Canto abrazado a las barreras del sueño
apoyado en la mesa color absenta color absenta
“Primera conmoción”, De las condiciones humanas
A menudo nos sentimos viciados por determinadas sintaxis y terminologías.
“Elena Blum”, Cónsul
Me hallo pues fuera de cualquier territorio ¿y también fuera del tiempo?
“La ciudad alejada”, “Poemas no recogidos en libro e inéditos”
Huelga decir la importancia creciente que sólo ahora (y desde hace poco tiempo) va cobrando y se le reconoce al poeta muy atípico –por así decirlo– Francisco Ferrer Lerín. Que se tome en serio, pongamos por ejemplo, lo que escribió Carlos Jiménez Arribas al prologar la reedición de 2006: “La obra poética de Ferrer Lerín es una de las más originales del último tercio de siglo en España. Y lo es hasta el punto de poner en duda su catalogación dentro de ese género”. En cuanto al “Frontispicio” que le puso Pere Gimferrer a Cónsul, se notará el reconocimiento (tardío) del lugar destacable de Ferrer Lerín en el panorama renovado de la poesía española del siglo XX con la apreciación siguiente: “…el ala extrema de la escritura novísima, de la que Ferrer Lerín fue pionero y fundador”. Y, en efecto, en la famosa antología publicada por Castellet, Nueve novísimos poetas españoles, no figura el que será un gran ornitólogo poeta, ni tampoco se tratará de él varios años más tarde en Joven poesía española, de Concepción G. Moral y Rosa María Pereda, ni en otra antología, Poetas de los 70, de Mari Pepa Palomero. Por último, y hace poco, en la edición de Juan Cano Ballesta –Poesía española reciente (1980-2000)– ni se menciona a Ferrer Lerín.
O sea que si no nos interesa del todo indagar aquí mismo los motivos exactos (literarios, biográficos, ideológicos) de semejante silenciamiento, la actitud de la crítica hacia una escritura tan singular, densa y estimuladora como es la de Ferrer Lerín, ante todo en el presente bosquejo insistiremos en esa justificada evidencia, que por fin nadie en esta segunda década del principiante siglo XXI pudiera negarle el anclaje debido y merecido en el caudaloso cauce de la poesía española contemporánea.
Ahora bien, bastaría con leer esos poemas, y saber leerlos en el pleno sentido de la palabra leer, sin prejuicios ni rechazo ante cuanto pueda chocar una sensibilidad demasiado delicada y cierta tendencia cómoda a querer categorizar y comprenderlo todo, bastaría con sólo comprobar un mínimo de empatía ante una escritura tan singular, tan viva y tan extraña, para que uno se diera cuenta del gran valor de la poesía leriniana. Incluso de su interés como singular testimonio de tiempos en que apenas se hablaba de “novísimos”, cuando el joven Ferrer Lerín fue iniciador de una renovación estética transcendente en lo que vendría a ser la nueva poesía española, y la de los novísimos en particular. Por supuesto, no se puede tratar, dentro del presente marco, de hacer totalmente comprensible y abarcable la complejidad de la obra poética de Ferrer Lerín –aun limitándola a Ciudad propia, porque en 2009 salió a luz Fámulo– sino que nos propondremos practicar tres “calas” en ella, privilegiando la diversidad y radicalidad en la escritura, las formas y los temas evocados, la gran originalidad de las metáforas y los atisbos de metapoesía y de lo que llamaríamos “microdramas” dentro de ciertos poemas.
