Hace poco vino a mi memoria el pasaje en el cual Saul Goodman (Breaking Bad), a fin de remarcar su habilidad retórica, hace mención a cuando convence a cierta mujer de ser Kevin Costner, luego, como se recordará, la situación es recreada en Better Call Saul. De allí que tuve a bien revisitar algunas películas de Costner, entre ellas 3000 Miles to Graceland, film no tan fácil de hallar y sobre el cual encontré, en lugar de la película, cierta cantidad de crítica negativa.
Hace ya bastantes años que vi por primera vez dicho trabajo, o, puede que, quizá haya visto sólo algunas partes, pues mi recuerdo es sumamente fragmentario, empero, recordaba una gran escena de tiroteo al final y el asalto al casino —suceso que prácticamente detonará toda acción del film—.
En la película —conocida en español como 3000 millas al infierno— se conjuntan dos actores de gran estatura: Kevin Costner y Kurt Russell, ante tal binomio podría presuponerse cierta garantía. Cuando contrasté mi buen recuerdo del film —así sea un poco nebuloso— y la mencionada crítica, decidí verlo con cierto detalle.
El inicio no es del todo halagador, pues se muestra allí una animación por computadora de poca calidad y que no aporta nada al film, además de la impresión de que no se está ante una película “seria”, y de que los detalles son poco cuidados.
Mike (Kurt Russell) llega al pueblo, ostentando un gran auto: rojo, clásico, llamativo… Apenas ha aparecido en escena y ya ha trabado relación con una bella mujer (Courteney Cox) que, para su infortunio, resultará una embaucadora profesional y cuyo hijo es pieza clave para sus embustes.
Poco después Mike se reencuentra con un viejo conocido, Murphy (Kevin Costner), quien llega con su banda. Su pinta, sus actitudes y su forma de hablar hacen que a leguas se note que se trata de un «tipo malo» —uno de los tópicos con los que juega el film— que trama algo grande.
Hablé de los detalles, aunque ahora lo haré en otros términos, pues, en dicho encuentro, el personaje de Costner, al ver cerca de allí al hijo de Courteney Cox, pregunta a Mike si lo conoce, si es su socio, a lo que éste responde que el hecho de que el niño porte un arma —la cual es de juguete— no lo vincula con él ni lo hace conocido suyo. A mí me parece un diálogo estupendo que, por más que pueda caer en el cliché, va delineando el humor cáustico del film —que no pide nada a aquel de Robert Rodríguez o Quentin Tarantino— y se afirma como índice del sino de sangre y crimen que marca a los protagonistas-antihéroes.
Quien tiene el arma más poderosa pone las reglas.
Desde el viaje que los personajes emprenden para llevar a cabo el asalto al emblemático casino Riviera se perfila uno de los motivos principales de la obra: aquel de Elvis. Por alguna razón que aún no se nos muestra, Costner está obsesionado con la leyenda del rock y su banda aprovechará una convención en torno a “The King” para hacerse ricos y darse la gran vida, luego de una prolongada estancia en prisión.
Para intentar dar cuenta de los puntos flojos referiré la secuencia previa al asalto: cuando Mike se está disfrazando, mientras suena “Trouble” de Elvis, la cámara y los efectos le dan un tono caricaturesco a su preparación, o, supondré, que sea más preciso decir que de videoclip, pues apenas me entero de que Damien Lichtenstein, el director y productor, se dedica fundamentalmente a dicho campo, también de allí asumo que derivará el que muchas secuencias se vean sin una cohesión bien conseguida, haciendo un tanto extraños los cambios de escena y el propio hilo narrativo, el cual, en realidad, es débil. Volviendo a la cuestión de la música, debo reconocer que teniendo a mano el tema de Elvis era difícil resistir la tentación y trazar —nuevamente— cierto tono de lugar común, mismo que tendrá una de sus reproducciones, por ejemplo, en la escena de Murphy y “Bad to the Bone”.
Muchas de las situaciones del film rompen por entero un posible pacto de lectura que permita considerarlas en registro “realista”, y, aunque suelen ser exacerbadas aquí, habrá que preguntarse qué película de acción de la época no comete en mayor o menor medida dicha “infracción”. También supongo que esto choca con aquello, tan en boga, que cierta crítica ha gustado llamar hiperrealismo en parte del cine contemporáneo, por ejemplo en aquél de superhéroes de cómic —cuyas adaptaciones cinematográficas en general detesto—.
Ante tal contexto, 3000 Miles to Graceland puede percibirse como un film de tintes exagerados, más o menos al estilo Kill Bill, Machete o Desperado, aunque con más lugares comunes y narrativamente menos consistente. Se torna una suerte de pastiche de diálogos, escenas, personajes y canciones del cine de acción, aunque algunos de ellos muy buenos, a la altura de cualquier grande del género.
Coincidiré con la mayoría de las reseñas a las que eché vistazo en mi búsqueda del film: no puedo decir que se trate de una buena película —entendiéndola como obra unitaria— pero sí que tiene secuencias, diálogos y personajes memorables. Lo mejor es el tiroteo final, y el personaje que se lleva las palmas es Murphy, un villano de gran calado que invita a profundizar en el trasfondo de sus obsesiones.