La poética de Antonio Gamoneda (1931), premio Cervantes en 2006, oscila entre un aparente silencio y una palabra imprecisa, entre una hipotética “Nada” y unos fenómenos virtuales que son más interiores de nuestro ser que exteriores a él. La suya es una lucha intensa contra la miseria y contra la injusticia tanto como contra la inefabilidad ante la multiplicidad de lo vivido y contra la dificultad de cambiar una inestable realidad desde la literatura. Por ello, su obra aspira ante todo a comunicar lo incomunicable por difícil y por sancionable por parte de la razón de Estado imperante. Ella pretende transgredir los inmorales límites establecidos por una sociedad hipócrita en busca de una moral absoluta que se resiste a manifestarse. Intenta ser una depuración catártica personal extensible hacia la colectividad. También quiere suponer una forma de evasión personal desde una vida marcada por el caos anímico producido por unas traumáticas Guerra Civil española y dictadura franquista (1936-1975) y por los subsiguientes abusos de los vencedores, del capitalismo salvaje y de la moral conservadora y católica. El propósito es huir líricamente del horror del mundo convocando y conjurando los recuerdos de pobreza, de hambre, de soledad, de pérdidas y de muerte para purgarlos y para llegar así puro a esa “Nada” en mayúscula que bien pudiera ser la antesala de un periodo o de una eternidad más complaciente para con los seres humanos.
Para ello y para buscar más explicaciones acerca de una identidad, de un mundo y de un cosmos en decadencia, el yo lírico se adentra en los extraños territorios de lo esotérico, de lo irracional y de lo autorreferencial. En apariencia estos espacios son entrópicos pero puede ser nuestra subjetiva, alienada y limitada percepción individual y colectiva la que los entiende así. Sin embargo, ellos pueden estar organizados sistemáticamente. La suma de infinitas subjetividades, como puede ser el pensamiento científico, nunca puede dar lugar a una objetividad o verdad absoluta como resultado. Da, por el contrario, lugar a una “hiper” o “archisubjetividad” negociada para minimizar conflictos de clases y de intereses. También lo hace para que unos pocos tengan mayores facilidades para mantenerse en el poder que se han ganado, con el que azarosamente se han encontrado o que han heredado. Por ello, la ciencia, en su juventud todavía, no consigue explicar bien todo lo que se sale fuera del marco de su razón, algo que pretende subsanar parcialmente el poeta al mostrarnos mediante la intuición lírica su otra cara y la textura de ese hipotético caos. Por ende, lo irracional o “pararracional” es todo un espacio de conocimiento que se ha de intentar explorar aunque sea despreciado por la razón pactada y crematística, una que nunca ha apreciado su utilidad ya que simplemente no ha llegado, en su estado de evolución actual, a poderlo investigar y explotar convenientemente. Por el momento, solo la religión, la mística y el arte se han atrevido a escarbar en ese espacio epistemológico mediante la imaginación, la intuición y el estilo (a saber, la metáfora, la metonimia, la paradoja, el oxímoron…). Estos son sin duda métodos limitados y falibles, meras insinuaciones y aproximaciones al misterio, pero nos pueden aproximar más a esa parte de la verdad y de la realidad que lo que la arrogancia, la ignorancia y el desdén científicos desean.
Así pues, la tarea de este yo poético en que se desdobla Gamoneda es una penetración en el misterio de las manifestaciones fenoménicas y ontológicas, sean estas perceptibles o tan solo alcanzables mediante la intuición. Allí el poeta penetra en el silencio. Esta es una entrada en el misterio espiritual del ser y de la palabra en que aquel se encarna. Si a la materia se opone dialécticamente la antimateria, realimentándose las dos durante los ciclos naturales, el sonido hace lo mismo con su ausencia, una que, por otra parte, es discutible ya que es solo producto de una incapacidad de percepción. De hecho, conocemos la existencia de los ultrasonidos e infrasonidos, que tal vez sean detectables por ciertos animales. La pregunta es entonces la siguiente: ¿Puede haber todo un sistema lingüístico y conceptual escondido en ese aparente silencio? Y, paralelamente, podemos preguntarnos también esto: ¿Puede haber todo un mundo y una existencia detrás de lo que es aparentemente imperceptible y estéril, uno más allá de la incompleta o espuria materia que creemos que nos rodea por sí sola? El poeta no consigue dar explicaciones a esto, pero influido tanto por el socialismo como por el krausismo, por el surrealismo y por la mística sincrética nos lleva a espacios delirantes y semialucinados que nos pueden ayudar a convocar fragmentos posibles de esa realidad ulterior que pudiera albergar un mundo más completo, más inteligente y más justo para todos.