Primera aproximación (temática, formas, escritura)
De veras, lo que puede sorprender un tanto al lector de Ferrer Lerín es, casi de entrada, el comprobar una gran diversidad temática y formal en sus poemas. Así, para limitarnos a su primer libro, De las condiciones humanas (1964), ya adivinamos esa tendencia a través de la mera lectura de sus diez títulos: “Eros”, “Primera conmoción”, “Pobres marionetas con sus vestidos nuevos”, “Sesgo”, “Que arrastra las hojas muertas”, “Memoria de un recuerdo”, “Una raza de hombres principiante en sus tareas de albor”, “Antiguo”, “Los justos”, “Los humildes”. Otro rasgo que nos parece característico, muy a menudo: la falta de correlación evidente entre el título y el tema tratado, o sea que al horizonte de espera se añade una impresión de algún desfase lógico, o por lo menos de cierta sorpresa. Si el primer poema evoca fugitivamente el cuerpo de una joven turista francesa, “Nicole”, y de hecho el tema erótico se mezcla ahí con el tema de la cultura gala, del recuerdo, del tiempo, de la noche, del cine (el filme de Hathaway, Tres lanceros bengalíes –con su secuencia de tortura casi insoportable para el joven espectador Ferrer Lerín–, y si para el segundo poema sigue Ferrer Lerín con el tema erótico al decir “Yvette paraíso de la sombra”, también están presentes “las barreras del sueño”, y algo más y diferente de un tema, todo un ambiente nocturno, misterioso, marítimo con este principio:
Los que pernoctan cerca de las olas y saben del grito
neptuno
y la suave gaviota
aquellos decretados inabordables con la faz
viento
sin poder cuidar su estirpe la baraja marcada
enmiendan pasados desafíos
y resuelven un tálamo de caoutchouc.
Luego, con el tercer poema –“Pobres marionetas con sus vestidos nuevos”– no parece quizá tan predominante el motivo erótico, y uno se pregunta quiénes serán exactamente las “pobres marionetas” del título, si bien pueden ser la misma chica aquí sólo llamada “ella” y “unas amigas deshilachadas”. Pero desde el principio se crea cierta atmósfera amenazadora propicia al crimen: “Ten la mirada atenta y los movimientos prestos porque / los asesinos delicados merodean”, y se formulan unas reflexiones algo inquietantes y sádicas con la voz poemática: “hay tanto candor en sus palabras que da miedo torcer sus dedos” y “pero yo mantengo la postura podría dañarla y sus labios retumbarían”… Y sabemos, por otra parte, que ese motivo del crimen se verá repetido de manera casi obsesiva, prestándose a cierto lirismo y escenificación, más o menos elaborada, en La hora oval (1971), como ocurre en “La mano”, “2-3-65”, “La historia preferida”, “Se describe una vida extraña”, “Otelo”, “Muerte de Joan Marsh”, “Murió Ferrara”, “La dama que vive”. Pero se continuará con el motivo del crimen y de la violencia en Cónsul, con “Viejo circus”, sobre todo el espeluznante “Obras públicas”, y el inolvidable “Rinola Cornejo y el Estrangulador de Boston”, y se manifiesta todavía en la cuarta parte de sus obras completas, con “Análisis” y la matanza particularmente sangrienta de un poema fechado en el 23/02/05, “De barrizal”. Digamos que tal temática y atmósfera prosaica de crimen –con lo de las aves carroñeras– debió de contribuir no sólo a la leyenda “negra” de Ferrer Lerín sino también a hacer tardío y problemático su reconocimiento como gran poeta.
