Tres buceos en Grafo pez (2020) de Ferrer Lerín (segunda parte)

Segundo buceo: la metáfora leriniana y la imagen

 

Se dará por consabido lo que es una metáfora y sus dos formas esenciales: la metáfora pura o in absentia, y la metáfora impura o in praesentia. Así que por «metáfora leriniana» sólo se tratará de analizar algunas características quizás más propias de Ferrer Lerín, por lo esencial a partir de nuestra lectura de Grafo pez, aunque se necesitaría recurrir a otros poemarios suyos. A veces, no resulta muy fácil distinguir entre la metáfora y la imagen, como ocurre con la metáfora visionaria, y veremos un ejemplo o dos.

Tratando de apuntar y analizar las varias categorías de metáforas que se descubren en Grafo pez, nos llamó la atención la abundancia de metáforas que conllevan la preposición «de». Pongamos por ejemplo la triple enumeración que acaba el poema «Tránsito»: «un dormitorio de tierra / una cocina de espanto / un gran embudo de sangre». Es casi la misma estructura (artículo indefinido + sustantivo + preposición «de» + sustantivo) aparte del último verso donde se añade un adjetivo tras el artículo indefinido. Pero, la impresión que se crea en el lector será muy distinta en cada verso. Con «un dormitorio de tierra», se puede decir que venía bien preparada la metáfora desde la estrofa precedente con «reposaré dormido», que ya evocaba el «sueño» de la muerte del «yo» hablante. Lógicamente, en la última estrofa el «yo» se ve cavando «un dormitorio de tierra», perífrasis sencilla de entender, que evita la palabra «tumba» u «hoyo». La imagen del sueño de la muerte se impone, y la metáfora del «dormitorio» es automática. Mientras que a continuación, el efecto es muy diferente, la metáfora —«una cocina de espanto»— se vuelve inquietante sugiriendo una atmósfera de horror y de gran violencia (impresión que parece duplicar la fotografía en blanco y negro de la página siguiente). Lo más extraño, quizás, no será la cavadura de una «cocina» (lo que en sí mismo parece increíble o por lo menos provocador en el contexto de una inhumación), sino el que se trate de «una cocina de espanto», imagen evocadora de cuchillos y tajaderas. No sabremos nunca si viene al caso, pero lo de la «cocina» y del hoyo puede ser una asociación de ideas algo surrealista al pensar en un refrán muy conocido: «el muerto al hoyo y el vivo al bollo»… Y, como si no fuera suficiente, el último verso, «un gran embudo de sangre», dejará al lector sobre una impresión final de miedo hiperbólico y sadismo (¿o masoquismo?) macabro, porque uno se pregunta inevitablemente de qué «sangre» será cuestión en tal caso, por ser el «embudo» un utensilio cuya función usual es el trasiego de líquidos, pero asociado a la «cocina», la imagen final se vuelve espeluznante… Sin embargo, puede pronto aquietarse el lector al considerar que la imagen final es fantástica, por no decir onírica, como ocurre con una pesadilla angustiosa.

En «Ciudad Corvina, I», tras evocar la plaza de Corvina, el poeta nos cuenta:

Recuerdo la mañana en que encontré la llave,

un llavín de oro macizo

que abría las puertas del dolor,

de la risa

y de la enfermedad mental.

El hallazgo de una llave misteriosa «de oro macizo» anuncia las tres metáforas siguientes, con «las puertas del dolor», las «de la risa» y las «de la enfermedad mental». Existe un nexo evidente entre la llave o llavín y las puertas, pero mucho menos al hablar del dolor, de la risa, y de la enfermedad mental. O sea que el abrir una puerta concreta en la realidad cotidiana y funcional se transfiere mágicamente a otras realidades, la del dolor, la de la risa y la de la enfermedad mental, es decir realidades de tipo psicológico y psiquiátrico. La impresión creada por tales metáforas es la de una gran confusión entre los mundos, lo concreto y lo abstracto, la materia ­—incluso la más preciosa con «un llavín de oro macizo»— es decir que «la llave» en el recuerdo se ve contaminada por la naturaleza mental del dolor, de la risa y de la enfermedad. Sin embargo, semejante «llave» abre metafóricamente «puertas» poco asequibles en lo cotidiano, como si el recuerdo del «yo» nos sugiriera que el poeta tiene poderes muy grandes, insólitos, extraños.

Es de destacar un caso algo curioso de metófora erudita por estribar en la onomástica, un patrónimo en «Postcuervo». La encontramos en el segundo texto, que viene en prosa, con el título de «Oreb». Se nos dice que Oreb es un hombre que «se convierte en cuervo», y «que camina sin rumbo en busca de un lugar donde fundar su reino». Luego, se califica a Oreb de «uno de los invasores», «hombres con cabeza de cuervo procedentes de las montañas», y varias cosas más. Ahora bien, Ferrer Lerín nos oculta voluntariamente la significación de tal nombre «Oreb», que en hebreo quiere decir «cuervo». En la Biblia se le conoce como a un príncipe madianita vencido y matado por los Hebreos (Gedeón), lo mismo que otro jefe de Madián, Zeeb, que significa «lobo». De modo que cuando se nos describe a Oreb como si fuera un cuervo, o como «uno de los invasores, un adelantado de los invasores, hombres con cabeza de cuervo», en realidad el poeta glosa sobre el nombre hebreo de Oreb, ampliando y aplicando ese conocimiento lingüístico a los demás hombres que siguen a su jefe, y que «graznan» y «sangran» igual que el lobo (Zeeb).

