¿Cuántos documentales harán falta para llevar a los ojos y a la conciencia de todo el orbe la guerra en Siria? En verdad lo ignoro, pero mencionaré algunos:
- Nacido en Siria (Documental, España, 2016). Premios Goya: Nominada a Mejor documental
- Watani: My Homeland (Mediometraje documental, Reino Unido, 2016). Premios Goya: Nominada a Mejor documental
- The White Helmets (Mediometraje documental, Reino Unido, 2016). Premios Oscar: Mejor cortometraje documental
- Last Men in Aleppo (Documental, Dinamarca, 2017). Festival de Sundance: Mejor documental (World Cinema)
Historias absolutamente desgarradoras, cineastas arriesgando la vida como si fueran corresponsales de guerra. La temática en los festivales se ha vuelto repetitiva, en lo que va del 2017 circulan ya tres documentales con este tema peleándose los reconocimientos. ¿Qué se premia en los festivales? ¿La devastación, la crueldad, el valor, la muerte, la vida, la guerra?
Es imposible referir la Guerra Civil Siria sin hablar de los Cascos Blancos. Los últimos hombres en Alepo sigue los pasos de tres miembros de esta organización humanitaria, Khalid, Subhi y Mahmoud, quienes determinan permanecer en la devastada ciudad de Alepo a fin de salvar vidas en este cruel escenario.
El escritor y periodista turco Feras Fayyad dirige su primer largometraje documental, junto con el editor y director de cine danés, Steen Johannessen. Juntos elevan la categoría documental a un nivel diferente. Si usted ya vio The White Helmets, no piense que esto es “pan con lo mismo”, es más, antes de ver Los últimos hombres en Alepo (si es que lo consigue), vaya a Netflix a buscar The White Helmets, nada más para darse una idea de si será capaz de soportar, con mucho menos producción, mínima edición y sin retoques, la crudeza de una guerra.
Panaderos, ingenieros, taxistas, abogados, albañiles y maestros, se dieron a la tarea de integrar la organización de voluntarios: Cascos Blancos, cuando todas las organizaciones internacionales tuvieron que abandonar Siria por razones de seguridad. En seis años de conflicto se calculan al menos 450 mil muertos, 1.5 millones heridos y más de 10 millones de desplazados. Ciudades sagradas como Damasco, Hamas, Homs y Alepo son una pila de escombros, pese a ello, la gente se aferra a la tierra donde nació. Muchos se negaron a irse, otros tantos regresaron a vivir en los edificios a medio destruir a pesar de que las bombas no dejan de caer.
Los Cascos Blancos son la única opción de ayuda a los civiles, por desgracia no son inmunes al genocidio, mucho menos al escándalo que en cierta manera los desacredita, aunque para mí, después de este documental, ya no hay sombra que pueda caer sobre ellos. El tiempo se encargará (espero) de señalar las manos que mueven los hilos, a los verdaderos tiranos.
La temática del documental gira en torno a los integrantes de esta organización, a las razones que los mantienen ahí, a la disyuntiva de enviar a sus familias a un campo de refugiados o de permitir que junto con ellos arriesguen su integridad. La vida sigue en Alepo, entre los escombros hay bodas y nacimientos, hay familias que buscan con desesperación momentos para jugar y sonreír. Entre los voluntarios existe un gran sentido de la responsabilidad, pero sobre todo hay una urgente necesidad de sentirse humano, de ser testigos de que la vida, en cualquiera de sus formas, será capaz de abrirse camino entre tanta crueldad y muerte.
La distancia a la que estamos del conflicto nos mantiene a salvo, la necesidad de encontrar una manera de ayudar a esta gente me lleva a buscar en el cine una forma de concientizar al respecto, pero le advierto que yo comencé a llorar a los cinco minutos y salí de la sala con el alma hecha pedazos. El impacto de esta cinta tiene más poder destructor que cualquier arma química, mayor devastación de la que (oficialmente) causó “la madre de todas las bombas”.
Los últimos hombres en Alepo es un retrato heroico de aquellos que todos días tratan de aferrarse a su humanidad, no sólo por tener algo qué hacer rescatando vidas entre los escombros, sino para no perder la fe, esa misma fe que, en principio de cuentas, los ha llevado a matarse unos a otros.
Por Patricia Bañuelos