A la fecha he visto Joker (Todd Phillips, 2019) trece veces. Las primeras doce fueron en el cine. La primera vez que la vi me quedé inmóvil en mi asiento, incapaz de apartar la vista de la vorágine de transformaciones que iba sufriendo Arthur hasta metamorfosearse en Joker, como una oruga que eclosiona en una especie de polilla de la muerte después de atravesar un proceso doloroso de pérdidas donde deja atrás capas y capas de piel que pesa y ya no sirve. Entonces primaba la angustia, la tristeza, la sensación de infinita soledad acompañándolo a él en semejante viaje, también solitario. Un viaje que varios de nosotros seguimos extasiados como si fuera el del camino del héroe, pero donde no hay ni héroe ni villano, sino simplemente un hombre que se va desarmando incapaz de responder al mandato capitalista de ser feliz, como el mismo Arthur nos dice: “It’s so hard just to try and be happy all the time”, y que en su incesante caída va perdiendo todo lo que lo sostenía y vuelve a armarse con los retazos que le quedan (un cuerpo, una imagen, un nombre, un origen maldito, un porvenir oscuro) a partir de un crimen al que seguirán otros, consolidándose finalmente como Joker, el bufón que ahora se ríe de absolutamente todo porque no cree en nada y no tiene nada más que perder.
Esa primera vez salí del cine sin palabras, con un peso adentro que condensaba una tristeza inmensa y una sensación de haber visto algo de una belleza insoportable. Como si me hubieran inoculado con un veneno y aún siguiera conmigo después de los créditos. Quizá por eso tuve que volver una y otra vez al cine. Pero ya la segunda vez fue diferente. Cada vez lo fue. Descubría cosas nuevas, sutilezas y detalles que hacían de la primera experiencia de angustia, solo soportable gracias a las ráfagas de belleza que asomaban en cada escena y movimiento de Joaquín Phoenix, de pronto, simplemente belleza de principio a fin. Un gran velo al horror cotidiano de tantos narrado en forma de comic. Para mí, eso es lo que logra el arte y lo que encierra su potencial “salvador” de lo humano. Y fue así que a partir de la segunda empecé a disfrutarla, a apropiarme de la voz de Arthur/Joker al punto de inspirarme en ella para escribir un poemario tributo que vio la luz el pasado domingo 9 de febrero, el mismo día que Phoenix recibió el tan merecido Oscar por su brillante creación del personaje (no tengo dudas de que aquí el actor es un creador en su encarnación de Arthur/Joker, un autor en sí mismo, y sabemos que improvisó varias escenas fundamentales de la película dándole un curso que incluso mejora el guion original).
Recuerdo que la quinta vez que vi la película ya estaba cautivada por escenas enteras como si cada una fuera una joya en sí misma, así también por la fotografía, la paleta de colores, la música y la banda sonora original de Hildur Guðnadóttir, los gestos, las miradas y hasta el tono de voz de Phoenix, su danza y movimientos a lo largo del film, todo lo que hace con su cuerpo y el camino que recorre en su transformación desde el maquillaje, el vestuario, la postura corporal y la risa, esos elementos que podemos ver cómo van mutando desde la primera escena hasta la última. Fue entonces que empecé a pensar al film como un tratado de la belleza y lo horrible, que se va transformando, superponiendo, expandiendo, abriendo y cerrando durante todo el film, y eso me parece hermoso, eso que hace que algo horrible sea bello y algo consensuado como bello o deseable por la sociedad en que vivimos se torne horrible. Como cuando Joker está en el show de Murray Franklin y dice: “Comedy is subjective… Murray, isn’t that what they say. “All of you, the system that knows so much, you decide what’s right or wrong, the same way that you decide what’s funny or not”, y yo agregaría, en este mismo sentido, “lo que es bello o no”.
No creo que sea casual que Joker (ya no Arthur) use el término “awful” para referirse a la gente y a Murray en esa escena televisiva donde vuelve a encontrarse como objeto de burla del otro. Si bien tiene diferentes connotaciones y en los subtítulos de la película aparece traducido como “malo”, “awful” es “horrible” y me gusta más esa traducción porque nos corre del binarismo de bueno y malo, más simplista (¡si bien lo incluye!), y nos ubica en el registro de lo bello y lo horrible que me interesa resaltar acá. Joker dice: “I killed those guys because they were awful. Everybody is awful these days. It’s enough to make anyone crazy”.
Por eso la escena que tanto me fascina en la película es justamente aquella que resignifica esta otra previa en la pantalla/marco de la TV/ventana (siempre está presente la mirada recortada por un marco), cuando Joker está en el patrullero mirando él mismo el paisaje de anarquía y revuelta de los «clowns» agitados por el desprecio de Thomas Wayne en la TV e inspirados por él mismo (Joker) sin que él siquiera se lo propusiera, como bien lo dice: “Do I look like the kind of clown that could start a movement?”. Joker es un outsider que causa al resto (siendo que él mismo es resto) pero que queda afuera, está solo, aun cuando está rodeado de festejantes en esa escena de pseudo redención (al menos a sus ojos). Causa a esta gente desde su propio lugar de (a)byecto pero al fin y al cabo vuelve siempre al mismo lugar, en este caso Arkham, el hospital psiquiátrico donde queda recluido. Y no sabemos a dónde conduce esta revuelta del pueblo, pero se produce un movimiento. En esta escena del patrullero, de repente, fascinado por esta visión de destrucción que encuentra después de su último crimen, Joker responde a los policías que lo increpan por su extática sonrisa frente al caos (y para mí, este es uno de los mejores momentos de la película):
Policía 1: Stop laughing, you freak, this isn’t funny .
Policía 2: Yeah, the whole fucking city is on fire because of what you did.
Joker: I know. Isn’t it beautiful?
“Lo sé, ¿no es hermoso?”. Y sí, lo es. Por eso, para mí, Joker es, entre otras cosas, una película sobre la belleza, la destrucción y hasta el renacimiento. No creo que tampoco sea casual que cuando lo levantan del patrullero parezca una especie de payaso-Cristo maldito convertido en héroe de los desposeídos que se pone a danzar su extraña y singular danza y a remarcar a pesar de la tristeza inconmensurable que transmiten sus ojos, esa sonrisa sangrante, corrida, fuera de lugar, del sistema, del sentido común —como la risa inoportuna e incontrolable de Arthur que no hace lazo— y diría, con esto, que it’s impossible to be happy, pero hay dolor, hay muerte y, claro, hay belleza. Y agrego una cosa más que me parece fundamental para apreciar todo esto, y es que es posible justamente porque es una película. Por eso también Joker es un homenaje al cine, al arte en sí mismo quizás, en tanto permite subvertir lo horrible/lo bello y hacer de eso un relato que no está ni bien ni mal en tanto se trata de eso (un relato, una ficción). A fin de cuentas, en el cine se mira y no se toca.
Por Melisa Mauriño