La verdad de las mentiras: el cuento

Mucho se ha dicho sobre el cuento, aunque es un género relativamente joven, pero un joven que ha desafiado la narrativa en busca de aquello que lo define: la tensión, el misterio, lo no dicho, la historia detrás de la historia.

Tras la experiencia de varios talleres de narraciones cortas, y la de los muchos talleres de desarrollo de obra, he tenido que enfrentarme a la aventura de intentar explicarles a otros qué es un cuento, cuáles son las leyes que lo delimitan y lo edifican. La tarea es abisal, es inconexa, fragmentaria. De todas formas, quiero intentarlo, haciendo la aclaración imprescindible de que nada de lo dicho aquí es un manual para escribir buenos cuentos. Los buenos cuentos nacen cuando los cuentistas o aspirantes a cuentistas llevan años en su ejercicio, han dominado sus recursos y tienen todavía cosas que decir.

¿Qué debe tener definido un escritor antes de lanzarse a esta “odisea”?, para mí, tres elementos esenciales:

  • La historia que quiere narrar (tema y argumento).
  • El tiempo de su narración (pasados, presente o un tiempo narrativo fuera del tiempo cronológico).
  • Y sus narradores: https://bahia.aquitania-xxi.com/recursos-para-escritores/narradores/

En todo lo demás se puede ir pensando mientras dura el camino, pero esto hay que haberlo evaluado con anterioridad.

Puede que la trama vaya construyéndose con el recorrido de la historia, y puede que en medio del conflicto aún no estemos seguros de cómo va a terminar lo que se está narrando —Borges creía que había que tener el inicio y el final de una historia, y que el resto se construía durante la escritura—, pero el argumento debe estar definidísimo, porque el argumento es la búsqueda del escritor. No se escribe un cuento para decir cualquier cosa, sino para regalar tesoros, experiencias de lectura y de vida. Y es el argumento el que lleva de la mano el tema, o los temas. Sí, un cuento cuenta un hecho, un solo hecho, como dice Juan Bosch en su ensayo “Apuntes sobre el arte de escribir cuentos”, pero cuenta dos historias, como dice Ricardo Piglia en su tesis recogida en Formas breves. Esto es la elipsis del cuento.

Para Hemingway se trataba de una teoría: el iceberg: en la superficie aparece la historia que descubrimos en el relato escrito. Debajo del agua, la historia no dicha, no contada. La segunda justifica a la primera y viceversa. Sin lo de abajo, lo de arriba carece de sentido, porque pierde su naturaleza elíptica. Todos sabemos que los icebergs son las mayores reservas de agua dulce de nuestro planeta; bloques de glaciares a la deriva. El poeta que fue mi padre decía que “los icerbergs son lágrimas a la deriva lloradas por los inuit”. Todo el mundo sabe que son peligrosos para embarcaciones y aventureros, y que si se derriten inundan el planeta y acaban con la vida. Lo mismo pasa en una buena historia. Si su mayor peso, que se encuentra bajo el agua, escondido de lo visible, se deshace, el iceberg desaparece, y la historia deja de ser, al menos, un cuento. No hay que olvidar que en literatura lo no dicho tiene tanto valor como lo dicho, o más, porque es el lector el que asume la travesía de su descubrimiento, y es esto lo que hace infinita la literatura.

Así, la historia no contada es lo que está bajo el agua: un silencio que llena todo, que aturde e impele al lector. El pico del iceberg es lo que el escritor ha usado como gancho para perpetrar sus fechorías. Según Piglia: El cuento moderno cuenta dos historias como si fuera una sola: lo más importante es lo que no se cuenta; la historia secreta está en lo no escrito, en lo supuesto. De esta forma, el lector deberá escribir la segunda historia, que funciona más por su indefinición que por sus obviedades. Si el lector no la encuentra, algo habrá fallado definitivamente. Pero si el escritor se ve obligado a decirla (explicarla) para ser comprendido, entonces se ha perdido otro elemento imprescindible del cuento: la tensiónel misterio—.

¿Qué es la literatura sino descubrir el significado de las palabras y sus construcciones? No me canso de decir que en literatura hasta las comas tienen una intención. Cuando el escritor no sea capaz de comprender o explicarse su intención para contar un suceso, para elegir un vocablo o una sintaxis —la sintaxis es una concepción del mundo—, cuando el escritor no se sienta responsable de lo que escribe, mejor puede dedicarse a cualquier otra cosa.

