Ahora que llega a la plataforma de Amazón Prime Cincuenta sombras liberadas (2018) y que Netflix saca de su catálogo Flashdance (Adrian Lyne, 1983), convendría hablar de la crisis del buen cine erótico en el siglo XXI. Cuando se estrenó a nivel mundial el filme 50 sombras de Grey en una fecha ad hoc —14 de febrero— comenzaron a llover en las redes sociales decenas de listas, tanto de libros como de películas, afirmando que había “mejores obras que Grey”, pero prácticamente ninguna de éstas puntualizaba cuáles eran las flaquezas de la cinta para considerarla una obra inferior. En este breve texto, intentaré señalar algunos de esos “defectos”, enfocándome en la figura protagónica masculina de la película 50 sombras de Grey, comparándola con otros dos grandes seductores de finales del siglo XX, uno literario (Tomás, de La insoportable levedad del ser) y otro fílmico (John de 9 ½ semanas).
Quizá convenga empezar señalando que muchas críticas a esta película están mal enfocadas, pues juzgan el fenómeno mediático y no su calidad. Muchos olvidan que el cine es al mismo tiempo un negocio y un arte, y, por consiguiente, su desarrollo depende de las admisiones en las salas cinematográficas; en ese sentido, los mecanismos mercadológicos utilizados para promocionar esta cinta son tan válidos como los que se utilizaron para otras películas basadas en best-sellers como El señor de los anillos, Harry Potter o Millenium; películas a las que nadie les reprochó los grandes desplegados promocionales ni los millones de dólares que recaudaron. Lo que los detractores de 50 sombras de Grey no perciben o no admiten es que su malestar deviene de la sensación de sentirse estafados: el filme se promocionaba como una película erótica y resultó otra comedia romántica de día de los enamorados. Pero al aceptar esa sensación, también tendrían que admitir que, desde esa perspectiva, la película no tiene nada de reprochable, pues repite la exitosa fórmula hollywoodense de la cenicienta moderna.
La historia de 50 sombras de Grey gira en torno a una pareja y sus vicisitudes debido a un inusual contrato (tácito y literal). Si bien, el choque inicial entre una fuerza práctica y una moral parecen equilibradas, este equilibrio se rompe debido a la ambigua construcción del personaje masculino. Tanto en literatura como en el cine, nos encontraremos siempre con personajes dramáticos y dialógicos, es decir, que tienen mayor peso en sus acciones o en sus palabras: un gran personaje nace de la perfecta combinación de estos dos aspectos, y el cine, mucha veces impacta al auditorio con ciertas frases que sirven como poleas de la trama, como el “I’m gonna make him an offer he can’t refuse” de Don Corleone; el “I’ll be back” de Terminator, o una de las más famosas de todos los tiempos “To be, or not to be: that is the question”. Christian Grey es uno de esos personajes revestidos en frases, lamentablemente éstas son litotes, es decir, atenúan su significado o de plano significan exactamente lo contrario de lo que se dice.
Parece que los guionistas del filme no atendieron a la máxima de Freud: “Somos lo que hacemos, no lo que decimos que hacemos”. El protagonista de 50 sombras nos es presentado como un seductor consumado, con el estilo calculador del vampiro o del cazador experto, pero, desafortunadamente, esa imagen cae de inmediato por sus tergiversadas declaraciones, casi tragicómicas (recordemos que el héroe tragicómico, es responsable de su propia desdicha).
A continuación, revisaremos una serie de frases expresadas por Christian Grey para compararlas con su comportamiento. Asimismo, revisaremos las reacciones de los protagonistas de La insoportable levedad del ser y de 9 ½ semanas, Tomás y John, ante situaciones similares aprovechando el parecido de los tres: adultos jóvenes, poderosos, independientes, seductores, medianamente sádicos y conflictuados por una mujer que ha rebasado sus expectativas, mujer a la que quieren cuidar, bañar, alimentar, disfrutar de su presencia, pero sobre todo… someter.
La primera frase falaz que encontramos —que además aparece en los promocionales— está en el lead time de la película, a menos de diez minutos de haber iniciado ésta Grey afirma: “Creo que ejerzo control en todas las cosas”. Las palabras sucumben a los hechos, cuando Grey y Anastasia yacen después de una noche de pasión, e irrumpe la madre de éste en la casa. Esta situación, que es muy factible en un hijo adolescente sin residencia propia, resulta inverosímil en un personaje millonario autosuficiente. Sobre este aspecto, contrastemos con el caso de Tomás, que elige su libertad por encima de los lazos familiares, y que, a decir de Kundera, “consiguió librarse en poco tiempo de su mujer, su hijo, su madre y su padre. Lo único que le quedó fue el miedo a las mujeres. Las deseaba pero les tenía miedo”. Por lo tanto, sus padres jamás interrumpirían una faena amorosa al llegar intempestivamente. En el caso de los padres de John, ocurre algo similar, él los mantiene, pero viven en otro estado y son gente sencilla que jamás llegarían sin avisar a la casa de su hijo.
Volviendo a Grey, su madre no es la única fuera de su control, pues jamás puede controlar a Anastasia: ella va de fiesta, se emborracha, lo obliga a meterse a la cama, o, por ejemplo, en la primera escena de “sumisión”, él le pide que mantenga los brazos arriba, y ella sencillamente no puede cumplir la orden. Tomás, por el contrario, sí que ejerce control sobre sus amantes, por ejemplo, siempre ordena: “Desnúdate”, y ellas obedecen. John, por su parte, le da diversas órdenes a Elizabeth y, cuando no quiere obedecerlas, la obliga con intimidación. Una de las más significativas es cuando le regala un reloj y le pide (ordena) que a las doce en punto piense que él la acaricia. Esta orden desemboca en una de las escenas más eróticas del cine contemporáneo.
