La trascendencia literaria y la (in)trascendencia mística de José Ángel Valente

Toda la obra poética y ensayística del escritor gallego José Ángel Valente (1929-2000) es de gran trascendencia como artefacto artístico aunque es dudosa la divina de su última fase mística, la cual parece tan solo apelar a un dios menor inmanente e incapaz de ordenar o de corregir el mundo. Ese dios interior está fracturado y clama tras un pasado de miserias civiles y personales en busca de paz y de unidad íntimas. Para construir esta poética, Valente la articula desde su instinto lírico tanto como desde sus palimpsestos o influencias recibidas, desde el espíritu postmodernista de reacción a los mensajes que pretenden ser cerrados o unívocos y desde sus pulsiones personales de orden esotérico o místico. Se basa en la casi inefable y siempre fallida búsqueda de lo inmanente y de lo trascendente en un intento de explicación y de redención de la aún descompuesta identidad humana en el mundo. En ello hay todo un deseo frustrado de comunicación y de solidaridad con la alteridad hacia una utópica nueva Historia ideal de justicia, de igualdad y de armonía universales que solo puede surgir volviendo al origen tras la muerte. También hay una crítica encubierta a los excesos de la era postindustrial. Por ejemplo, esos son las obsesiones con la razón pactada, con el materialismo, con la ciencia y con la tecnología. Y conviene no dejar de lado su crítica implícita al culto al ego, que se ha venido manifestando mediante un anhelo de competitividad, un ansia de poder, un afán consumista o un deseo hedonista que han rozado lo malsano. Todo este espíritu tan negativo y hasta destructivo se pretende simplemente depurar líricamente ya que en la realidad se ha probado que eso no es posible.

En este tipo de poesía, el yo lírico describe una melancólica penetración en su ipseidad para tratar de volver a su origen perdido, al colectivo y al de la vida misma con la intención de superar o de suavizar su frustración causada por los males e injusticias del mundo y con la de intentar darnos un ejemplo de comunión universal que nunca se llega a formalizar. Lo importante ha sido el camino, no la meta. Ya desde los años 70, con su poemario El inocente como punto de inflexión, empiezan a manifestarse con claridad y a predominar anhelos íntimos y místicos. Se trata de una expansión de conocimiento que cuestiona los límites del mundo y de la ciencia y de una exploración de la realidad que está más allá de la percepción común y negociada entre los humanos. Es una penetración en la antimateria, que llamamos bastante simplistamente la nada, y en los ultra o infrasonidos, que confundimos con un silencio inexistente. Esto revela los límites y problemas de percepción de nuestras mentes, no una realidad, la cual nos supera. El Premio Cervantes de 2006, Antonio Gamoneda, y el de 1981 y Premio Nobel de 1990, Octavio Paz, hicieron como Valente una larga travesía poética hacia la mística tras su paso y relativa decepción por el marxismo o socialismo, la revolución social, y tras el que hicieron por el surrealismo, la revolución psicológica y del subconsciente que nos abre hacia otros mundos similares al paranormal.

Entre las fuentes intertextuales más importantes de las que bebieron Valente y la corriente pseudomística española de la “poesía del silencio” están las de las tradiciones místicas de Eckhart, de Taulero, de los sufís, de la cábala y del cristianismo. Ellas son procedentes de las lecturas de Al Hallaj, Ibn Arabi, Farid ud din Attar, Isaac Luria, Moisés de León, San Juan, Santa Teresa, Miguel de Molinos y otros, o de sus críticos más prestigiosos como son Louis Massignon, Henry Corbin, Miguel Asín Palacios, Luce López-Baralt, Gershom Scholem, Moshe Idel, Harold Bloom, René Guénon o Dámaso Alonso, por nombrar unos pocos de ellos. Fueron asimismo irrigados por manantiales orientales, con los que las anteriores influencias convergen desde sus bases culturales, filosóficas, teológicas y esotéricas, como son el taoísmo, el confucianismo, el budismo zen o el hinduismo. De esta forma, se explora el misterio del ser, de lo que está más allá de la percepción común, de lo más íntimo y de lo más divino. De este modo, se quiere hallar una palabra matriz, origen de la lengua, del lenguaje y de nuestra manera de pensar para redimirnos con su pureza prístina, para reeducarnos y para reconstruir un sistema lingüístico que comunique a la perfección y con justicia e igualdad absolutas.

En este tipo tan sincrético y escéptico de mística que forjó Valente, una que está entre lo lírico y lo teórico y que fue muy poco práctica, estarían poemarios de su etapa más autorreferencial como Material memoria (1979), Tres lecciones de tinieblas (1980), Mandorla (1982), El fulgor (1984), Al dios del lugar (1989), No amanece el cantor (1992) o Fragmentos de un libro futuro (2000). Eso se puede apreciar con claridad meridiana en sus ensayos, entre los que destacan Las palabras de la tribu (1971) o Variaciones sobre el pájaro y la red y La piedra y el centro (1991).

La trayectoria poética de Valente se puede dividir en tres etapas unidas por una espiral de indagación inmanente hacia el centro de la identidad personal y colectiva incardinado en el origen cósmico. La primera incluye la producción que va entre los libros de poemas A modo de esperanza (1953-4) y Presentación y memorial para un monumento (1969). Es una etapa purgativa para un yo poético que evoca con frustración un pasado perdido entre la guerra civil española (1936-9) y la posguerra. En ella hay una búsqueda insaciable de catarsis personal. En ella también se va entrando poco a poco en el fragmentarismo y en la antirretórica para intentar llegar a la expresión más esencial.

La segunda se extiende desde El inocente (1967-70) hasta Interior con figuras (1973-6). Es más subjetiva e iluminativa para el yo lírico, el trasunto del poeta en el poema. Se trata de una revelación parecida a la de una teofanía influida por las tradiciones místicas ya mencionadas, por el romanticismo de Friedrich Hölderlin o de John Keats, por el simbolismo de Paul Verlaine, por el surrealismo desde Sigmund Freud, por la poesía de Juan Ramón Jiménez, de Luis Cernuda, de Edmond Jabès o de Paul Celan o por la filosofía en busca de diafanidad o de transparente razón poética de María Zambrano, entre muchos otros referentes. Con la intermediación de estas prestigiosas influencias, la alteridad se integra lentamente en un yo poético que se encamina hacia lo más oculto y desconocido de su ser, a saber, de su ipseidad. Es una agonía previa a un renacer ontológico y (meta)literario encarnada por un alter ego del yo lírico llamado Agone, el desdoblamiento que ha de propiciar el desvío hacia una mística múltiple y hacia una unidad simple del ser y de la otredad tanto exotérica como esotérica.

Su última etapa poética, situada entre Material memoria (1977) y Fragmentos de un libro futuro (2000), se dirige hacia el solipsismo o hipersubjetivismo del yo lírico. En los momentos anteriores a su deceso, ese ser fragmentado y atomizado por su contacto traumático con la historia entra en una fase de delirios, de visiones y de alucinaciones previas a su llegada al punto cero, uno de unidad interior, de aniquilación y de trascendencia inmanente. Allí se puede abrir una nueva Historia más allá de la muerte que solo se insinúa desde paradojas y oximorones y que no se representa, dejando abierto todo tipo de posibilidad: creencia, escepticismo, agnosticismo o ateísmo. En conclusión, la obra valentina explora y tantea el misterio del ser y de su origen, creación y destino. Ese es el ideario poético de este vate, uno postmodernista lleno de incertidumbre. En él, se ha querido en vano reunificar la identidad consigo misma y con la alteridad.

 
Por Jorge Machín Lucas
 

Written by La Mascarada

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