I
La Guerra Civil Española fue sin duda uno de los momentos más sangrientos y dramáticos de la historia de la España del siglo XX. A pesar de su aparente brevedad (1936-1939), este conflicto de tintes cainitas, entre nacionales y republicanos, arrojó un saldo final de más de 300,000 exiliados, alrededor de 250,000 prisioneros, más de 500,000 muertos, entre nacionales y republicanos, y una feroz dictadura militar, que se prolongó hasta la muerte de Francisco Franco, a finales de 1975.
La llamada “España negra” por Juan Goytisolo, surgida a raíz del triunfo franquista, dejó además un país en ruinas, una economía devastada de posguerra y una sociedad dividida, con profundas cicatrices que aún hoy no terminan de cerrar, y cuyas marcas visibles siguen ahí, “ejerciendo su fuerza sobre la vida y la política de este país”, según nos cuenta Joan Margarit en sus memorias.
Así, luego de casi noventa años del inicio de la Guerra Civil, estas cicatrices siguen teniendo, en efecto, una honda influencia en la vida política, en el congreso y en la vida familiar de gran parte de los españoles de hoy en día.
II
Es de esta herencia fratricida que la poeta Carmen Nozal (Guijón, 1964), nos habla en este reciente libro suyo, titulado En esta honda oscuridad (Restos de la Guerra Civil Española), aparecido ochenta y cinco años después del final de este conflicto armado. El subtítulo del libro de Carmen no deja dudas a sus lectores sobre la intención de su poemario. Y de esos restos, justamente, y de los restos ausentes de Cesáreo Rodríguez Álvarez, tío de Carmen, como ella misma declara en su dedicatoria, es de lo que nos viene a hablar la poeta en este libro tan personal y al mismo tiempo —por el tema mismo—, tan colectivo, pues tiene como fundamento la memoria y la búsqueda no sólo de aquellos restos amados, sino de las palabras que se quedaron sin decir en la boca del miliciano aquél, caído al lado de sus compañeros, en la batalla del Monte de los Pinos en Asturias, defendiendo la causa de la República.
A través de cinco apartados y una posdata, Carmen Nozal desentierra una memoria familiar, que tal vez había sido destinada al silencio, a quedar sepultada en una fosa común, al lado de los restos del miliciano amado y de su batallón. Con una honda ternura, la poeta de Samsara va sacando a la luz, desentierra en este libro, con mano amorosa, las voces acalladas de su muerto y de los muertos semejantes a él, quienes, en su soledad de moribundos, no encontraron consuelo en el último instante ni tuvieron al lado la mano piadosa, que cerraría sus ojos por última vez.
Sin asomo alguno de falso patriotismo, sin rastro de consignas políticas, sin asomo tampoco de condena moral alguna, Carmen Nozal nos ofrece un poemario cuyos méritos primordiales son, al lado de su alta factura poética, la honesta voluntad de recuperar la memoria de su familiar caído y la intensidad que logra en estos poemas de verdadero duelo. Hay que oírla si no en el poema de la página 42 de este libro, donde dice:
Me pregunto si al cerrar los ojos por última vez / seguían azules.
Abro sus párpados / y veo esa arenilla / molesta.
Con la punta de un pañuelo la absorbo.
Ahora puede seguir mirando el universo / y yo inspecciono con la cabeza baja / las fechas, los párrafos, las caligrafías / de un legajo de documentos / que fui a buscar a Salamanca / y al fin veo su firma.
Con mi índice / recorro su nombre mientras lo toco, / y por primera vez, físicamente, / me uno a él. / “Soy tu familia”, susurro, para no perturbarlo / y por fin sé que él me ha llamado y he acudido / a buscarlo debajo de las piedras (…)
III
En treinta y siete poemas, que son en esencia fragmentos autónomos, pero también secuenciales de un poema mayor, titulado En esta honda oscuridad, Carmen Nozal construye con ellos una secuencia casi visual, cinematográfica, diría, en la que sus lectores, merced a las imágenes a las que nos convocan estos poemas, nos adentramos en una trama que retrata no sólo las escenas de ese combate del 1 de diciembre de 1936, en el que el miliciano Rodríguez y sus compañeros de batallón habrían muerto, luchando tal vez cuerpo a cuerpo con el enemigo o abatidos acaso por la metralla aérea y las granadas a ras de tierra, o tal vez heridos por el filo ardoroso de las bayonetas enemigas. No, Carmen no sólo retrata eso en este libro: la poeta hurga también en el sitio acaso más doloroso de la herida: la división y la fractura insalvable que provocó (¿o sólo evidenció?) esta guerra en el interior de cada familia: un padre monárquico, por ejemplo, y un tío que apostó con su vida por los días y la salud de la República.
Nada define mejor, pues, a la guerra civil que su naturaleza cainita y saturnina, pues convierte el “triunfo” de los vencedores en una gloria nefanda y sin posible redención.
En esta honda oscuridad (Restos de la Guerra Civil Española), Carmen Nozal ha ido, a través de su poesía, en busca de una memoria silenciada, que yacía perdida en un polvoso archivo militar, y ha encontrado no sólo parte de un ramaje necesario donde guarecerse, sino también las palabras necesarias para alumbrarse y alumbrar la memoria silenciosa de los muertos.
Enhorabuena, querida Carmen.
Por Félix Suárez