Varios otros temas y motivos se verán tratados por Ferrer Lerín, como el de la escritura (“…lozana la grama…”), de la lingüística (tres poemas), de la lexicografía, de la bibliofilia, de la ornitología (con algunos ornitónimos) incluyendo la muy singular accipitrología, el juego de naipes (“selectivo” o “chiribito”), y lo biográfico, pero muy esparcido por la obra y sufriendo varias y tantas metamorfosis que sus huellas se quedarán las más veces poco reconocibles. También puede surgir algún tema difícilmente clasificable, digamos fantástico como se da el caso, pongamos por ejemplo, con “El monstruo”, y el muy extraño “Mansa chatarra” que sólo revela a siete líneas de su final que la voz poemática no era la de un locutor humano sino la de un ser con un “ano de cartón”, enorme, y que acaba estallando al contacto de “las puntas de los cascos de los soldados del Káiser”, a no ser que de humano se hubiera metamorfoseado en un objeto volador enorme y capaz de desinflarse…
En cuanto a la forma, también se notará cierta asombrosa variedad, y la mayor, sin duda, consiste en el recurso inopinado a la prosa, como ocurre con esas inquietantes y crueles narraciones de crímenes o violencias afines. Ya lo ha dicho muy justamente Túa Blesa a propósito de la publicación de Ciudad propia. Poesía autorizada: “Formalmente, hay dos tipos de textos: unos en verso y otros en prosa. Algunos de estos últimos se escribieron cuando esa forma era una extrañeza en la poesía española y eso les da un valor singular”. De hecho, si hubo en España antecedentes con el Romanticismo, como Bécquer en El caudillo de las manos rojas (1858), hace falta esperar al gran poeta nicaragüense Rubén Darío (Azul, 1888) y, sobre todo, a Juan Ramón Jiménez (Diario de un poeta recién casado, 1917) para leer poemas en prosa en su concepto moderno. Recordemos que Jiménez desarrolló las amplias posibilidades de este género, desde la serie de poemas en prosa cortos, delicados y conmovedores que es el admirable Platero y yo (1917), la “caricatura lírica” en Españoles de tres mundos (1942), hasta el discurso complejo del largo poema Espacio (1943).
Los poemas en verso de Ferrer Lerín presentan numerosas experiencias sobre el lenguaje y la realidad, en su gran mayoría combinaciones de versos libres (que pueden rimar ocasionalmente), de muy distinta extensión (desde el bisílabo y fonema “y” de “Consideraciones biográficas, 3”, hasta quizás el verso más largo de toda su obra, “Y al revisar la interminable fila cojeaban por no caer al viento”, un verso de veintidós sílabas métricas), ritmos muy variados. No se reconocerán formas tradicionales, sino que desde el primer libro –De las condiciones humanas (1964)– lo más característico al respecto será la extrema libertad en la apariencia de tales textos donde alternan casi siempre versos largos con otros de arte menor, y a veces de los más cortos. Y existen poemas muy singulares, como el caligrama intitulado de modo insólito: “El último contacto que tuve con Dalia fueron / las gardenias que amorosa recibió en sus brazos. / Luego, al marcharme, intenté verla pero ya / se había ido; ¡y no volvería!”, y otro intitulado “Och he revives. See how he raises”, con una disposición tipográfica sorprendente y no falta de humor.
Y siempre desde un punto de vista formal, digamos que en Ciudad propia. Poesía autorizada no deja de asombrar al lector el volumen de esos poemas en prosa dentro del conjunto, porque si no nos equivocamos en el cómputo, de los 105 poemas aquí reunidos 40 van escritos en prosa, o sea que representan un 38% de la obra, cantidad que nos parece impresionante. Ocurre muy pocas veces en nuestra opinión que uno pueda dudar de la calificación “poema en prosa” para ciertos textos, pero sin duda alguna no todos los críticos admitieron la calificación genérica de “poema en prosa” para ciertos textos de Ferrer Lerín, si aquí viene a su debido tiempo la inteligente defensa (y ataque) del crítico prologuista Jiménez Arribas: “Como lo ha puesto la crítica más preocupada por el aspecto genérico de la poesía escrita en prosa, y como ilustra sobremanera la obra leriniana, la pregunta no es si el texto X es o no es un poema en prosa, sino qué significa, qué aporta y qué conciencias remueve leerlo como poema”. Y de veras se puede admitir que tal consideración sea de más trascendencia para todos. Por ejemplo, y aparte del hecho de publicarse en un libro de poemas, no parecen muy numerosos los indicios de poeticidad para el texto de “Bibliofilia” que así empieza: “Jorge Luis Leclerc, Conde de Buffon (1707-1788), fue nombrado intendente de los jardines del Rey al cumplir treinta y dos años”.
Entre dichos poemas en prosa –y si muchos por supuesto merecerían ser aquí señalados y estudiados debidamente– destaca a nuestro parecer “el impresionante”, a decir de Jiménez Arribas, “Corvus Corax” de Cónsul. Importa ya detenernos un tanto sobre semejante título para hacer observar que el mismo autor en una nota a la palabra “grajo” presente en el primer poema de su primer libro –De las condiciones humanas– señaló que “grajo” era “Denominación localista y ataxonómica”, y que “Hoy, hablaría de Cuervo, la misma especie –Corvus corax–”.
