Meridiano de intemperies

I

Voy creciendo entre mi soledad. He navegado a fondo las mareas internas y derrotada en el conteo de lo inmenso, me sumerjo una y otra vez sin ningún significado. Se han roto todas las magias y todos los amarres y así, suelto como una bestia, lo oscuro se ha instalado en mis sustratos. Lástima, esperaba una vida más ilustrada y brillante. Me he confundido, cada día he optado por un lugar inexistente que ni siquiera logro imaginar, es un anhelo. Catastrófica verdad prendida en el abismo vertical de mi conciencia, me agobia y me subleva. No existe, eso es todo. El mapa lo constata pero yo, necia en mi extrema necesidad de cumplirme, insisto. Necesito un paraje donde pueda florecer este clamor, para iluminar con esa hoguera el fondo del acantilado. Pero no, no hay luz. O tal vez sí, pero la encuentro ausente en mi destino. Como si el país entero de mi existencia fuera el denso acontecer de la tiniebla y no hubiese playa ni región capaz de refutarlo. El palpitar en mi garganta ahoga. Quisiera reedificarme y apagada la sed, reconstruir el cielo interno con algún fragmento de mañana en primavera. Está bien, es un deseo, en medio de otra noche, de un año, en una vida, muy sola y muy oscura.

II

Reinvento la vigilia para escuchar precisa el sonido de la desesperanza perpetuado en lo interno, en un espacio adentro, inaccesible para el otro. Perturbadora, constante y nítida, su presencia ensordece. Muere la paz, la gloria y con ella todo anhelo. ¿Siempre regresa? No, permanece. A veces tenue, pero abrumadoramente presente. Si te inclinas, escucharás su sonido emerger del fondo de mis venas y crecer como una marejada cuando cae la tarde o es brumosa la vista del ojo interno. Pobre ojo, necesita abrirse paso entre la maleza agreste de lo cotidiano, para vislumbrar un recodo de silencio donde ya no se escuche esa voz derrotada y concreta, clasificando la vida en gris oscuro y gris pardo. Son como abortos los intentos del jardín por florecer. Se quedan chatos, expectantes e ineficientes. No avanzan, no crecen sólidas sus ramas para abrazar el sol y mecerse con el viento. Nunca nacen, enterrados en lo obscuro, dolientes y maltrechos, me desgarran. Son abortos largos, sin un vaivén o un quejido. Constatación de la misma ausencia, son su piel y su mirada, no tienen nombre ni ritmo. No otorgó Dios su aliento de vida y, sin embargo, me recuerdan cada día que no hay lujuria ni borrachera, sino vacío y soledad. Sed sí, mucha, pero eso no importa. La angustia llena el espacio, lo seduce, lo posee. Pareciera una perseguidora sin escrúpulos ni torrente sanguíneo para registrar la adrenalina. Nada. Hay sólo, nada. Desde su aparición, entre ella y todo lo circundante, sólo yo palpito desnuda y agobiada. El silencio circundante sucumbe ante ese ruido interno. La más pura certeza, la más absoluta de todas, es esta soledad que observo y no puedo abarcar. Se ha ido extendiendo entre los años como una selva sin grietas en sus muros. Sólida y ausente compañía, en un desfiladero diario de inocuos intentos por aferrarme a la vida.

 

Por Kary Cerda

 

De Tierra Nueva, (Santo Domingo, 2019)

Written by La Mascarada

Loading Facebook Comments ...