II
A la mañana siguiente, al despertar, se dio cuenta de que estaba sola, y recordó que su marido había fallecido. Miró el saco. Luego, posó la vista en el techo y comentó en voz alta:
—Oye, Shen, no hemos reparado las grietas como habíamos quedado. Ahora que tenemos más tiempo, ¿podemos llamar a alguien para que las repare?
El saco no respondió. A Siu le pareció espantoso aquel silencio. Otra vez comenzaba a sumirse en la desesperación. Con un hueco en el estómago, se levantó de la cama y fue a observar por la ventana, en dirección al cementerio.
A lo lejos, en el horizonte, vio la luna gris casi transparente: un círculo perfecto y pequeño en el marco azul del cielo del mediodía. De pronto, la silueta de un pájaro la atravesó de un extremo al otro. Esto le hizo pensar que en el vuelo del pájaro había un mensaje, que su marido quería decirle algo, que trataba de comunicarse con ella.
—Te amo —dijo en voz alta—, y te extraño mucho.
Sonó el teléfono. Pensando que él, desde la otra vida, trataba de hablarle, descolgó.
—¿Shen…?
—Hija… —era su madre.
—Ahhh —respondió.
—Hija —continuó la madre—, te iba a preguntar cómo estás, pero veo que sigues triste. Mira, debes dejarlo ir. Ya no pienses en él, rehaz tu vida, continúa con tus proyectos… Si no lo haces, él no podrá descansar y tú tampoco. No permitas que su alma siga deambulando por este mundo al escuchar que alguien lo llama. Él no sabe quién es, él no sabe que ha vivido ni que está muerto ni que tú lloras por su ausencia. Déjalo, Siu. Él habita ya en la región de los muertos y tú sigues en la de los vivos, hija. No te quedes en las sombras…
—No puedo, mamá, no dejo de pensar en él. Es algo más fuerte que yo. Necesito hablarle, sentirlo… sí, necesito sentir su cuerpo como antes, dormir con él, mamá.
—¡Ay, hija! No me gusta escucharte así, me duele mucho. Tienes que seguir adelante… vivir… Vivir, ¿me entiendes?, por ti, trabajar…
—No puedo, mamá —contestó Siu y colgó el teléfono.
Ella todavía tiene a papá, pensó. No me comprende. No sabe lo que es perder a alguien que has querido tanto.
Esa noche siguió mirando por la ventana; sintió que la luna le hablaba y que la sombra del pájaro, que no volvió a aparecer, también lo hacía.
Cuando pudo dormir, soñó con su esposo: sus cuerpos entrelazados superaban cualquier obstáculo, sus ojos se entendían, sus bocas se buscaban y, como había ocurrido antes, sus pensamientos se conectaban. De este modo, imaginó que su alma gemela quería seguir a su lado.
III
La noche del tercer día salió, se subió al carro y manejó rumbo al cementerio. De pronto, tal vez por la falta de alimento, tal vez por la tristeza, tal vez porque no siempre se puede explicar todo lo que sucede, al ver las luces de los autos en contraflujo, percibió un rumor lejano: No… no… no lo hagas… Este rumor empezaba a invadir su pensamiento, pero ella siguió conduciendo tratando de evadirlo, pues había otro que, como eco, se le repetía desde antes:
—…deja que me quede en casa… deja que me quede en casa… —las mismas palabras que le había dicho su esposo cuando lo llevó a la última consulta médica.
Estaba decidida. Le mostraría su amor sin importar lo que los demás pensaran de ella. De todas formas, no se enterarían, nadie lo sabría, solo él, que estaba solo, frío y muy triste allá abajo.
Quince minutos después, bajó del coche. El cuidador la recibió junto con otro hombre. Ambos cargaban palas.
—Buenas noches, señora Siu —la saludó—. Aquí estamos para servirle, como le dije por teléfono. Pero, pos, tengo que preguntarle de nuevo si está segura… de esto. ¿De verdad quiere hacerlo?
—Sí, don Luis, disculpe mi petición. No quiero meterlo en un problema…
—Entonces lo hacemos, doña. No sabe usted las cosas que me piden y lo que usted quiere, pos yo no lo veo del todo mal. Entiendo mucho su dolor, mi esposa falleció el año pasado, ¿sabe?, mi Lola, está aquí, cerquita de mí. Todos los días hablo con ella, con mi viejita, y a veces se me figura que responde.
Siu sonrió con tristeza. Por fin, alguien la entendía.
Mientras caminaban, percibió que aquella noche hacía más frío que las anteriores. El viento le pasaba por el cuello y se colaba a través de su abrigo. Sin embargo, más que frío, estaba segura de que eso que sentía era culpa; culpa por haber dejado a su esposo muerto, abandonado a su suerte, por deshacerse del cuerpo como todos los demás, apenas la respiración se va y la piel se paraliza por miedo del otro mundo, o de la nada a la que cada alma está destinada.
Frente a la tumba, los dos hombres extendieron una cobija; pronto comenzaron a cavar. Mientras los veía, Siu imaginaba que, con cada montón de tierra que sacaban, el corazón de su esposo volvería a latir. Sí, eso va a pasar, se dijo, la tierra va a hacer su magia como siempre, y su amor, que todo lo crea, permitirá que mi Shen regrese.
Cuando por fin sacaron el ataúd y lo abrieron, su esposo seguía muerto. Sorprendida, hizo un gesto de decepción. Los hombres depositaron el cadáver sobre la cobija y lo envolvieron. El ayudante se lo echó a los hombros y lo puso en el asiento trasero del coche. Siu pagó lo convenido y agradeció con varias inclinaciones de cabeza. Después condujo a su domicilio. Trataba de estar contenta. Su esposo al fin volvía a estar con ella y esta vez no lo abandonaría.
Al llegar, estacionó el automóvil en el garaje, abrió la puerta trasera y cargó a su marido. Había creído que le sería difícil, que lo arrastraría hacia la entrada; no obstante, en cuanto agarró el cuerpo, se percató de que la muerte no es tan pesada, que es probable que les quite peso a algunas cosas.
Apenas entraron, los recibió un gato negro. No recordaba haberlo traído, aunque tampoco se acordaba de mucho de lo que hizo los días previos, así que pensó que era posible que lo hubiera llevado o que él se metiera de alguna manera. No le dio importancia. Subió a su esposo a la recámara, lo colocó en la cama y después se acostó a su lado.
—No volveremos a separarnos, ¿verdad, Shen? No me dejarás sola de nuevo, ¿verdad, mi amor?
De repente, observó una gota en la mejilla de su difunto marido. Ella lo abrazó y quiso creer que era una lágrima por haberlo rescatado de las sombras de la tierra, y porque ahora estaban juntos. El gato negro se acostó en medio de ellos.
Por Asmara Gay