Otra clase de tropo de significación no rara en Grafo pez es la hipálage que se emparenta con la metáfora. En «Tránsito», al evocar al extranjero, se le describe como a un hombre «de complexión enjuta / y marcialidad temprana». Es decir que se produce un cambio de posición del adjetivo que viene a ser complemento de un sustantivo en vez de otro: es el extranjero quien es físicamente enjuto, flaco, y no la complexión que sólo es un conjunto de características. Y lo mismo ocurre con «marcialidad temprana», por parecer marcial el extranjero tempranamente. Pero aplicar por transferencia un adjetivo temporal a una calidad caracterial y comportamental de un hombre en vez de calificar directamente al hombre, al extranjero, de marcial desde su juventud (y por qué no infancia) viene a romper un poco con la lógica rutinaria del lector y enriquecer la dicción.

Sin multiplicar los ejemplos, lo que sería exagerado y demasiado fácil, nos contentaremos con el comentario de la hipálage siguiente presente en «Ciudad Corvina, II» : «basura andante». Viene en aposición al sintagma precedente, «con sus caballeros endomingados», y además es una suerte de juego de palabras con «caballeros», ya que uno piensa en seguida en «caballeros andantes». Pero sobre todo es una hipálage satírica muy sorprendente, con su adjetivo «andante» que remite al sustantivo «caballeros», mientras que «basura» evoca la suciedad moral de tales hombres, a pesar de su apariencia limpia y elegante («endomingados»). Además, lo que salta a la vista en seguida es la cosificación degradante de esos «caballeros andantes» por verse calificar de «basura». Sería surrealismo si no se entendiera muy lógicamente la elaboración de ese sintagma. Tal estilo hace pensar en la escritura quevediana tan expresiva como en el Buscón. Por ejemplo, en el capítulo III de dicha obra, «De como fui a un pupilaje, por criado de don Diego Coronel», Quevedo nos habla de «un garbanzo huérfano» y de un «nabo aventurero»…

Bastantes numerosas igualmente serán las metáforas que llamaremos verbales por girar alrededor del semantismo de un verbo, y que funcionan un poco como si fueran glosas de un verbo, de sus connotaciones. Ya desde el primer poema de Grafo pez —«La Palabra»—, tenemos varios casos, y éste en particular que nos interesa explicar en la medida de lo posible: «La Palabra se escabullía». Ya desde el título, sabemos que no se trata de cualquier palabra, sino de «La Palabra», que cobra de hecho una intensidad extraordinaria por a la vez verse atribuir un artículo definido y una mayúscula. Esta «Palabra», en seguida, desde el primer verso comprendemos que la busca con anhelo el poeta, pero que a pesar de acercarse a Ella, no la alcanzará nunca.

En «Hippogypoi, sin anomalías», al identificarse el «yo» poético con Berthold, se nos afirma: «y me enjuago en las fuentes de la sabiduría». El verbo «enjuagarse» evoca una acción muy precisa con relación a un líquido, la de limpiarse la boca o dentadura con agua o algún que otro líquido. O sea que casi inmediatamente pasamos de este sentido trivial de limpiarse la boca a otro nivel, gracias a la metáfora que va elaborándose con «las fuentes de la sabiduría». Y es que el proceso metafórico con sus desplazamientos repentinos de un campo léxico a otro desemboca en una trasformación casi alquímica: en este ejemplo, el enjuagarse la boca —acción corriente y superficial— se vuelve un acto profundo por tratarse del agua de «las fuentes de la sabiduría».

Tal tipo de metáfora puede ilustrar suntuosamente el final de un poema como «Definición de poema». Es a partir de «ya que somos fieramente humanos / y nos bañamos en las aguas del desacuerdo / en la sangre de las citas a deshora / en la bibliofilia desaforada / y en el detalle áspero.», últimos versos muy bellos y lúcidos sobre el propio trabajo poético. La primera metáfora puede calificarse de «impura» por ser in praesentia, o de imagen. Ferrer Lerín habla en este caso en primera persona del plural, dice «nosotros» en la última estrofa del poema, como si se confundiera su «yo» con el de los demás hombres y/o poetas «fieramente humanos». Luego, aparece otra metáfora con su término imaginario (TI), y que podríamos llamar cinestésica. Y esta vez viene impulsada por cuanto puede sugerir el verbo «bañarse»: la inmersión en aguas, lo líquido e incluso la sangre. Pero «las aguas» evocadas son las «del desacuerdo», de la inquietud, de la falta de armonía. Probablemente, las connotaciones negativas finales van desarrollándose originadas por el adverbio «fieramente» con sus semas de crueldad, ferocidad y dureza. Cuanto sigue depende de «nos bañamos» y prolonga la metáfora cinestésica por medio de la enumeración y del polisíndeton. Al poeta muy ducho en recurrir a «las citas a deshora» le viene a vuela pluma —por así decirlo— la visión de la sangre por verse heridas de algún modo las citas sacadas de su contexto y transferidas a otro texto. Pero preferimos dejar ahí el comentario de esos versos para el buceo siguiente.

