondido como él hubiera querido. Las últimas palabras del poeta en ruso fueron: “Adiós, querida mía”, en homenaje al amor que dijo sólo se vive una vez y hacia una mujer a quien llamó su tierra, pero que nunca lo acogió, explica Mons en el libro.
Rilke y Andreas-Salomé se conocieron en 1897 en Munich, Alemania, y juntos escribieron varios artículos a la corriente eslavófila que inunda la literatura de Europa esa década y que estaba encabezada por Pushkin y Tolstoi.
Por esos años asistía a clases con Sophia Schill y, además, llevaba diez años casada con Friedrich Carl Andreas, con quien la intimidad estuvo excluida; vivieron varias épocas en distintos países. Sin embargo, su matrimonio duró hasta la muerte de él y ella siempre firmó su nombre con el apellido de su marido.
Lou, nacida en San Petersburgo en 1861, fue ciudadana de Europa y su historia es indisociable de la de ese continente. Luego de la muerte de su padre, partió con su madre de Rusia a Suiza. Estudió filosofía en la Universidad de Zurich, una de las primeras abierta a las mujeres. Su principal interés era aprender, siempre aprender. Luego de un año viajó a Karlsbad, Alemania, y a Scheveningen, cerca de la Haya. Y, es en Roma, a donde viaja buscando un clima mejor, donde le presentan a Friedrich Nietzsche en 1882. La atracción entre los dos fue muy grande, pero sobre todo la de él por ella. Ambos viven juntos en Berlín durante seis años. En esta época Lou visita París. Lou y Nietzsche se separan ya que ella no quería continuar en la relación. “La independencia era el único medio de realizarse”, explica Anaïs Nin cuando se refiere a Lou, en alguno de sus textos.
1901 es el año que se separan Rilke y Andreas-Salomé. Ella se instala en Rusia en un intento de volver a sus orígenes desde la perspectiva de una mujer madura, y escribe la novela Rodinka (1901-1904), que marca un renacimiento. En 1910, a petición de Martín Buber, Lou publica El Erotismo, ensayo en el que manifiesta lo siguiente: “El sujeto vivirá la unión de los cuerpos como la experiencia de una vuelta al yo original. El cuerpo es esa nueva alteridad que no sabe cómo abordar”.
Años después, en sus Memorias, insiste en que “El cuerpo es a la vez instancia unificadora y fragmentada […]. El reencuentro físico simboliza la conquista de un nuevo mundo, abrazado y dominado en el amor. Y aun cuando el sentimiento amoroso florece en el acto erótico, también plantea la limitación corporal del yo profundo”.
En 1912 viaja a Viena, allí le presentan a Freud y se integra al círculo freudiano. El padre del psicoanálisis describe a Lou como “la entendedora por excelencia”. Una vez que ella conoció el psicoanálisis se dedicó exclusivamente a su práctica a partir de 1913. Para Freud lo que Lou comentara era tan importante que fue bajo la mirada crítica de ella que trabajó los conceptos de “pulsión de muerte”, y de la oposición entre “cultura y civilización”, publicados en sus obras: Más allá del principio del placer (1920), El malestar en la cultura (1930) y Moisés y la religión monoteísta (1939). Freud y Lou establecieron un gran intercambio científico, además de una amistad basada en la lealtad y el respeto mutuo. Ella se mantiene siempre como su discípula, una a quien el maestro le pide su opinión porque la considera inteligente y valiosa. Lou Andreas-Salomé recibe el anillo que sella la unión ideológica con el círculo psicoanalítico de Viena en 1922. A pesar de que Jung y Adler intentan persuadirla de apoyarlos, Lou elige siempre a Freud pues reconoce que la vida psíquica tiene su origen en la “efervescencia sexual”. “Ella ocupa un lugar legítimamente en la comunidad de analistas y su amistad brilla con toda la confianza que dos seres puedan profesarse en igualdad de condiciones”, afirma Mons a partir de los elogios que siempre hace Freud a las lúcidas críticas y a la inteligencia de Lou.
En 1931, Andreas-Salomé publica el libro Mi agradecimiento a Freud. De esta obra él comenta:
Jamás había tenido ocasión de admirar un trabajo de psicoanálisis en vez de criticarlo […]. El texto de Lou es el más hermoso que he leído, una muestra involuntaria de su superioridad sobre todos nosotros, propia de las alturas de las que han descendido para acercarse a nosotros. Es una verdadera síntesis, no la extravagante, la terapéutica de nuestros adversarios, sino la auténtica, la científica.
Algo que destaca el libro de Mons es que esta mujer no necesita declararse partidaria de ninguna escuela para encontrar su camino, es poseedora de un pensamiento auténtico, contemporáneo de todos los contactos que ha tenido en el medio. Esto se explica porque “ella es una artista, una creadora, una poeta y escritora, antes de ser filósofa o psicoanalista […]. Libre de cualquier compromiso su discurso es ante todo una reflexión personal ajena a todo dogma”, como se afirma y demuestra a lo largo de las 353 páginas que conforman la obra de Mons. Lou se mantuvo toda la vida lejos de todo sistema de pensamiento y de toda polémica, defendió con vigor su independencia intelectual profundamente vinculada a la Europa de 1900.
El no hacer caso al qué dirán la volvió vulnerable y, aunque se consideraba normal, hacía lo que los demás no se atrevían, o, quizá, lo que ni se les ocurría: vivía al ritmo de la naturaleza, con los pies descalzos sobre la hierba, con el cuerpo liberado de opresivos corsés, escribiendo textos que guardó hasta que consideró que era el momento justo de publicarlos.
El libro cierra con la siguiente afirmación: “era una persona que a la negación de la vida oponía la afirmación tenaz y poderosa de su voluntad, la voluntad de una mujer moderna que vivió la búsqueda de la armonía consigo misma”.
Algunas publicaciones de Lou Andreas-Salomé son: De un alma ajena (1896), Amor (1897), Hijos de los hombres (1899), El ser humano como mujer (1899), El diablo y su abuela (1915), La casa (publicado en 1919 pero lo comenzó a escribir en 1904), La hora sin Dios y otros cuentos para niños (1922), y El diablo y su bisabuela (1922).
Por Hilda Sitges