Familias que matan (primera parte)

I

 

Era el invierno del año 2022, Marcos llevaba tres días en la nueva casa de su familia. Su mujer y dos hijos no llegarían hasta que se hubieran terminado los arreglos que debían hacerse a esa vieja y hermosa propiedad, que recién habían comprado. Él tuvo que tomarse vacaciones para poder supervisar los trabajos, estimando que serían aproximadamente cuatro semanas.

Los vecinos eran agradables, pero nada de cercanos. Tampoco eran molestos o irrespetuosos, lo que era más que suficiente. Solo cuando se topaban a la salida se saludaban, al menos, con algún gesto. No era un sector lujoso, ni mucho menos, pero sí tranquilo y con gente de buen pasar. Estaba muy contento con la adquisición. Era un barrio residencial, donde cada casa no tenía extensos terrenos, pero si el suficiente para que cada quien tuviera un pequeño patio delantero y el trasero era, en la mayoría, bastante amplio. Algunas casas eran pareadas, otras como la de Marcos no. Era una cuadra perfecta donde uno no se sentía solo, pero tampoco con la sensación de invasión a la privacidad. Su calle era algo estrecha, pero todo muy bien mantenido, los verdes pastos y frondosos árboles hermoseaban las veredas.

En estos tres días, se había entretenido botando las cosas que habían dejado los dueños anteriores, y aunque pensaba que eso no debería ser costumbre, lo agradeció para poder ocuparse de algo.

Estaba en la última habitación que le quedaba por revisar, ubicada en el altillo de la casa, como tercer piso. Ese iba a ser el cuarto de su hijo mayor, Benjamín, un adolescente con un carácter muy agradable y amante de la música, por lo que dicha ubicación era ideal para poder concentrarse en sus ensayos y composiciones, sin molestar tanto, sobre todo a su hermana menor, Carla, quien a sus nueve años devoraba libros de toda clase, bueno, una vez que pasaban por el consentimiento de su mamá, Camila.

Una vez que pensó que ya había recogido todos los cachivaches ahí dejados, se reincorporó tomando distancia para observar la habitación, sin darse cuenta del declive del techo, pegándose un buen golpe en la cabeza. Por instinto, más que por dolor, colocó su mano donde se había pegado, haciendo con su codo un agujero entre las tablas.

—¡Diablos! —exclamó, no tanto por el desafortunado accidente, sino más bien porque no se esperaba que el estado de los materiales de la propiedad estuviera tan deteriorado—. Aunque seguro eran esas tablas superficiales, nada más… Ahora entiendo por qué en la casa hay tantos ruidos en las noches —pensó justo cuando se escuchó desde el primer piso que se les caía algo a los maestros—. Bueno, y en el día también —se comentó bromista en voz alta.

—¡Don Marcos! —le gritó uno de los obreros desde el segundo piso, interrumpiendo sus pensamientos—. Va a tener que bajar, porque tenemos que cortar la electricidad.

—Ya, gracias. Bajo enseguida —tomó las cosas dando un último vistazo. Cuando se lo topó en la escalera le dijo que iban a tener que revisar el revestimiento de madera de toda la casa, porque al parecer había que cambiarlo.

—Sí, nos hemos fijado que algunos junquillos también están desgastados, como por humedad, y los han rellenado con pura basura. Falta poco para que nos encontremos pañales como aislantes o relleno. —Agregó riendo, mientras llegaban al primer piso.

—Con mayor razón, entonces. Después Oscar me dirá cuanto habrá que sumar en el pago, por favor.

—En todo caso, harto buena es la casa. Ya no se ven construcciones así… solo las terminaciones están más o menos… ¡Ya, Juan, corta la luz nomás! —le gritó a uno de sus compañeros.

Marcos salió a dejar los últimos cachivaches que había encontrado, sobre los escombros que iban juntando. Varias de las cosas que él había sacado de la casa, los mismos maestros se las iban llevando, “que ganas de ser creativos como ellos, para haber aprovechado por lo menos algunos de los muebles viejos”, pensó. Esta casa era más espaciosa que el departamento que dejaban, así es que tenían varias cosas que comprar, tema que a Camila la tenía muy entusiasmada, no por consumista, sino porque adoraba los cambios y ya deseaba que su entorno fuera diferente.

