Ojos desorbitados

Sus bellos ojos lucían desorbitados, su cabello enmarañado, tosía exageradamente, ni siquiera tenía tiempo de tomar aire cuando ya estaba tosiendo de nuevo. Las puntas nasales que hacían llegar el oxígeno a sus pulmones salieron volando mientras se retorcía en la cama, los espasmos bronquiales ponían su rostro morado y la máquina de signos vitales comenzó a producir alarmas extrañas. De pronto se quedó quieta, lo que me hizo retroceder.

Salí corriendo de la habitación 725 en el séptimo piso del hospital. Llegué al módulo de enfermería donde encontré a una señorita de uniforme blanco, leyendo un expediente, que en letras rojas especificaba “probable COVID-19”. Le grité que corriera a revisar a mi paciente.

—Algo pasa con mi esposa, por favor, vaya a verla.

—Cálmese, voy a llamar al doctor.

—¡No, por favor corra! Se está muriendo, se ahoga, ¿qué no me escucha? necesita que le ayuden —grité mientras la jaloneaba para que me hiciera caso.

—Rosaura, llama al médico de guardia y que se presente urgente en la 725 — pidió la enfermera a su compañera que venía llegando.

La enfermera y yo corrimos a la habitación, mi esposa ya no reaccionaba. Estaba ahí, tendida en esa fría cama de hospital, entre las níveas sábanas que cubrían sus piernas, moradas también por la falta de oxígeno. La enfermera le tomó los signos vitales al tiempo que entraba el doctor, con el estetoscopio colgando del cuello y una máscara como si se tratase de alguna película de ciencia ficción basada en cualquier guerra biológica.

—¡Está viva doctor! —gritó la enfermera—, pero se nos está yendo.

—Requiere terapia intensiva, pida que la lleven de inmediato

—Sí, doctor.

La enfermera salió apresurada y yo solo observaba a mi esposa sin poderme mover. Sentí mi sangre detenerse, dejar de fluir, escuchaba todo en segundo plano y veía siluetas borrosas moverse con desesperación, pero en cámara lenta. Sentí los brazos adormecidos, mi cuerpo y mi alma se desprendían. Me dejé caer en el sillón. Por un momento todo se volvió negro.

—¿Se encuentra bien, señor? Despierte, por favor, debe reaccionar. Necesitamos su autorización para intubar —gritaba la enfermera mientras me sacudía de los hombros.

Giré la cabeza hacia ella. Me acercó una pluma y unos documentos que debía firmar, lo hice automáticamente sin leer siquiera lo que decían.

Durante algunas horas no pude salir de ese estado, me sentía flotando en la inmensidad. Situación que duró hasta que escuché la voz de la enfermera con tono aciago informándome que mi esposa había fallecido.

Se quedó ahí parada, esperando mi reacción. No pude gritar, no derramé una sola lágrima. Los ojos de la enfermera estaban fijos en los míos que solo podían mostrar una tranquilidad poco habitual para una situación así.

—¿Está usted bien? —preguntó extrañada.

—Sí —dije secamente.

—Si gusta puedo llamar a una trabajadora social para que lo apoye.

—No es necesario —contesté mientras esbozaba una sonrisa al tiempo que regresaba poco a poco del estado de shock en el que me encontraba minutos antes.

—Bueno, le informo entonces que en cuanto el cuerpo esté listo usted debe ir al área de patología a reconocerlo, no se le hará necropsia debido al posible diagnóstico de coronavirus. Posteriormente se le entregará…

No escuché más, caminé hacia el elevador envuelto en una nube de serenidad mientras escuchaba a la enfermera vociferar para que no me fuera. Sin prestarle atención, salí del hospital y caminé por un par de horas sin rumbo fijo, siempre sonriendo. Saqué mis audífonos del bolsillo y escuché un poco de música. Comenzaba a atardecer y el cielo se teñía de tonalidades naranjas. Me sentí alegre. Mientras el sol se escondía yo tarareaba al ritmo de la música de mi celular. Así pasé gran parte de la noche hasta que llegué a casa vencido por el cansancio y me quedé dormido.

Al siguiente día acudí al hospital a recibir el cuerpo de mi esposa. Sobra decir que se siguieron los protocolos de protección contra esta enfermedad, por lo que no hubo velorios, rezos, ni situaciones por el estilo. De ella solo quedaba un certificado de defunción que mencionaba como motivo del fallecimiento “paro respiratorio debido a neumonía atípica por probable COVID-19”, y una cajita con sus cenizas, las cuales ofrecí a su madre quien lloraba sin parar.

Días después me entregaron los resultados de laboratorio que hicieron a mi esposa antes de morir, el coronavirus era negativo. A partir de ese día no paraba de soñarla, tal como la vi la última vez, con sus bellos ojos desorbitados, su cabello enmarañado y su cuerpo retorciéndose en aquella cama de hospital mientras yo presionaba con fuerza la almohada sobre su rostro.

 

Por Amira Scherezada Pastrana Tanus

 

Written by La Mascarada

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