En la era del clic instantáneo, donde la velocidad digital ha eclipsado la paciencia analógica, la fotografía se ha transformado. La magia de la incertidumbre, esa espera ansiosa por revelar si el enfoque, la velocidad de obturación y el diafragma eran los adecuados se ha desvanecido. Ahora, con un simple toque en nuestras cámaras modernas, sabemos al instante si hemos capturado el momento deseado. Aunque hay quienes anhelan el ritual de antaño donde cada disparo era una decisión meditada, un acto de construcción visual.
En mi búsqueda de un lente económico, descubrí el mundo de los lentes vintage. Utilizando un adaptador, estos lentes análogos cobran nueva vida en cuerpos de cámaras digitales. Es un retorno a la fotografía consciente, donde cada detalle técnico se pondera y cada imagen se piensa antes de ser inmortalizada.
No es que las cámaras modernas nos impidan ser deliberados, pero la facilidad de repetir tomas hasta la satisfacción cambia las cosas. Las ráfagas de diez fotos por segundo son impresionantes, pero ¿dónde queda el arte en la prisa?
Así fue que me decidí por un lente de montura M42, un estándar que debutó en 1949 y que, por su universalidad, fue adoptado por marcas como Pentax y Praktica, e incluso en Rusia para los legendarios lentes Helios y Júpiter. Estos lentes no sólo son más accesibles, sino que cada uno posee un carácter único, que imprime personalidad a cada foto y vídeo.
Finalmente, encontré un Meyer Optik de 50mm de los años 60, una reliquia de la Alemania del Este. Al comprarlo a Fernando, un entusiasta de la fotografía cuyo tío fue fotógrafo, me convertí en el custodio de su historia. Estos lentes no garantizan mejores fotos, pero sí fomentan un mejor fotógrafo. Al ajustar manualmente el diafragma y el anillo de enfoque, se desarrolla una sensibilidad táctil, una conexión más íntima con la imagen que se está creando.
En este mundo de instantaneidad digital, los lentes vintage nos devuelven la pausa. Cada clic se convierte en una decisión consciente, un acto de construcción visual. Elegimos crear no solamente imágenes, sino momentos eternos, testimonios de un tiempo en que la fotografía era una danza entre la luz y la sombra, entre la paciencia y la pasión.
Por Jorge Gutiérrez Salazar