Añadiremos otra categoría con la metáfora aposicional poco abundante en Grafo pez. En «Glotón de mí», se nos dice que «el lenguaje le dañaba, laberinto, / la realidad transformada». Antes, hubo la torre de Babel, la confusión de las lenguas, y de hecho todo parece muy confuso por no saber uno quién exactamente será ese «Glotón de mí», si se trata del mismo poeta o de otro «individuo solitario» a no ser que se desdoble la voz poética… En todo caso, «laberinto» viene en aposición al verso «el lenguaje le dañaba», lo mismo que «realidad transformada». La metáfora desarrolla la imagen de la tortura en que puede volverse el lenguaje para el poeta, daño, sufrimiento que le viene de la «glotonería» de sí mismo, del consumo de las palabras y de las vivencias, pero también de la impresión de verse metido en un «laberinto» sin salida, con la amenaza mortal del Minotauro. Y la aposición siguiente, «la realidad transformada», parece resumirlo todo por ser la misma vivencia que todo poeta exigente y profundo puede experimentar y expresar en sus obras, por transformar la realidad que le toca vivir, la de «los actores de ahí», y la suya.

Por último, habría que citar unas cuantas metáforas difíciles de clasificar según nuestros criterios. Un buen ejemplo, quizás el mejor de todos, lo tenemos en la primera estrofa del primer poema, «La Palabra». Es «La Palabra compuesta por monemas habituales / pero tan endiabladamente dispuestos […]». En su búsqueda de «La Palabra», es decir de una palabra total, capaz de significarlo todo, Ferrer Lerín afirma saber que va «compuesta por monemas habituales», y ya se presenta el asunto muy peliagudo. Porque los monemas «habituales» son numerosos, primer obstáculo. Y el segundo obstáculo, el mayor sin duda, lo expresa la metáfora «tan endiabladamente dispuestos». Pudiera considerarse tal metáfora como una metáfora impresionista o descriptiva, por presentarnos el término imaginario (TI) —«endiabladamente dispuestos»— tras el término real (TR) que equivale al verso precedente. Pero intuimos en este caso que lo importante es el adverbio, «endiabladamente», y no otra consideración. Tal metáfora impura, in praesentia, hace intervenir una entidad imaginaria, el diablo, cuyo nombre conlleva la idea de división, de inversión, luego de confusión… Así se puede entender claramente la inmensa dificultad encontrada por el poeta en su labor sobre las palabras, en su búsqueda inacabable e imposible de «La Palabra».

En la quinta estrofa del poema «Aves nobles», después de evocar a Dafne, a Gálvez, a Sibelio, a «mi capitán Jarris, el verdadero poeta», el «yo» casi irrumpe con su séquito de metáforas algo sorprendentes por lo menos:

Yo, ahora, mastico pan duro, roo madera,

devoro a la mujer del herrero,

la que puso un yunque entre las carnes,

Los tres primeros sintagmas verbales remiten a la simple acción de comer, pero con matices muy distintos, y una suerte de violencia cada vez mayor. Si el «yo» parece ser humano, «mastico pan duro» puede intrigar. A no ser que esa suerte de antítesis, oxímoron, se explique lógicamente por una naturaleza animal del «yo». Con los dos sintagmas verbales siguientes, reconocemos sin dificultad la metáfora que se llama zoomórfica o animalizadora. Porque si nos quedamos con un «yo» humano, entonces el verbo alude a un animal como la rata o el ratón, a no ser un insecto xilófago. Mientras que la «devoración» de «la mujer del herrero» alude a un yo zoomórfico de tipo lobuno, a una acción de canibalismo. Otra metáfora se crea a partir del «herrero» que evoca la fuerza, la violencia, el golpeo del yunque, y lo de ponerse «un yunque entre las carnes» sugiere un erotismo hiperbólico…

Y para acabar con tal apartado, ahora examinemos otro tipo de metáfora. Cuando uno lee en «Jóguar»: «Entre mucha polvareda un revuelo de cornejas / cornejas rojas que nunca fueron vistas», nada le sorprende de buenas a primera, pero con «cornejas rojas» (TI) que es una aposición al sustantivo precedente (TR), descubrimos una metáfora creacionista, ya que no se percibe un nexo lógico y realista entre la corneja y semejante color, y por tener cierto valor estético, gran expresividad.

 
Por Christian Andrès
 

Written by Christian Andrès

Christian Andrès, nacido en 1950 en Orán (Argelia), es un hispanista francés, catedrático emérito de la Universidad de Picardie Jules Verne (Amiens, Francia), especializado en la España de los siglos de oro. Ha publicado varias obras, y numerosos artículos y ediciones críticas para editoriales como Cátedra y Castalia.

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