La mayoría de las relaciones amorosas pasan por la etapa idílica antes de llegar a la intimidad, empero, Christian Grey le advierte a Anastasia: “No me involucro en noviazgos” y “yo no soy un romántico”, extrañamente pronunciadas en pleno ritual de apareamiento, cuando la invita a tomar café, antes de “rescatarla” de un bar, para posteriormente pasearla en helicóptero, y desembocar en la presentación a su madre, que conllevará a una cena familiar, es decir, cae en todo los clichés del príncipe encantado. En lo que respecta a Tomás y John, ambos inician sus respectivas relaciones del mismo modo que Grey, con paseos y coqueteos, pero con la diferencia de que ninguno de estos dos desterraría el preámbulo amoroso con una frase tan contundentemente falsa. Y, para aderezar este punto “antirromántico”, cuando Anastasia está por entregarse a él le advierte: “Yo no hago el amor. Yo cojo. Duro”. Pero esta nueva revelación no hace mella en la chica, y más bien es él el sorprendido cuando Anastasia le confiesa que aún es virgen. Acto seguido, Christian Grey le hace el amor, galante, cuidadosa y lentamente. Nada que ver con el frenético primer encuentro de John y Elizabeth, o de Tomás y Teresa. Cabe mencionar que, poco antes del primer encuentro sexual de Grey y Anastasia, éste aseguró que nunca ha dormido con nadie, para luego “sorprendernos” con que amanecen juntos en la cama. Esta incomodidad del héroe es empleada por Kundera cuando “Tomás les decía a todas sus amantes que era incapaz de dormir si compartía la cama con alguien […]. Aquello no estaba muy lejos de la verdad, [porque] en el mismo momento de terminar el acto amoroso, sentía un deseo insuperable de quedarse solo” y las llevaba a media noche a su casa. La única excepción fue Teresa, con quien compartía el lecho para diferenciarla de sus amantes. “Hacer el amor con una mujer y dormir con una mujer son dos pasiones no sólo distintas sino casi contradictorias”.
Respecto a los “gustos muy singulares” de Grey, que es lo que más interesaba a los espectadores, hay que decir que es una de las partes tristemente más insípidas del filme. Su erotismo, sea sádico, masoquista, bondage o soft, no pasa de mostrar tímidamente cuerpos semidesnudos, algunos amarres con corbatas o esposas acolchonadas y simulación de golpes (son más evidentes las caricias con látigos que los azotes). Una obra erótica tiene la obligación de excitar a la audiencia, de despertar sus deseos, y me parece que 50 sombras de Grey fracasa rotundamente. Sin menoscabar los encantos de Dakota Johnson, emociona más ver los senos de Eva Green en la también deslucida Sin city 2, o, volviendo a 9 ½ semanas, son más excitantes los movimientos frenéticos de la rubia Elizabeth, no sólo cuando hace el amor, sino cuando hace su famoso striptease e incluso cuando pelea con John al negarse a ser azotada. Por cierto, éste no le pregunta, simplemente toma el fuete y la golpea, ante el asombro de dos vendedores, es decir, Elizabeth acepta el rol erótico sin necesidad de firmar contratos. Y aquí cabe recordar otra advertencia incumplida de Grey; le dice a Anastasia: “No voy a tocarte hasta tener tu consentimiento por escrito”, y un minuto después la besa en el elevador. Pero no es la única ocasión, porque, de hecho, todos los contactos carnales y “sadomasoquistas” que mantiene la pareja se realizan sin que la chica haya firmado el contrato. Esto ocurre debido a que hay un acuerdo más efectivo, la aceptación del juego erótico de la pareja. Todas las veces que Grey “agrede” a Anastasia es porque ella se lo pide: “Ilumíname” —le dice antes de conocer el cuarto de juegos—, “Enséñame” —le dirá cuando le pide la muestra gratis de su futura vida—, o cuando lo reta: “Muéstrame qué es lo peor que voy a experimentar”. El sadismo de Tomás va mucho más allá: él envía a Teresa en busca de su muerte a colina Petrin.
Como éstas, hay otras frases de Grey que revelan su verdadera naturaleza, una naturaleza contraria a sus palabras, y que se evidencia claramente al final del filme, cuando Anastasia le ordena que no se acerque y él obedece al instante. Christian Grey anhela ser un dominador, porque no controla más que a sus empleados, es contenido y veleidoso, y tan virgen como Anastasia: nunca durmió con alguien en la misma cama, nunca se acostó con alguien en su cuarto, nunca paseó a nadie en helicóptero, nunca le presentó una mujer a su madre. Los anhelos de ella son los mismos de él. Al igual que los detractores de la película, el personaje no acepta que es un enamorado empedernido.
Una incorrecta construcción de un personaje evita la adecuada estimulación de los sentimientos de lectores o espectadores, y en consecuencia el mensaje será confuso. 50 sombras de Grey no fracasa ya que hay otros factores que evitan el naufragio, como la fisionomía de los actores, y el, ahí sí, preciso dibujo de Anastasia Steel, a quien los productores le eligen un vestuario anodino, con la intención de resaltar a Grey, y un primer encuentro groseramente ridículo al tropezar y caer en la oficina a los pies del joven magnate. Hay que recordar que, en una historia con personajes antagónicos, se tiene que buscar un equilibrio, y como muestra, tenemos La insoportable levedad del ser, donde Teresa, al ofrecer su fidelidad al mujeriego Tomás, adquiere la fuerza moral necesaria para hacerle frente. O Elizabeth, que desde el inicio de su tórrido romance se muestra como una luchadora ante una situación que le disgusta y que no permitirá que llegue a la décima semana. Al final… las mujeres dominarán.
Por Alfredo Barrios