A la memoria de L. S. R.
Tanto una persona como un personaje pueden, tantas veces, explicarse muy bien al conocer a su padre, o bien la relación con él. En los textos homéricos, la genealogía era un elemento indisoluble del personaje, su carta de presentación y un importante efecto informativo. Como un rasgo heredado, esto es visible en otras ficciones épicas como The Lord of the Rings y en Game of Thrones.
Las artes y la literatura, y en particular la narrativa, luego con sus derivaciones en otros medios, han variado de enorme manera la representación del padre y del vínculo con sus hijos. Vamos del famoso Laocoonte, que inmortaliza en mármol al personaje troyano, referido por Homero, que intenta defender a sus hijos de la ira divina, hasta la compleja relación de Zeno Cosini con su padre descrita en clave psicoanalítica por Italo Svevo en Coscienza di Zeno. Todo ello pasando por la magistral Tragedy of Hamlet, Prince of Denmark.
En el siglo de oro de la narrativa, una de las grandes obras que aborda la figura paterna como eje es Le Père Goriot, publicado por Honoré de Balzac en 1834.
Goriot es un personaje muy interesante, porque su naturaleza paterna es su rasgo definitorio, vive por y para sus hijas, a quienes logra hacer ricas a pesar de ser, en sus inicios, un modesto comerciante.
El otro protagonista, el joven estudiante Rastignac, ha llegado desde provincia a la esplendente París que Balzac convirtió en monumento literario y obra maestra. Allí, lejos de su familia, está huérfano y ávido de padres, como cree intuir el ingenioso y macabro Vautrin, que le ofrece una enseñanza, un modelo y un trato que, de llevarse a cabo, le permitirían anular de golpe la lógica social parisina y satisfacer sus sueños de grandeza.
Rastignac debe decidir si seguir a papá Vautrin o a papá Goriot como guías en la gran ciudad, al menos en esta primera parte de su amplia trayectoria por las páginas de la Comédie humaine.
El sentimiento de Goriot es desbordante, como el de Harry Mason en Silent Hill, que le hace enfrentar a los monstruos y creaturas más temibles de la ficción moderna con tal de encontrar a su hija adoptiva. Pero también los hijos corresponden, como muestra Ichiban Kasuga en Yakuza: Like a Dragon, cuando acepta, sin chistar, ir a prisión por quince años para ayudar a Masumi Arakawa, a quien considera su padre.
Esto pues quizás el amor verdadero necesite de las pruebas más terribles, de los silencios y de las ausencias más profundas.
Los progenitores dejan lecciones que pueden ser difíciles de comprender, como sucede a Thorfinn de Vinland Saga, que recorre todos los mares del Norte y experimenta años de lucha, privaciones, guerra e, incluso, la esclavitud hasta entender la enseñanza de Thors.
Ciertamente, Goriot deja una impronta indeleble en la vida de Rastignac, y su muerte abre paso a una de las aventuras más apasionantes de la Comédie de Balzac. Así, el legado de nuestros padres cuando se van es como la rosa del ruiseñor de Wilde, un amor que siempre nos ilumina, que persiste tras todo.
Por Diego Estévez