Raras veces —si es que acaso hay alguna, Un viaje a ciegas, por ejemplo— el teatro se pregunta si sería capaz de hacer encarnar en el público a un personaje, raras veces se centra en el espectador entendido como parte de la puesta en escena —y no me refiero a esos “rallys” participativos—. Ante la pregunta de cuál es la índole de impresiones y sensaciones que acompañan a un ciego que asistiera al descorrimiento de hechos simultáneos que lo rodean un día al sentarse a la mesa de un bar, podemos tal vez apelar a la respuesta que de esa pregunta ha hecho Martín Bondone, respuesta que nos ha ofrecido bajo la forma de puesta en escena, en una obra en la que por medio de impresiones auditivas, olfativas y táctiles, el curso de los acontecimientos va llevando del espacio del bar a las demás espaciotemporalidades a las que se remontan por medio de sus recuerdos los concurrentes de dicho bar argentino. Somos, pues, de pronto, un ciego, que asiste al vivir cotidiano de todos los demás —todos esos que sí ven, y que se desenvuelven con su característica natural, mientras nosotros, sabios pensadores de la oscuridad, nos limitamos a atender la índole de cosas que hacen, la índole de cosas que dicen, la índole de cosas que sienten, la índole de cosas que piensan—.
El elenco está constituido por César Martínez, el dueño del bar, Facundo Bogarin, que hace de Don Rosendo, un borrachín adepto al lugar, Belén Cabrera, quien interpreta a Ernestina, una cantante que trabaja en el bar, Nicolás Romero, el empleado de nombre Arturito, y, como contrapunto, en el piano nos acompaña Carlos Cabrera, en tanto la “magia y efectos” corren a cargo de Julián Bondone.
En esta ocasión mi libreta-de-críticas está vacía, por la total oscuridad del teatro. Ya desde que esperaba la entrada, anoté en ella que:
Teatro para ciegos, no habrá notas y, por lo que puedo apreciar, los encargados de filmación en prensa están un poco desorientados.
Para mí, ser ciego durante 70 minutos y haber estado sentado en un bar argentino, donde una cantante de tango cuya belleza no podría adivinar, un borrachín de quien adivino la cara deformada, y un tercio de personajes más, califica como una de las experiencias más auténticas y emotivas a que he asistido en el teatro.
Un viaje a ciegas se presentará en el Teatro de la Ciudad Esperanza Iris, en el contexto del Segundo Festival Internacional de Teatro Sensorial por la Inclusión, el 20 y 21 de abril.
Por Jerónimo Gómez Ruiz