Tres buceos en Grafo pez (2020) de Ferrer Lerín (primera parte)

Sabía que La Palabra estaba cerca

Francisco Ferrer Lerín

 

Je n’ai plus de système, et j’aime mieux mes aises.

Alfred de Musset

 

The crow wish’d every thing was black,

the owl that every thing was white.

William Blake

 

De veras, no se puede afirmar que el último y reciente poemario titulado Grafo pez sea el más fácilmente asequible en la obra poética del gran vate atípico Francisco Ferrer Lerín. Pero el libro más original, más extraño, más estimulante, sí, sin lugar a dudas. Esta obra es una suerte de genial miscelánea de nuestros tiempos, incluyendo textos en prosa, palabras cultas como «Hippogypoi», títulos de poemas sorprendentes como «Mujer molusco y sin fondo», nombres propios como «Oreb» o «capitán Mascaraque», cierta erudición ornitológica, histórica, bíblica, y geográfica, toponímica, lingüística como en «Nombre inane». Añadamos la mezcla de tonalidades, de registros, y todavía no agotaremos la gran multiplicidad de sus características. Sin embargo, se necesitaría en nuestra opinión alguna iniciación o propedéutica para abordar y apreciar como se debe en Grafo pez el estilo leriniano, su temática, y el sentido si puede ser de los veintiún poemas aquí reunidos. A veces, resultará muy desconcertante un poema en prosa como el mismo «Grafo pez», ya publicado en 2018 en la revista riojana Codal, un título de poema a la vez proléptico y analéptico ya que que el lector puede verlo en seguida en la misma tapa del poemario, y quedarse intrigado de buenas a primeras. Proléptico, si pensamos en el título del poema «Grafo pez» cuando se publicó por vez primera en 2018, como si anunciara ya el título del poemario publicado en 2020. Analéptico, considerando ese juego de vaivén entre el poema incluido en las páginas 25-26-27 y el título general de la obra.

Por otra parte, conocer sus poemarios anteriores, desde Ciudad propia (2006) hasta Libro de la confusión (2019) sin olvidarnos de Fámulo (2009) ni de Hiela sangre (2013), sin duda  favorecerá la lectura y una mejor comprensión de Grafo pez, por cierta tendencia ya revelada en ellos a la experimentación, a lo biográfico metamorfoseado, a la narración épica, dramática y fantástica, al sentido del humor (negro), a la representación de una naturaleza cruel o implacable, y, en resumidas cuentas, a una escritura muy singular, inconfundible, que hechiza a su lector.

Así, pongamos por ejemplo, en Libro de la confusión, desde el «Proemio», y el poema «Culminación del patronazgo de San Benito de Nursia», Ferrer Lerín se dedica a una larga enumeración que pudiera calificarse más o menos justamente de «caótica», por empezar con «De los caminantes de llanura» y acabar con «Del zafiro», o sea que ahí se acumulan referencias a hombres (profesiones,  moribundos y enfermos, el prelado Oppas), a ciudades («De la villa de Heerdt cerca de Düsseldorf en Alemania», y a otros elementos muy varios («Del sentimiento exhausto / De las brumas de traición», «Del hombre pez», etc.). Pero ese recurso a la enumeración si se vuelve a repetir en  Grafo pez conocerá otra modalidad y cobrará otra tonalidad. Otro ejemplo de enumeración más o menos caótica, lo tenemos en Hiela sangre con el poema «Solemníssimo vocabulista». También se notará la ruptura genérica con la presencia algo provocadora de la prosa en un poemario, con «Cuatro prosas y un informe», tendencia que se repetirá en Grafo pez con textos como el mismo «Grafo pez» o «La hija de Cora» entre otros.

Primer buceo: las figuras de repetición y la enumeración     

                                                 

El docto lector sabrá que son bastante numerosas las figuras de dicción iterativas: la anáfora, la epífora, la epanalepsis o epanadiplosis, la anadiplosis… O sea que esas figuras retóricas resultan preciosas cuando se quiere dar más relieve a la expresión, pero al mismo tiempo necesitan mucho tino y habilidad para no resultar algo mecánicas y pesadas.