Allí está esa “Nada”, en los límites de la muerte que se desearía, aunque se dude de ello, que fueran los de una vuelta en retracción a la matriz materna, al origen del ser, de la creación y del destino. Una “Nada”, teñida de innegable pesimismo, que debiera germinar un renacimiento, una salvación y una justicia universal. Tal vez, uniendo sabiamente lo racional y lo irracional, lo lógico y lo ilógico, lo exotérico y lo esotérico y lo científico y lo religioso o místico, se consiga dar un nuevo salto en la historia de la humanidad frente a la maldad, al dolor y a la humillación humanas para saciar la ambición de poder de unos cuantos. Ese es el gran compromiso social y testimonio sociohistórico que en lo poético opone la poesía de Antonio Gamoneda a la ruindad de los hombres y al monocorde realismo social imperante: el traer el más allá hacia el más acá para que dialoguen y se nutran recíprocamente.
En este contexto se sitúan obras de Gamoneda tales como Primeros poemas: la tierra y los labios (1947-1953 y 2003) o Exentos I (1959-1960 y 2003), en las que se produce un cambio del uso del diálogo entre el yo y el tú hacia el del nosotros, en búsqueda de solidaridad frente a la desgracia ajena, algo ya detectable en el poemario Blues castellano (1961-1966 y 2004). Posteriormente, el yo lírico sufre una implosión de identidad hacia su inmanencia y hacia una “Historia” ideal en Exentos II: Pasión de la mirada (1963-1970 y 2003), tras sentirse incapaz de dialogar con la alteridad. En su obra más emblemática, Descripción de la mentira (1975-6 y 2003), un concepto de mentira casi profética y creadora adquiere validez intelectual y discursiva para socavar la arrogante, relativa y sesgada verdad del poder, sea esta la de la dictadura, la de su razón o la de su concepto de realidad, en un simulacro de vuelta al origen materno ante las puertas de la muerte. En Lápidas (1977-1986 y 2003), título que alude a la muerte y a su valor aforístico, persiste esta bajada al final de nuestra existencia que bien pudiera ser anterior a un renacimiento global. Asimismo, toda una búsqueda interior desde la infancia y desde el amor materno se evidencia en obras tales como el Libro del frío (1986-1992, 1998 y 2004) y Arden las pérdidas (1993-2003 y 2004). Son revelaciones que llevan definitivamente al yo poético a renacer más depurado en la historia en Cecilia (2000-2004), en la Arcadia rural de una infancia falsamente recuperada en Exentos III (1990-2003 y 2004) y en el deseo lleno de interrogantes de congregarse visionariamente en lo natural para llegar a la igualdad cósmica en Mudanzas (1961-2003). Finalmente, Extravío en la luz (2008) y Canción errónea (2012) están presididos por el aliento de una muerte cercana, una que sin duda puede ser liberadora de la angustia existencial que ha atenazado el verbo poético de Gamoneda durante tantos lustros.
Por Jorge Machín Lucas
El doctor Jorge Machín Lucas es catedrático de la University of Winnipeg. Se licenció en filología hispánica en la Universitat de Barcelona, en donde cursó también estudios graduados y escribió un trabajo sobre la obra novelística de Juan Benet. Se doctoró en la Ohio State University en literatura española sobre la obra poética de José Ángel Valente. Trabaja temas de postmodernidad, de intertextualidad, de irracionalismo y de comparativismo en la novela, poesía y ensayo contemporáneos de España. Fue profesor también cuatro años en la University of South Dakota. Es autor de un libro sobre José Ángel Valente y de otro sobre Juan Benet, aparte de numerosos artículos sobre estos dos autores y sobre Antonio Gamoneda, además de un par sobre Juan Goytisolo y Miguel de Unamuno, entre otros.