Por ejemplo, en su poema “Eros”, interviene el grajo mientras se trata de amoríos con una joven turista francesa –la mencionada Nicole– entre “tu muslo inauténtico”, “Es decisiva esta caricia” y “tus ojos brillan en lo congelado del desierto impúdico”: “el grajo se estremece a casi veinte metros”. Y, en efecto, corvus corax es la denominación científica, taxonómica, ornitológica del cuervo, y como es de 1970 el poema, tal título tan preciso se explica muy bien por la profesión que a finales de los sesenta ejercía Lerín en el Centro Pirenaico de Biología Experimental del CSIC, en Jaca. Además, si puede sorprender tal título, tales sonoridades, y sobre todo la narración que va a seguir (pero Baudelaire ya escribió hace más de un siglo antes un poema intitulado “Une charogne”, mucho más repulsivo), se notará que la misma dicción de esas dos palabras ya resulta algo desagradable, inquietante, amenazadora, sobre todo corax, que suena, por así decirlo, a graznido de cuervo y obliga a abrir mucho la boca. Otra observación nuestra, etimológica esta vez: si “corvus” viene del latín, también se puede considerar que es una adaptación (corrupción) de un nombre griego, precisamente, “corax” o “korax”, y entonces decir “corvus corax” es una repetición, una redundancia, pero se dice “cuervo” una vez en latín, y otra en griego… Sin embargo, haremos notar que, paradójicamente, tal iteración etimológica es al mismo tiempo de una gran precisión para un ornitólogo que de esta manera puede identificar inmediatamente la especie carroñera (y omnívora) en cuestión dentro de la familia zoológica de los dentirrostros.
Luego, la primera frase: “La acción del cuervo sobre las lomas”. Es notable esa manera de escribir, porque el enfoque se manifiesta sin transición, repentinamente, casi in medias res, una “acción”, es decir la evocación anunciada de movimientos, de la vida en acto de un cuervo cualquiera pero, en este caso, universalizado bajo la figura de la antonomasia. Sin hablar de la extrema sobriedad de la expresión, de la impresión intensa de objetividad (¿científica?) que inmediatamente así se crea. Y “las lomas” ya indican el tipo de paisaje propicio a la vida del cuervo, luego a su observación, sugieren vuelos y árboles de copa alta. Pero ningún nombre de lugar preciso se formula, pueden ser lomas de cualquier país. Cada frase merecería un comentario, lo que evidentemente no se puede hacer hic et nunc. Contentémonos con señalar que la segunda frase introduce dos nuevas precisiones: “la pareja de cuervos”, o sea que también se nos evocará a la hembra, y el momento del día: “la tarde”. Ferrer Lerín maneja con maestría –y una precisión científica en este caso debida a sus estudios de medicina– las palabras, y poco después hablará de “aventura trófica”. No estamos seguros de que cualquier lector –así sea culto– entienda inmediatamente el sentido exacto del adjetivo “trófica”, luego el de la metáfora “aventura trófica”. Ahora bien, “aventura” suele referirse a acaecimientos varios durante la vida de un hombre, mientras que aquí se dice de los movimientos y vuelos de un cuervo. El resultado es que de golpe y porrazo se borran las fronteras entre los humanos y los cuervos… Y “trófica” (del griego “trophê”, que significa alimento, comida, sustento) se emplea normalmente en biología para lo que concierne a la nutrición de los tejidos anatómicos… Ferrer Lerín recurrió a la figura de la hipálage, y “aventura trófica” es una exacta metáfora que concretamente evoca la acción de un cuervo que necesita alimentarse (de carroñas) para vivir. Y en este primer párrafo –si todavía queda mucho por decir– se mencionará a otra ave, “un ave menor que parece inquieta. Cernícalo”. Y todos sabemos que el cernícalo también es un ave de rapiña, de cabeza abultada y cola larga, en forma de abanico.
Por Christian Andrès