Antimuseo del espíritu: De los genios

No hablan, ni hacen más de lo estrictamente necesario. Poseen la noción de la síntesis, pero su brevedad puede abarcar varias áreas del conocimiento o miles de páginas. Su obra no recupera todo lo que intuyen y eso los violenta. Al llegar la noche no duermen, con la esperanza de conseguir horas de especulación fecunda. Con frecuencia entran en crisis; la mente sufre trastornos, saltos agresivos. Las ideas batallan por definirse y no lo consiguen.

En silencio transcriben el plano de los imposibles. Su intranquilidad se traduce en una concentración tenaz que elimina los ruidos del mundo para dejar emerger las sensaciones puras. Han expropiado tesoros a la oscuridad, pero sospechan más, y eso los hace permanecer en una alterada expectativa.

Irascibles, son desaprensivos con el dinero y les preocupa poco el hogar; en cambio pueden pasar el día provocando periodos de alucinación tranquila. Se castigan porque no encuentran: la angustia es el único sentido que no dejan descansar. Observan demasiado tiempo sus ideas y, cuando vuelven a la luz del escritorio con la frase hecha, sienten como si un ánima limpia se hubiera posado sobre los papeles.

Vulnerables ante el abismo, se dejan caer. Allá en el fondo respiran el moho de imponentes pergaminos esparcidos en la niebla. Han caído, han visto y ahora vuelven con la memoria tatuada por brillantes grafías.

Su sed de absoluto es gigantesca, quisieran encontrar las relaciones que existen entre todas las cosas. Una imagen, una agrupación de sonidos les basta para elaborar esa sensación de inmensidad que sólo la locura conoce. En sus obras queda la monumental, la penosa impresión de que la mente anduvo deambulando mucho tiempo en sus linderos.

Pocos ejercen, pues les resulta difícil transmitir lo que han conseguido casi por milagro: no recuerdan el camino de regreso, y se limitan a mostrar las instantáneas del lugar conquistado. El estudio es un complemento para sus propias especulaciones. No leen en demasía ni pretenden convertirse en eruditos, porque saben que los destellos no llegan por acumulación. Pasan el tiempo en prolongados escrutinios, y aunque la disciplina ayuda, un paseo nocturno esclarece las figuraciones contenidas.

No han abandonado el mundo, pero siempre están impulsando una marcha que no cesa de buscar. Una resistencia montañosa les hace permanecer en el objeto examinado aun cuando el cansancio llega; no obstante, la fatiga les crea deliciosas dinámicas en que la razón levanta una tela delgada para atrapar detalles sustanciales.

Cansados siempre, un ánimo fresco los estimula; al final la visión llega fulminante y todo se resuelve. El agujero en la página del libro, la silueta del eucalipto sobre los tejados pueden dar la pauta para encontrar la pieza faltante. Llegan de súbito en lo que a la mayoría les cuesta la vida.

Los genios elaboran cierto superfluo halo de tormento. Y no sólo es la cualidad de ver más allá lo que los hace singulares: pueden dejar los lentes en un baño público y olvidar a sus hijos en el supermercado.

Sus relaciones sociales se vuelven infernales; son pésimos en el amor y la neurosis es su estado natural. A menudo se carcajean de cosas impudentes, por lo cual a muchos los consideran estúpidos.

 

Por Leopoldo Lezama

Written by La Mascarada

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