¡No te vayas! (última parte)

V
 

Para la madre de Siu, los días en aquella casa fueron los más oscuros que había vivido. Entendía que su hija se sintiera feliz creyendo que había recuperado a su esposo y le ilusionara la idea de que lo volvería a la vida. Veía cómo lo vestía, lo bañaba, le platicaba y leía aquellos libros de magia oscura, por medio de los cuales preparaba pócimas, recitaba conjuros y hacía cosas muy extrañas. Sin embargo, nada de eso lograba traer al marido otra vez a la vida. Por lo demás, las peleas entre ellas se hacían más frecuentes.

—¡Déjalo descansar ya! —gritaba Flor—. ¡Entiérralo de nuevo, Siu!

Pero Siu siempre contestaba lo mismo:

—Él no se quiere ir y yo no puedo vivir sin él. Nunca me entenderás bien, mamá —lloraba—, porque no has pasado lo mismo que yo. —Y se encerraba en su cuarto con su esposo muerto.

Flor había logrado, al menos, que su hija ya no lo sacara de aquella habitación, aunque seguía sin comprender cómo podía dormir con él y que esto le pareciera normal a ella.

A veces, por las noches, se quedaba del otro lado de la puerta para escuchar qué pasaba. Y una de esas noches, oyó:

—Nut, ayúdame, pide tú también al cielo que me lo traiga de vuelta, haz que tu oscura piel se transforme y viaje a la vida, que se traslade en tu piel, que en tu voz encuentre de nuevo su voz, que se mezcle con tu alma. Sé tú la portadora de lo más sagrado que hay, el germen de todo. Ve a la región de los muertos, Nut, tráeme de regreso su alma y hazla llegar, encamínala de nuevo al cuerpo del que nunca debió de salir.

Un lejano maullido, doloroso, se escuchó después.

—¡No, hija, no…! —gritó Flor pensando que Siu estaba haciendo algo terrible.

—La casa de los vivos es la misma que la de los muertos, Nut, pero no lo sabemos —continuó sin prestar atención a los gritos de su madre—, viaja, Nut, viaja y tráeme el alma de mi esposo otra vez a la vida.

La madre cayó de rodillas aterrorizada. Frente a la puerta, empezó a arañar el suelo con su mano izquierda y luego con la derecha. Entonces, un fuego nació en el interior de su vientre, un fuego que le decía que debía impedirlo, un fuego que le susurraba que el vientre era el germen de todo, no la oscuridad, no la muerte. Se levantó y comenzó a golpear la puerta con fuerza.

—¡Abre, Siu! ¡Abre!

—Los días son eternos, las noches también, y todo se confunde en el gran vacío, a donde todos pertenecemos…

—¡No lo hagas, por Dios, Siu! ¡Por los dioses, por nuestros muertos! ¡Detente!

—Vamos hacia nuestro pasado y hacia nuestro futuro en el presente, somos todos lo mismo, somos todos, somos todos…

Con pánico, Flor bajó las escaleras. Buscó en la mesita de la entrada, donde su hija guardaba las llaves y encontró varias. Subió rápido y fue probando una a una las llaves hasta que dio con la de la habitación de su hija. Abrió con rudeza la puerta.

—¡Ya no más, Siu! —gritó al entrar. Su hija estaba sentada en el suelo, con la cabeza cabizbaja, el cabello le caía en el rostro. Frente a ella, tenía abierto un libro de magia negra encima del cuerpo de su esposo, sobre el que, además, estaba dibujada en papel la silueta de un gato negro—. Me estás dando mucho miedo, Siu, recupérate ya, déjalo morir… —y se soltó a llorar.

—No he podido hacerlo, mamá, ya he intentado tantas cosas y nada me lo devuelve, nada.

—Hija, sé que no puedo hacer que él vuelva, pero lo que estás haciendo no tiene nombre. Entra en razón, por favor, yo te quiero mucho, y también quise a tu esposo, pero él no volverá, no puede, como nadie ha podido regresar de la muerte.

Siu alzó la cabeza para ver a su madre. Las lágrimas inundaban sus ojos y no podía sentir el cuerpo; las fuerzas se le habían ido con el esfuerzo de tratar de recuperar el alma de su marido. Estaba pálida, demasiado delgada.

—Yo creo que también voy a morirme, mamá.

—¡No, hija! —exclamó y le dio un abrazo—. Vas a ver que vamos a salir de esta. ¡No estás sola!

 

VI

 

Esa noche y los días siguientes, Siu tuvo fiebre. Soñaba con la silueta del pájaro en medio de la luna, con el gato negro que la seguía a todas partes, con su marido que la llamaba y con un enorme muro que se levantaba de repente cuando estaba por alcanzarlo. A veces también se sentía suspendida en el cielo obscuro, y, otras, veía una pequeña luz que la llamaba; mezcladas con estas imágenes, en ocasiones, ella misma era el gato negro o el pájaro hablando con el cadáver de su esposo. De la mano de todas estas pesadillas, mientras dormía, creyó que estaba muriendo y que lo hacía sola, sin él, y que caía en un abismo con una soledad aterradora.

Entretanto, la madre de Siu había llamado a su médico y le había contado lo ocurrido. Entre los dos sacaron adelante la salud de Siu. El médico le pidió a la madre que esperara a que su hija se recobrara para hablar con ella y convencerla de enterrar de nuevo el cadáver, que ese acto, esa aceptación, la ayudaría, pero la madre tenía miedo de que su hija entrara otra vez en una fase de locura y se empeñara en mantener el cuerpo. No fue así.

Ya pasada la fiebre, cuando Siu despertó, sonrió al ver a su madre.

—Me he portado muy mal, ¿verdad, mamá?

Unas lágrimas rodaron por la cara de Flor.

—Pues sí, hija, pero ya no pienses en ello, no ahorita, luego platicamos.

—Sí, quiero hablar, mamá, lo he pensado mucho y sé que lo que he hecho no ha sido correcto. Perdóname por haberte asustado, lo siento mucho, mamá.

La madre le tomó la mano e insistió:

—No estás sola.

Días después, Siu se presentó de nuevo con el señor Luis para enterrar a su esposo. Don Luis y su ayudante volvieron a cavar el hoyo, sacaron el ataúd, metieron el cadáver y sellaron de nuevo la tierra. Luego la dejaron para que se despidiera de su marido. Cuando se quedó sola, sacó los libros de magia que había comprado y les prendió fuego encima de la tumba. Al ver las llamas, creyó ver la silueta de su esposo mezclada con el pájaro y el gato Nut que lo acompañaban a su paso a la otra vida.

—Eso era —comentó en voz alta—, necesitabas irte con alguien, que alguien te guiara.

Una paz que nunca había sentido la abrazó mientras caminaba rumbo al coche, donde la esperaba su madre. “No estás sola”, recordaba que le había dicho; “ya no estás solo”, le había dicho también a él mientras el alma volaba hacia un nuevo destino.

 
Por Asmara Gay
 

Written by La Mascarada

Loading Facebook Comments ...