Dominar la intención de las palabras y las cosas es la misión del escritor. Una misión que pasa por la escritura y por la revisión. Al cuento no puede sobrarle nada y no puede faltarle nada. Y no hablo solo de términos mal usados, de explicaciones de más, de huecos, de todo aquello que en los talleres llamamos paja, y de la que hay que escombrar, de preferencia cualquier historia, pero sobre todo al cuento. Hablo también de la obligatoria intensidad del cuento, de recrearse en lo necesario y evitar a toda costa lo innecesario. Una preposición que no abone a la historia es una preposición que hay que sacar, por muy linda que nos parezca. Paul Valéry creía que corregir es una empresa espiritual de rectificación de uno mismo. Es en la corrección de nuestros textos donde realmente nos hacemos escritores y nos acercamos a la divina posibilidad de un estilo personal y único.

El cuento es estricto, es circular, como muchos han dicho, tiene solo un final posible: aquel que el lector dice, sí, solo este podía ser el final, y que, como la segunda historia, solo es visible a posteriori, no importa si hablamos de finales abiertos o cerrados; eso es lo de menos.

Para Bosch, el cuentista es padre y dictador de su historia: “la intensidad de un cuento no es producto obligado, como ha dicho alguien, de su corta extensión: es el fruto de la voluntad sostenida con que el cuentista trabaja su obra (…) el cuentista necesita ejercer sobre sí mismo una vigilancia constante que no se logra sin disciplina mental y emocional”.

Cuando el lector necesita aislarse con un cuento, desaparecer del mundo, que el mundo sea solo esa historia ante los ojos y las profundas transformaciones y emociones que puede provocar en su esencia, entonces estamos hablando de un gran cuento, avalado por las leyes de la narrativa corta: un inicio memorable y misterioso, un tema humano, de los que acercan almas, universal, la precisión sintáctica, el lenguaje pulcro y rico, la acción, la perfección de los caracteres (personajes) en sus inabarcables dimensiones y contradicciones, el conflicto que garantiza la historia, la verosimilitud y un cierre a la altura de la sorpresa de sus lectores, incluso cuando sea un cierre previsto.

En su decálogo, Julio Ramón Ribeyro dijo: “la historia del cuento puede ser real o inventada. Si es real debe parecer inventada, y si es inventada, real”. Esto es la verosimilitud en la ficción, y es una ley que no transige excepciones. Dijo también: “La historia contada por el cuento debe entretener, conmover, intrigar o sorprender, si todo ello junto, mejor. Si no logra ninguno de estos efectos, no sirve como cuento”. Y para esto, el escritor debe dominar su lengua y sus reglas: hablo de gramática y de sintaxis, sobre todo. Es el estilo de un escritor lo que lo distingue de la multitud y esta es una búsqueda de toda la vida.

Un cuento se hace de dos mundos: el contenido (la historia) y la forma (el lenguaje). El que crea que la segunda no es necesaria no llegará jamás a ser un buen cuentista. “El cuento es el tigre de la fauna literaria: si le sobra un kilo de grasa o de carne, no podrá garantizar la cacería de su víctima”, dijo hace casi un siglo Bosch, y solo el microrrelato ha logrado vencer esa máxima, que sigue siendo inapelable.

Quiero cerrar este texto, que solo pretende abrir caminos, tirar puentes, con lo que Abelardo Castillo consideró un buen cuento: “es una historia contada de la única manera posible”. Dejo en las manos de los nuevos escritores esta plegaria que exige tanto esfuerzo como la vida misma, consciente de que, si atendemos a estas leyes del género, y además tenemos ciertas dotes: como la cultura, la imaginación y el afán de la escritura, cualquier día podría nacer de entre nosotros la historia que merece la posteridad en los ojos de un lector que aún desconocemos.

 

Por Gabriela Guerra Rey

 

Written by Gabriela Guerra Rey

Escritora y periodista cubano-mexicana. Reside en México desde 2010. Autora de "Bahía de Sal", premio Juan Rulfo a Primera Novela 2016 (Huso, España, 2017 y Huso-Hiperlibro, México, 2018). Recientemente publicó "Luz en la piel. Cinco voces de mujer" (Huso, España).

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