No puedo hablar del impacto de Dumbo allá por 1941, pero puedo hablar de lo que esos sesenta y cuatro minutos provocaron en mí a mediados de los años setenta; puedo hablar también de la reacción de mis hijos en los inicios de este milenio, o sobre aquélla de mi sobrino pequeño hace pocos años ante la cinta protagonizada por un elefante bebé de orejas gigantescas. Su impacto fue tal que, hasta ahora, se rehúsa a ver de nuevo la película en donde la señora Jumbo es encadenada. Lo curioso de todo esto, en las tres generaciones, es que ninguno de nosotros pensó en un animal de circo maltratado, sino que todos humanizamos a la elefanta que echó abajo un circo por defender a su cría. Lloramos por la mamá de Dumbo y su posterior separación.
En el 2019 Tim Burton, con la venia de Disney, presenta una nueva versión de aquella película en donde los humanos figuraban sólo para maltratar a madre e hijo, o para embriagar a este último. Ahora tenemos a Holt Farrier (Colin Farrell), un soldado que regresa de la guerra para integrarse de nuevo en el circo donde se encuentran su hija Milly (Nico Parker) y su hijo Joe (Finley Hobbins), ya que, al morir su madre, quedaron al cuidado de otros trabajadores circenses bajo la dirección de Max Medici (Danny DeVito), dueño del circo. Cuando Max Medici ve las enormes orejas del pequeño paquidermo se desentiende de él y lo deja al cuidado de los niños, pero, cuando se descubre que puede volar, aparece V.A. Vandevere (Michael Keaton), un frío empresario acompañado de Colette Marchat (Eva Green), una trapecista francesa. Vandevere quiere asociarse con Medici para así tener derechos sobre el pequeño Dumbo.
La lista del elenco humano que acompaña a la familia de paquidermos se hace larga y la de los animales prácticamente desaparece, lo que no explica en qué momento la película se deshumanizó. No puedo culpar a los animales creados por computadora, porque hasta eso les quedaron muy bien, Dumbo sigue siendo encantador; salvo Keaton, DeVito y la breve participación de Alan Arkin, el resto de los protagonistas están acartonados, sobre todo los niños, que se supone son quienes debían inyectar las emociones a la cinta.
Ehren Kruger fue el guionista que adaptó, o, mejor dicho, que despedazó la versión original de Joe Grant y Dick Huemer, tomada a su vez del libro Dumbo, the Flying Elephant de Helen Aberson, del cual, quiero asumir, tomaron al menos parte de esta nueva historia.
La música estuvo a cargo de Danny Elfman, quien quedó muy lejos del trabajo que hicieron Frank Churchill y Oliver Wallace en 1941. “Baby Mine” tenía todo para estremecer al público con sus acordes, pero ni la escena, ni los nuevos arreglos lograron hacernos derramar una lagrimita siquiera.
A Dumbo le puedo aplaudir la fotografía de Ben Davis y el montaje de Chris Lebenzon. A la mano de Burton le agradezco la escena de los elefantes rosas, otra parte emblemática de la película, asimismo los detalles retro del mundo circense. Y justo aquí me pregunto ¿si hicieron una película de época por qué no respetaron el momento histórico?
Es cierto que no todo en los tiempos pasados fue mejor que ahora, es cierto también que como sociedad hemos cambiado y dimos marcha atrás a cosas que nunca debieron ser, como al maltrato a los animales en el circo o incluso al hecho de alcoholizar a un menor, por más accidental que parezca, pero la historia está para aprender de ella, no para editarla y maquillarle los errores. La cinta no refleja la realidad de ese momento, ¿por qué?, ¿para no herir susceptibilidades actuales? ¿Dónde está el drama entonces? ¿Dónde quedó todo ese cúmulo de detalles que nos hicieron reír por la inocencia y llorar por las injusticias? ¿Dónde quedó el Dumbo que era empático con nosotros, que era uno de nosotros? ¿En dónde quedó todo el aprendizaje de los errores pasados, si ahora resulta que nunca existieron?
Yo no diré, como muchos lo están haciendo, que Burton “perdió el toque”, para mí el director se aferró, hasta donde pudo, a la parte oscura que lo caracteriza y eso me gustó muchísimo. Quería más de eso, pues él se mueve cómodo en la oscuridad y la historia pintaba a ser perfecta en sus manos, el problema fue que lo forzaron a ser verde y no negro.
Tal vez mi sobrino, si es que se atreve a verla, logre sanar el corazón que se hizo pedazos con la versión original y hasta pueda sentirse más tranquilo por el destino de Dumbo y su mamá. Para los niños que jamás la han visto puede ser una película linda que no les recordará a nada ni a nadie, pero igual querrán comprar los nuevos juguetes coleccionables. Yo me quedé con mis pañuelos desechables intactos.
&nbp;
Por Patricia Bañuelos