Taboo, serie original de Steven Knight (Peaky Blinders), coescrita con Tom Hardy y su padre, Edward «Chips» Hardy, para la BBC One y el canal FX, se desarrolla en la ciudad de Londres en el año 1814. James Keziah Delaney (Tom Hardy) se aparece para el funeral de su padre, con una apariencia de loco y una fortuna en diamantes. Todos lo habían dado por muerto tras un viaje a África diez años atrás, los más sorprendidos con su regreso son su media hermana, Zilpha (Oona Chaplin) y sir Stuart Strange (Jonathan Pryce), presidente de la Compañía de las Indias Orientales, quienes pensaban negociar con su herencia: una isla en la costa oeste de Canadá, llamada Nootka Sound.
De nueva cuenta estamos en la oscura y sucia ciudad de Londres a principios del siglo XIX, en ese mundo decadente que se forja a las orillas del río Támesis, tan propicio para el hampa y la delincuencia, un marco excelente para la ficción histórica que tiene que ver con la intriga y el peligro, aunque esta vez viene con un toque sobrenatural.
La complejidad del personaje de James Delaney incluye una relación incestuosa, un bloqueo en la memoria y una locura no confirmada que bien pudiera ser una posesión demoniaca o sólo la capacidad de ver gente muerta. Parece apegado a su madre, pero en realidad es con el padre con quien tiene más asuntos que resolver.
La ambientación es muy buena y el desarrollo de cada personaje es extraordinario, tanto por efecto de la caracterización como por las actuaciones mismas. Quizá el rol de Oona Chaplin se quede sin sentido; pese a que el morbo de Taboo recae en ella da la impresión de ser un huevo sin sal. David Hayman, Edward Hogg, Stephen Graham, Michael Kelly, Tom Hollander y Franka Potente, además de los ya mencionados Hardy y Pryce, se desenvuelven a la perfección.
Taboo, como todas las series históricas, hacen de la ciudad en la que se desarrollan un personaje importante. En este caso la ciudad es tan sucia y lasciva como sus habitantes. Perversiones que tienen que ver con el mundo de los vivos y el de los muertos, aunque, con este último, se quedan muchas interrogantes. El último capítulo está de infarto, te deja con dudas no del todo resueltas, cosa que hará más larga la espera por una segunda dosis de un Tom Hardy moralmente inaceptable, pero delicioso.