Hasta la China fueron a dar mis mechones con el ventarrón es un monólogo del escritor israelí Amos Oz, adaptado a un tipo de contextualidad mexicana, en la que se alcanzan a vislumbrar, de todos modos, un par de jirones de lo que es la cotidianidad israelí, una de la que Toña es un miembro ejemplar y en la que no faltan los lugares comunes, más que de la relación de pareja, de la relación entre hombre y mujer en el contexto del matrimonio. Lo que parece ser un piso de loseta bicolor, con el orden de sus no más de cuatro objetos, silla, florero, bolsa de mercado y radio, en donde se adivina el olor a limpio de una casa parca, se convierte pronto en un micro-caos de histeria y desquiciamiento, contrapuntos de un drama de tonos ebrios en donde la crisis personal crece a tal altura que el orden inicial pronto se convierte en un torrente de objetos distribuidos incoherente o desordenadamente sobre el escenario.
Desde el inicio, Toña insiste con no soltar una línea indefinida (pero, afortunadamente, creciente) en su trazo y cuyo sentido “del humor” es constante, sin que por varios minutos iniciales dicha línea logre atrapar con su gancho la campana de ninguna risotada, hasta que el público, cada vez más desembarazado, comienza a canjear rápidamente un montón de risas en la taquilla del chiste más o menos aparatoso. Diríase que Toña mantiene una suerte de crítica enfadada en contra de ningún objeto en particular, o, tal vez, contra un montón de cosas casi tan afincadas en el ideario de la estupidez colectiva que se creerían “pre-existentes”, inamovibles y eternas.
Toña, una mujer ordinaria que se esclaviza trabajando para su marido y que dedica sus ratos libres al estudio de la psicología vulgar contenida en las revistas para mujeres, entre ellas, una que ostenta un artículo con el título «Cómo hice que mi frigidez fuera un arma letal en la cama», es abandonada por su marido, quien ha comenzado una relación con alguien más, y las mil y una ocupaciones cotidianas de un ama de casa y la organización que se da para resolverla, deja, poco a poco —o mucho a mucho— loca a Toña, quien, además de organizar en voz alta un día cada vez más imposible, lucha cuerpo a cuerpo con la fantasmagoría de “la otra”, y que podría ser cualquiera: de allí que la paranoia de la mujer adquiera tintes más o menos desconcertantes pero, por lo mismo, hilarantes.
Además de haber sido obsequiada por su esposo con un frasco de poison, auténtico perfume francés comprado en Toledo, “veneno” olfativo, y descubrir, por el hilo conductor de sus inferencias, que una revista donde lo leyó puede equivocarse allí donde a un hombre lo seduce en primer lugar el aroma de su mujer, puesto que ella siempre usa ese perfume que él le regalo, la índole de conjeturas alucinadas que lanzan a Toña a la calle con el aspecto de un vagabundo, es copiosa. La veremos, en uno de sus paseos, sentada en la banca de un parque, frente a la lista del mandado, donde, por asociación, un kilo de naranjas o un poco de mantequilla se convertirán en una forma de la poesía, esa afectada por la impresión de la desolación, como si la única luz de ese momento sobre el proscenio figurara el blanco y negro de la cinematografía.
Las funciones de Hasta la China fueron a dar mis mechones con el ventarrón tendrán lugar todos los días miércoles a las 20:30 horas del 30 de agosto al 13 de diciembre, en el Foro La Gruta, del Centro Cultural Helénico. Los boletos tienen un precio de $200 y están disponibles en Ticketmaster y en la taquilla del teatro, ubicado en Avenida Revolución 1500, colonia Guadalupe Inn, delegación Álvaro Obregón, CDMX.
Por Jerónimo Gómez Ruiz