Querido diario:
13:00. Te darás cuenta de que hace tiempo no te escribo ni te platico qué ha pasado en mi vida: actividades, emociones, sueños, fantasías, miedos, pensamientos… Sobre todo, dentro de esta cuarentena en la que todo el mundo nos encontramos debido al COVID.
Debo confesarte que, a pesar de las circunstancias por las que estamos en nuestras casas no son las que desearía, disfruto bastante estar con mi esposo y mi bebé. A inicios de año, recuerdo haber platicado con familiares y conocidos de lo injustas que son las leyes mexicanas en torno a los 90 días de licencia por maternidad. En otros países, las madres pueden quedarse hasta un año con sus bebés. En estas últimas siete semanas, he tenido la posibilidad no solo de quedarme con mi bebé sino también con mi esposo. Desayunamos, comemos y cenamos juntos; despertamos sin tanto ajetreo con los ojitos de sol de Diego Elián, mi hijo; trabajamos al lado de él, mientras somos testigos de su desarrollo motor, intelectual, emocional —inicia con sus pininos para el gateo, con sus sonrisas y balbuceos, con la asociación de momentos y rituales, con su alimentación complementaria, con sus berrinches y llantos, con la salida de dientes—. Igualmente, bailamos entre los tres al ritmo de música brasileña cuando algo nos emociona y sale bien, nos abrazamos y besamos cuando lo queremos, o al anochecer vemos la televisión juntos.
Además, vivir esta pandemia me ha dado la posibilidad de pasar por el proceso de duelo del fallecimiento de mi madre de una manera más pausada, introspectiva, acompañada y menos violenta. Al mundo “algo” realmente le pasó cuando ella partió. Justo una semana después de que ella tuvo su último suspiro (viernes 6 de marzo de 2020) comenzó el confinamiento. En esos días, no podía entender cómo el mundo giraba “como si nada” cuando alguien tan importante para ese mundo nos hacía falta. Para mí, ha sido muy duro quedarme sin su presencia. Ella fue, es y será mi mejor amiga, mi inspiración, mi ejemplo a seguir. El no contar con su manera de pensar y mirar las cosas, o con su ángulo tan sagaz y perspicaz de la vida, son aspectos que han empobrecido, por mucho, mi andar. Ni todos los millones del mundo podrían remplazar la riqueza que era tenerla a mi lado. Por lo anterior, esta pandemia ha significado también un suspenso o paréntesis dentro de mi vida. Era una Lorena antes y, seguramente, seré otra después. Mi paréntesis me ayuda a escucharme, abrazarme, tenerme paciencia, llorar, soltar, enojarme… Sentir… Tomar distancia para transformarme y retomar el camino en algún momento.
En este contexto, ubico tres tipos de días por los que he pasado. Hay días en que amanezco con mucha pila: me propongo hacer ejercicio, cocinar, preparar mis clases a distancia, revisar trabajos, leer, hablar con familiares y amigos. En fin, hago una lista de actividades una noche antes y mi sentir por la mañana es de gran alegría por la bendición de un día más. Hay noches en las que finalizo con gran parte de las actividades de esa lista. Las concluí. No obstante, hay otros días más obscuros, difíciles, apagados. Me cuesta mucho trabajo levantarme. Lloro por los rincones de la casa. No me gusta que Diego Elián o Guillermo, mi esposo, me vean bajoneada. Así que me pongo mi mejor máscara. Trato de sonreír y hacer algunas de las actividades de la lista. No lo logro. Si hago una o dos, es mucho. Opto por ver la televisión, acallar mis pensamientos y emociones. Finalmente, hay otros momentos en los que termino agotadísima y con el sentir de que no concluí nada. En esas jornadas pasa por mi mente lo difícil que es tener todas las áreas de mi vida (de esposa, madre, ama de casa, hija, estudiante) en un mismo sitio al mismo tiempo. Cuando trato de leer, mi hijo quiere comer; cuando intento avanzar en mis tareas ya es hora de preparar la comida; o bien, cuando deseo hacer ejercicio necesito decidir entre calificar trabajos pendientes, hacer la cama o desayunar.
Admito que mi esposo es un gran equipo. Entre los dos malabareamos la situación para salir con lo necesario y lo urgente: por lo menos el trabajo, la comida y el cuidado del bebé. Hago el esfuerzo para que la montaña de trastes y ropa por lavar, o por doblar y acomodar, no me inquieten, o, al menos, no tanto.
Hemos seguido las indicaciones al pie de la letra. No nos hemos reunido ni salido, salvo para lo esencial, como la despensa. Mi papá, quien vive en su propio espacio, nos visita al menos cada dos días y come con nosotros. Él continúa trabajando y va a ver a uno de mis hermanos, cuya situación forma parte de otra historia. Quien me preocupa mucho es él. No lo he abrazado ni besado desde hace más de dos meses. Se expone demasiado y, de paso, a nosotros.
Diario, en estos momentos (13:40) debo salir a comprar cosas para hacer la comida. Si tengo oportunidad, te escribo antes de las 17:00.
16:32. Regresé. Vi a más personas en la calle. Pareciera que en las calles no ocurre nada o todo se desenvuelve con “normalidad”, salvo el ambiente hostil que percibo. Pocas miradas directas a los ojos. Es raro ver a varias personas con el cubrebocas. También salí con él. De pronto, al cruzar la calle, me vino a la mente la pregunta, ¿qué pensaría mi mamá sobre todo esto? ¿qué estaría diciéndome o que sentiría? Es algo que nunca nos imaginamos vivir. Lo más parecido que ella y yo pasamos fue lo de la influenza en 2009, pero no lo tomamos tan en serio; tengo un recuerdo de ella y yo en un restaurante solas, comiendo sin preocupación alguna. No creo que en esta ocasión hubiese sido igual, sobre todo por el bebé, su Patito, como ella le decía.
Por otro lado, te platico que Claudia, la maestra que tuve en un taller de redacción del año pasado, nos invitó a través de nuestro grupo de WhatsApp a un círculo para narrar lo que vivimos durante la cuarentena. No me pudo quedar mejor la invitación. Me siento un poco más obligada a buscar el espacio para escribirte, para desahogarme y para plantearte mis reflexiones, inquietudes y preguntas.
Hace un momento, acabo de escuchar por la radio que lo más probable es que el regreso a clases se extienda hasta agosto. ¡Wow!, quiere decir que mi bebé casi tendrá el año para aquel entonces. Mi deseo de inicios del 2020 se me cumplió. Bien dicen por ahí: “Ten cuidado con lo que deseas”.
Por Lorena Chavira Álvarez