En Grafo pez, abundan esas figuras, y entre ellas destaca la anáfora. Servirá como terreno de experimentación el primer poema titulado «La Palabra». Ahí, de buenas a primeras ya se recurre a la anáfora, menos veces a la epanalepsis: «Sabía que La Palabra estaba cerca / que iba a alcanzar la consecución de La Palabra / La Palabra que todo lo significara / La Palabra […]». De este modo, tan sugestivo, Ferrer Lerín llama inmediata e imperiosamente la atención del lector sobre la densidad extraordinaria de «La Palabra» evocada, expresada ya desde la mayúscula puesta al artículo definido «La», así como la del morfema «Palabra». La impresión provocada por tal dicción iterativa, y la mayúscula que refuerza singularmente el valor de dicha «Palabra» es muy fuerte, y el poeta parece decirnos que, en su investigación y exploración de las palabras, se va aproximando a una palabra originaria, pura, esencial. Otra figura interviene poco después: la epanástrofe, como en: «[…] que burlaran cualquier combinación / cualquier resultado conocido […]». A continuación, habrá otras anáforas, epanalepsis, y se notará la importancia de la enumeración en la quinta estrofa, la que empieza por: «En la primavera culminé el trabajo […]. «Patz» en la segunda estrofa parece ser una palabra recogida llena de sentido, muy importante a pesar de sus pocos morfemas, o gracias a esa rareza, por lo contrario. Casi una palabra sagrada. En todo caso, «Patz» remite a «Pátzcuaro» repetido al final de tres versos (a la vez epanalepsis y epífora»), y tres anáforas con «[…] / que ellos conocían Pátzcuaro / que algunos vivían en Pátzcuaro / que algunos nacieron en Pátzcuaro […]». De hecho, así consigue Ferrer Lerin crear un ritmo ternario, y con la simetría de las sonoridades va confiriendo un efecto muy intenso de letanía a sus versos. De todos modos, se sabe que «Pátzcuaro» es el nombre de una bella ciudad de México, en el estado de Michoacán, y que significa, en el idioma purépecha, «el lugar de las piedras», también que existe por allá  un gran lago. Y a medida que La Palabra tan anhelada se va perdiendo —última estrofa— disminuyen los recursos retóricos, sí reaparece en los siete útimos versos la epanastrofe: «al final sólo quedó un resto / […] / quedo sólo esa cosa laxa / esa cosa de materia fea […]». Lo que puede leerse como cierto fracaso del poeta en su búsqueda de La Palabra.

En cuanto a la enumeración, figura retórica de pensamiento, no pocas veces se notará en Grafo pez. Analicemos la enumeración más extensa en «La Palabra», en la quinta estrofa:

 

La Palabra que servía para nombrar a los peces del lago

a todas las especies de peces

a los frutos de los árboles del restaño

a las aves de las charcas del estero

a los sacerdotes y chacineros

al sangrador, al capitán, al intendente

y también al asesino de mis padres

el que luego lo sería de mis hermanos

a mí mismo pues

 

En este caso, asistimos más bien a una suerte de inventario algo extraño de palabras que pretenden representar «La Palabra». Pero sólo se trata de «peces del lago» (si luego se extiende la mención a: «todas las especies de aves»), de unos frutos, de unas aves, de «los sacerdotes, y chacineros» de alguna comarca sin demasiada precisión (¿Pátzcuaro?), del «sangrador», del «capitán», del «intendente» para acabar con el «asesino de mis padres», luego el de «mis hermanos», y de la voz poética que habla en primera persona. En cierto modo, se parece mucho a una enumeración caótica por lo heterogéneo de los elementos repertoriados, sí existe una relativa ordenación entre ellos.

También podremos descubrir otras muchas enumeraciones, en «Tránsito», «Hippogypoi, sin anomalías», «Plasticworld, apud Sagrada Biblia», «Aves nobles», «Definición de poema», «Ciudad Corvina». Así, por ejemplo, en «Ciudad Corvina, III» leeremos:

 

Aquí me encuentro muy bien, un acomodo

no sé aún si definitivo, una tumba

al aire abierto, despejada, ofrecida

a la voracidad incansable,

al pico tenaz, a la argucia

de alas, plumas, garras

 

Ya con la caída «de bruces al suelo», y «el olor que llevan los muertos», la voz poética que habla en primera persona del singular nos da suficientes indicios de que la muerte no estará lejos, aunque no sin humor eufemístico duda de que el «acomodo» sea «definitivo»… Y la enumeración va a aplicarse a ciertas características de dicha «tumba», con el verso «al aire abierto, despejada, ofrecida…», y el atractivo que es para los cuervos o los rapaces necrófagas. Doble enumeración, pues,  primero con la insistencia sobre el aspecto paradójico de la tumba en cuestión (la tumba suele remitir a lo cerrado y sepultado, lo subterráneo), luego con una acumulación de sustantivos y adjetivos que aluden a los cuervos y a los buitres («voracidad incansable», «pico tenaz», argucia / de alas», «plumas», garras»). Pero esas alusiones macabras y rapaces no fueron sino ilusión, y el poeta lo borra todo preguntándose si no es «el fiel remedo» del ciego Pablo Bernal que va «mendigando tabaco / en la plaza de Corvina».

 

Por Christian Andrès

Written by Christian Andrès

Christian Andrès, nacido en 1950 en Orán (Argelia), es un hispanista francés, catedrático emérito de la Universidad de Picardie Jules Verne (Amiens, Francia), especializado en la España de los siglos de oro. Ha publicado varias obras, y numerosos artículos y ediciones críticas para editoriales como Cátedra y Castalia.

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