No sé qué es lo que me gustaría más, si tener unos zapatos de tacón grises como los que usan las mujeres de elegancia discreta, perfectos para llevar en un día lluvioso o para posar en una fotografía en blanco y negro; o tal vez unos rojos, los que son como el corazón de los pies, provocativos, que van bien con o sin vestido. Aunque también podrían ser unos zapatos verdes, que hagan juego con el reflejo de mis ojos aceitunados, los que son como peras seductoras en los pies. Quizá podría optar por los pies desnudos como los que se miran con una esperanza sin propósitos definidos, de piel suave y talones finos, chasqueando descalzos sobre las losetas del patio, los que despiertan la súbita necesidad de vivir por ellos. Supongo que lo más fácil sería convertirme en el tipo de mujer por la que Guillermo Samperio caería a sus pies.
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Caperucita y el Lobo son amantes clandestinos a los que les encanta hacerle al cuento.
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Para reavivar la llama del deseo, Caperucita le pide al Lobo que use el camisón de su abuelita una vez más.
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Sin la Chingada no habría escapatoria. El GPS de nuestra existencia carecería de rutas de evacuación para ir ipso facto, es decir, en chinga, derechito por la vía libre, de puntitas o tomados de la mano. Estaríamos hablando de un México sin panacea, de un país sin rampas de frenado a la locura.
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Las sábanas limpias secando al sol son como blancos telones que liberan sus misterios al viento. Fantasmas inmaculados que flotan sujetos con pinzas, cautivos en contra de su voluntad; en un intento por evitar que vayan en pos de los amores de una sola noche.
De Amores instantáneos, 2021
Por Patricia Bañuelos