Blackway es un film de atmósferas y personajes enigmáticos, asimismo es el punto de reunión de dos grandes: Anthony Hopkins y Ray Liotta.
Blackway es el hombre que nadie quiere ver, con quien nadie quiere problemas, es un nombre que sería mejor no escuchar. Es justamente por ello que me parece curioso que se haya decidido llamar a la película El protector en nuestro país. El nombre del villano que domina el pueblo parece bastante cargado de significación, aun admitiendo la cuestión idiomática que en pleno auge de la globalización apenas debería suponer problemas.
El asunto es que tal personaje se vincula a esa raza de forajidos con los que el protagonista nunca debió haberse cruzado, disgustarlos equivale a una sentencia de muerte. Me refiero a tipos como The Man With The Plan en Things to Do in Denver When You’re Dead o The Nightrider en Mad Max.
En similitud a otro gran villano como The Joker, Blackway resulta bastante obsesivo, y esta vez su atención se concentra en una joven que regresa al pueblo después de una gran ausencia. Lillian (Julia Stiles) ha vuelto a causa de la muerte de su madre. Parece ser que la tragedia sólo puede engendrar más tragedia.
Ante el acoso del villano, Lillian busca ayuda, pero se da cuenta de la influencia que su agresor ejerce en el poblado. Dicho lugar es una especie de Silent Hill, pero en vez de niebla y encarnaciones diabólicas, los poderes que trasmutan la atmósfera son la corrupción y el miedo, el actuar de criminales que se deleitan en lo violento y gozan de absoluta impunidad.
Blackway es un relato de pasados velados y cuentas pendientes que hasta ahora nadie se atrevía a saldar, es allí donde Lester (Anthony Hopkins) entra en juego y une su voluntad a la de Lillian.
Les es demasiado viejo, así que echará mano de su protegido Nate (Alexander Ludwig), un joven hercúleo y lacónico que ve al personaje de Hopkins como una suerte de colega, mentor y padre al mismo tiempo.
Con estas piezas en el tablero, Lester y compañía buscan invertir los papales habituales y emprenden la caza de Blackway.
Por Rafael Díaz