Hoy es 12 de febrero, trigésimo sexto aniversario luctuoso de Julio Cortázar, inevitablemente me siento melancólico, y pienso en el padre de todos nosotros, los Cronopios. Como cada año, siento este día como un reproche, pues obligaciones domésticas y laborales me impiden leer y llorar a Julio como se merece. Entonces, antes de dormir, en el librero frente a mi cama, veo como una reconciliación la ya añeja película de Tristán Bauer, Cortázar; todavía en formato VHS. Y evitando la lágrima reservada para el momento en que Julio se pasea por el Sena al ritmo de Java, despierto a la vieja videocasetera y la pongo a trabajar. Está película documental, desde un espectro muy amplio de imágenes y sonidos, abarca la vida y la obra del autor argentino de manera inteligente, emocionante, conmovedora. Bauer ha conseguido lo que siempre anheló el doctor Frankenstein: volver a dar vida; pues realmente Cortázar está ahí, frente a nosotros, y ríe y llora y nos cuenta su infancia y su llegada a París y las últimas preocupaciones de su vida; nos comparte sus opiniones sobre literatura, sobre lo fantástico, sobre París, Buenos Aires, Cuba, Nicaragua y demás lugares que amaba. El guionista y director supo jugar magistralmente con todo el material que tenía en torno al escritor argentino, construyendo así una hermosa biografía literaria hecha completamente con textos del autor; Bauer logró ensamblar de manera perfecta cada fragmento de texto, cada entrevista, cada fotografía, cada poema, cada canción, para formar un puente que nos devuelve vivo a nuestro querido Julio. Ahora, en la madrugada de un nuevo día, ya no tengo que indagar si este fragmento es de “Las babas del diablo”, o de Rayuela, o de Los autonautas de la cosmopista, ya no necesito saber si los poemas dedicados a Nicaragua, al Che, a la verdadera cara de los ángeles se encuentran en La vuelta al día en ochenta mundos o en Último round; sólo me dedico a disfrutar el cortometraje inserto de “Torito”, los textos de Historias de cronopios y de famas y los tangos compuestos por Julio en la voz de Edgardo Cantón, perfectamente musicalizados por el Cuarteto Cedrón, y dejo que el crepúsculo entre reconfortante por mi ventana.
Por Alfredo Barrios