En exilio

Bebí leche en Asturias, un municipio del norte que limita con las aguas del Cantábrico. No esperaba un carmesí cruel y mucho menos que un día la leche tuviera un sabor agrio con la llegada de Franco.

Si estás leyendo esta historia significa que dejé de germinar y ahora estoy floreciendo. A los 13 años me enviaron a la región más transparente en América y, en mayo de 1939, llegué a Veracruz. Abordé el Sinaia sin despedirme. Mi madre murió, deseé la muerte de mi padre y, sin embargo, no hubo lágrimas en mis mejillas. Mi madre era una mujer intelectual. Mi padre no la toleraba y eso le hacía beber de más. Mi madre huía de mi padre desde que él boxeaba con ella. Eso lo entendí hasta que lo viví en carne propia con quien, en ese momento, se hacía llamar el Gran Padre.

Cuando llegué a México no hablaba con nadie. Empecé a ir a los cementerios del dolor. Allí conocí a Florentina Suárez, una mujer de unos sesenta años que vendía flores a los hombres que iban a cortejar a una dama por la noche. También vendía cigarrillos a las mismas damas del amor. Poco a poco me reconocí en las frutas mexicanas y en los chismes de las calles. Cambié la leche por otra bebida sagrada, pero seguía sintiéndome extraña y extranjera. No podía enviar cartas a nadie, y durante algunos años me escribía a mí misma. Las cartas empezaban así:

Querida, sé que no has tenido mucho tiempo para defenderte de los malos augurios. Espero que los días sean mejores.

Los exiliados marchan por un camino que conduce al bombardeo emocional. Los bombardeos y las bombas están en mi mente incluso en México. Los exiliados estamos condenados a crear una nueva identidad a partir de la ira, la decepción, la depresión y la desolación en el intento de dejar atrás todo lo que conocimos, pues recordar es alguna palabra distinta que el dolor. Es la leche agria y tener a quién enviar cartas.

Florencia me dio una segunda oportunidad después de robar muchas flores para venderlas más caras. Solicitó mi adopción formal dándome una nueva familia de acogida. Los días pasaron y mis cartas no tenían sentido. Ahora leo poemas en la calle.

En México encontré los cigarros de miel, la fruta amarilla que gotea de mi boca y los hombres que compran flores y no tiran bombas.

 
Por Romina Izeta Kelly
 

Written by La Mascarada

Loading Facebook Comments ...