Sucede con las obras que disponen de una escenografía más o menos aparatosa, que la escenografía se vuelve un segundo personaje; el personaje que es la escenografía en TR3S, de José Alberto Gallardo, es capaz de hablar por sí solo, de proponer el concepto en su conjunto que esta obra implica: como si asistiéramos al teatro sólo para ver el trabajo de Jesús Hernández, encargado del diseño de escenografía e iluminación, desde el principio nos intriga en algo ese espacio cúbico oculto por cortinas, del que asoma un árbol, que constituye la proposición espacial donde se desarrollarán los hechos.
El planteamiento, tal como fue concebido, roza la genialidad, y estaría casi a punto de decir que “pero mucho me temo que se queda en roce”, si no fuera porque la obra consigue su propósito: el retrato del vacío existencial y la subsiguiente sensación de vacío que ello conlleva. El planteamiento, decía, como tal, se sucede en dos planos, cada uno de los cuales es el testigo del modo en que los mismos registros ―las palabras― son empleados con distinto destino según sea quien los enuncie. En dos planos de cotidianidad distintos, esa cotidianidad que constituye o “constela la vida en hechos mínimos”, se sucede en su naturalidad mientras nosotros observamos el desenvolvimiento paralelo de dos espacios distintos, separados primero por una sola pared, pero que después se sucederán en dos casas distintas ―adentro del cubo hay una casa― o, mejor dicho, en una sola casa en la que viven dos pares de personas distintos, cada una de cuyas intervenciones indica al espectador de qué par se trata.
La mañana de un día cualquiera de la semana, se sucede vista en esos dos planos, y su transcurso, en el orden de una cotidianidad a la que está encabalgado, marca el sentido de la cuestión escénica.
En una habitación, una mujer, estudiante de filosofía, trata de recordar los pormenores del día anterior, en que “se enamoró de alguien pero no sabe de quién”. La reconstrucción de los hechos irán llevando a los personajes a escenificar esa noche anterior.
Diríase que es intrascendente saber si es una obra “que valga la pena” ―si es una “buena” obra― o si es una obra prescindible: en todo caso, lo que importa en esta ocasión, es que no es ni una cosa ni la otra: la balanza no se inclina ni en favor de su calidad ni en favor de su desperdicio: se inclina en favor de algo más abstracto, quizá inenarrable.
En algún momento de la obra, una chica le dirá a otra que “el baño es su universo paralelo”. Eso parece ser el lugar donde ha de ser depositada la estupidizante sobrecarga de teoría que hay en la cabeza de otro de los personajes, un profesor de matemáticas, como si sus proposiciones tuvieran una aplicación efectiva, el mismo día, en otro cuarto, en otro departamento, lejos de ahí y del contexto de su propia vida, la del profesor, quien dirá en cierto momento: “yo entro desde hace un mes a la mañana de un mundo totalmente distinto”.
La obra, también, rescata, pero no responde, el valor esencial de la sola pregunta por Dios.
TR3S se presentará en el Teatro El Granero, Xavier Rojas del Centro Cultural El Bosque los jueves y viernes a las 20:00 horas, los sábados a las 19:00 horas y los domingos a las 18:00 horas a partir del 23 de marzo.