La chica del tren (The Girl on the Train) es un drama con toques de suspenso basado en el best-seller homónimo de Paula Hawkins. La protagonista es Rachel Watson (interpretada por Emily Blunt), una mujer destruida y que ha perdido todo propósito en la vida.
Rachel ocupa sus días viajando en un tren mientras reflexiona acerca de sí misma, sin reconocerse, rememorando de manera inexorable sus desgracias en medio de una embriaguez que procura ver interrumpida lo menos posible.
No sorprende que Rachel no pueda salir de la espiral de sufrimiento en la cual se encuentra, ya que el tren que aborda cada día le permite contemplar dos visiones particularmente desgarradoras. Por un lado, una residencia donde vive una pareja que ha llamado su atención, dos personas que profesan un amor ideal el uno por el otro, un amor con el que la mayoría de las personas solo puede soñar. La otra visión, complementada por la anterior, hace todo más doloroso. Se trata de la casa en la que vivió con su exesposo y perdió todo, un lugar lleno de sus equivocaciones y donde ahora él sigue viviendo, pero con la mujer por quien la abandonó.
La chica del tren nos invita a internarnos en el día a día de un alma atormentada por los remordimientos y las pérdidas. El espectador puede conectar con Rachel a través de escenas lastimeras que ponen de manifiesto su fragilidad, y como es común, se llega a la expectativa de la reivindicación.
El filme cuenta con algunos giros dramáticos que mantienen unida una historia que juega con las temporalidades yendo y viniendo entre las diferentes perspectivas de los personajes. El modelo de suspenso se basa en la típica epifanía que clarifica una serie de memorias borrosas y el resultado aun con un balance positivo queda un poco lejos de las grandes expectativas que había generado la película.
Por Manuel Mejía