Como faltaba poco para que dejaran de trabajar por ese día, salió a caminar por el barrio para seguir conociéndolo un poco más y comprar algo para comer en la noche. Le gustaba mucho el clima fresco de la época, pero la poca luminosidad que permitían pasar las nubes, sumado a su falta de actividad, lo hacían sentir somnoliento. Él no era un tipo muy activo físicamente, pero sí estaba acostumbrado a tener su mente ocupada en su trabajo y el poco tiempo disponible lo dedicaba a la familia.

En la noche, al poco rato de haber hablado con su mujer e hijos, se preparó un contundente sándwich y se sentó en la cocina a disfrutarlo, mientras chateaba por su teléfono con algunos amigos y colegas. Cuando terminó fue al living, que por el momento tenía solo un sillón, una lámpara y muchísimos materiales para los arreglos de la casa. Revisó sin mucho interés las noticias en su celular y al rato subió a su colchón, porque tampoco había cama, a ver televisión antes de dormir.

A la mañana siguiente, se levantó más animado, ya que solo debía “sobrevivir” ese día nada más. Al día siguiente vendría su familia a pasar el fin de semana, que, aunque no sería cómodo, serviría para que comenzaran a adaptarse a la nueva casa y sector. Sería como un campamento en la ciudad, como había dicho Camila a los niños.

Como era costumbre, los maestros llegaron atrasados y a tomar desayuno, por lo que Marcos ya veía que terminarían el día del níspero, aunque ellos le habían asegurado que no.

Cuando salió a botar la basura Juan le dijo, mientras fumaba en el patio:

—Ayer le dejamos algunos libros y álbumes de fotos al lado de la chimenea. No quisimos botarlos por si tiene contacto con los otros dueños.

—Ya, gracias —respondió, no muy entusiasmado pero sí inquieto porque no retomaban pronto el trabajo—. Estaré en el escritorio, por si me necesitan —agregó entrando a la casa, deseando haber terminado su frase con un remarcado e indirecto “trabajando”, pero como tampoco iba a trabajar, solo le sirvió para reírse en sus adentros.

Mientras se le autorecargaba su celular, no se dio cuenta que pasó varias horas con su micro-dispositivo, revisando sus mensajes holográficos, correos de textos, e incluso se dio el lujo de visitar algunos pueblos de Escocia, a los que en esos tiempos convenía más llegar virtualmente, a fin de cuentas lo que más le sobraba en esos momentos era el tiempo.

Cuando el hambre fue mayor que su aburrimiento decidió salir a almorzar. Se demoró más de lo que esperaba, ya que comenzó sin previo aviso una torrencial lluvia, convirtiendo su manejo, y el de todos, en un falso paseo dominical.

Casi dos horas después, mientras terminaba de comer su bistec bien cocido con papas fritas, se fijó en una chica que estaba sentada cerca de él, bastante bonita y joven. Había llegado hacía poco con dos amigas. Al rato ella notó que la miró varias veces y cuando cruzaron las miradas le sonrió coquetamente, lo que hizo que Marcos avergonzado no la mirara más. Él estaba felizmente casado, amaba mucho a Camila, se sentía muy afortunado por ser su marido pero, de todos modos, se había sorprendido en un par de ocasiones fantaseando con estar con otra, sin tener reales intenciones de concretarlo.

Cuando iba pagar la cuenta, lo llamó Oscar, el contratista encargado de los trabajos en su casa.

—Marcos, me llamaron los maestros y me dicen que no pueden seguir, ya que se les mojó el ripio. Pero van a volver mañana sábado, para ponerse al día. A las nueve en punto.

—Pero ¿cómo?… —respondió sin saber qué decir, pero al menos desahogando, en parte, su frustración.

—Se acordaron tarde que estaba en el patio y con la lluvia se echó a perder. Pero no te preocupes, mañana llegan con material nuevo y obviamente no te costará nada. Aunque sea sábado tienen la orden de que mañana no se van si no han terminado todas las habitaciones del primer piso, y lo que conversamos del patio. Dicen que esta noche deja de llover, así es que no habrá problemas en avanzar mañana.

—Bueno… qué voy hacer.

Pagó su almuerzo, llamó a Camila y le dio la mala noticia, quedando entonces que llegarían el sábado en la noche o domingo en la mañana, según como le iba en la conversación con sus hijos. Le dedicó una última mirada a la chica de la otra mesa, quien le volvió a sonreír, y se fue a su auto.

 

Por Claudia Readi Silva

Written by La Mascarada

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