Lo primero que me llamó la atención al recibir el libro de Irene Artigas de parte de su editor, Luis Armenta Malpica, fue su título: Ábacos. Equivalente antiguo, primitivo, de nuestra calculadora, ese instrumento de cálculo (que encontramos incluso en el Extremo Oriente) se remonta a 5,000 años antes de nuestros días. El mismo vocablo existe en griego clásico ἄβαξ (abax) o ἄβακoς (abakos). Todavía en nuestros días, el nombre de este artefacto en desuso existe en berebere y en varias lenguas o dialectos, en los que significa “semilla”, de la misma manera que en hebreo se vuelve אבק —que en su significado moderno se pronuncia ʾābāq— y significa «polvo». En el hebreo bíblico, sabemos que la palabra se refería a los granos, es decir a las semillas, que eran humildes instrumentos de conteo, como en un juego de póker o de lotería uno puede usar frijoles o granos de maíz, por ejemplo, si no tiene a la mano fichas de plástico o diminutos objetos de marcación.
Empecemos entonces con la idea de cálculo, y la de semillas. Los hombres calculan los días del calendario, los dedos de la mano o su haber monetario en número de billetes resguardados en cuentas bancarias. El libro, que consta de siete apartados, inicia con el concepto de conteo. Pero he aquí que, pasadas las primeras páginas, Irene Artigas va del conteo a la mención de Omar Khayyam, un matemático y autor persa del siglo 11. Supe de la existencia de este bardo notable por versos suyos y anotaciones sobre su obra publicados en un libro de ensayos que me dieron a traducir hace un par de años. Buscando información sobre Khayyam —que yo no conocía antes de que se me atravesara el libro antes mencionado— me topé con un dato interesante que tiene que ver con esa ciencia fascinante llamada «selenografía». Si la geografía es la «escritura» (grafía) del planeta Tierra, la selenografía es la «escritura» de la Luna, que los griegos llamaban «Selene», de ahí el nombre de la ciencia que la estudia. Resulta que, según la selenografía, Omar Khayyam es el nombre que se le dio, también, a un cráter de impacto ubicado un poco más allá del terminador noroeste de nuestro satélite. Qué tan importante, pensé, debe ser el legado de Omar Khayyam para que un cráter que no profanarán nunca pisadas humanas —de menos, no en un futuro cercano— lleve su nombre. No debe sorprender, por analogía, que en los versos de Irene Artigas, la luna (inclusive su mero resplandor) sea omnipresente.
El poema de Ábacos donde aparece la primera mención de Omar Khayyam contiene estas líneas: «El golpe de una piedra en un nogal suena a hilos rimados en uno, dos y cuatro, a veces con refrán». Cuenta que se escribe ‘porque no podemos añadir un día más a nuestra vida’. Con versos envolventes, Irene Artigas, contando —en ambos sentidos de la palabra— nos lleva a recorrer un mundo de esplendor a través de los personajes históricos y literarios que iluminaron el Oriente: ora Omar Khayyam, ora Amin Maalouf y sus novelas o estudios de la gran literatura que nació justo al este de Europa. En este poemario, la erudición se anuda con la belleza para hacer de dos —saber y hermosura, y así volvemos a la idea del conteo— una sola cosa. Dos es uno, o más, como lo plantean otros versos de la autora: «Los dos rubaiyat de Khayyam son doce o catorce», sigue contando. «Y según los más optimistas, cuatrocientos sesenta y cuatro. El silencio es lo que se guarda».
A partir de las maravillas de Samarcanda o del mundo antiguo donde imaginamos sentados a los escribas, gracias a quienes nos llegaron los libros (quizás de las pocas cosas que nos distinguen de los animales), la autora nos lleva a otro tramo poético por medio de un bestiario. Si bien hormiga, tortuga, avestruz, pingüinos, ciempiés, arañas y cobras no parecen tener nada en común más allá de pertenecer al mundo animal, comparten en los versos de Irene Artigas el campo semántico mismo del conteo: muchas patas, muchas rayas, muchas escamas, muchas plumas, muchas manchas en el pelaje.
En la tercera sección, después de llevarnos de las claras dársenas de la poesía persa al conteo de los seres no humanos, Irene Artigas nos lleva al mundo de las derivas con estos versos que, siento, resumen todo el apartado: Transito de la transición al tránsito. Sin contradicción. / Desde un ser plural. / En pluralidad / de loop murmurado. Y al hablar de derivas —por mi formación académica como geógrafa— no pude evitar pensar inmediatamente en la llamada «deriva continental» que acabó haciendo de una sola masa de tierra varios continentes. Sin embargo, Ábacos se despliega explorando muchos otros tipos de derivas que no son continentales. El viaje del lector sigue entonces del Oriente al conteo, de las criaturas aladas y peludas a la sección “Nocturnos”, que nos trae de vuelta al simbolismo de la luna, pasando por un mundo mineral hecho de piedras preciosas y semi preciosas, y de regreso al pensamiento griego y a la poesía contemporánea. Todos estos elementos se van sumando hasta componer un poemario singular que al mismo tiempo es plural.
Por consiguiente, no tengo más que recomendar la lectura de este libro enigmático que cuenta del uno al cien y más allá, contando historias, sucesos y migraciones en una aritmética del lenguaje extra ordinario que es la palabra poética; lo escribo aquí en dos palabras, mientras también quiero decir la palabra sola, «extraordinario». Y lo hago así como Irene Artigas escribe «Es criba» —refiriéndose a un cedazo— mientras sugiere a la vez la idea de un copista, siendo «escriba» un vocablo escrito en una sola palabra. ¿No somos acaso eso, a saber «escribas», todos los que nos dedicamos a traducir o editar libros, a no ser cuando los escribimos de nuestro puño y letra, aunque ese trabajo de copista sea para transcribirnos a nosotros mismos en vez de difundir la obra de un autor ajeno?
Todo libro es un homenaje a otras escrituras. La autora de Ábacos se sabe heredera de un camino de palabras que desfilan por distintos alfabetos. En la sección titulada “Lo no escrito, posible”, como lo aclara ella al final, el lector encuentra poemas hechos a manera de collage, con versos que provienen de otras obras notables. Nos recuerda atinadamente que todo poema que busque lugar en el acervo literario mana de lo que han escritos otros, antes y ahora. Así, el poemario hace manifiesta la idea de que el canon de las Letras es un ábaco que va sumando y restando, pero sumando más que cualquier otra cosa. Ábacos es un compendio exquisito en el que conviven sin opacarse la poesía medieval persa y los hormigueros, la malaquita y las fases de la Luna, el pensamiento de los filósofos latinos y los versos de poetas contemporáneos que la autora misma ha traducido.
Por Françoise Roy