Borges y su Aleph

Jorge Francisco Isidoro Luis Borges nació el 24 de agosto de 1899 en Buenos Aires, Argentina. Desde temprana edad mostró un interés literario inusual; antes de los diez años una versión suya sobre un texto de Oscar Wilde fue dada al público. Fue un políglota extraordinario. Como escritor se acercó a diversos géneros y experimentó con el ensayo y el cuento corto una suerte de centauro intelectual. De su misma voz sabemos que se consideraba un poeta más o menos torpe, sin embargo, fue tal su convicción lírica que ensayó tópicos misceláneos: Spinoza, un gato, el ajedrez, el amor y el desamor, además de su obcecada costumbre del laberinto, son algunos ejemplos de lo que trataba dentro de sus poemas.

Opuesto interés fue el de intentar la novela, pues no dejó a la posteridad libros que pecaran por su amplitud. Sus textos se caracterizan por el rigor, exacerbados intereses metafísicos y también por un lenguaje que puede considerarse extravagante. Como autor usó varios seudónimos e, incluso, escribió en complicidad con Bioy Casares varias ficciones. Sus referencias falsas, y a la vez diegéticamente verosímiles, confunden y embelesan a todo lector y son cátedra de un fabulador extraordinario. Fundó algunas revistas literarias como Prisma y Proa a inicios de siglo XX, y también obtuvo reconocimientos internacionales en Oxford, Yale, Columbia, La Sorbona y Harvard. Murió en Ginebra el 14 de junio de 1986.

“El Aleph” es un cuento corto que inicialmente se imprime en la revista Sur, en 1945. Años después (1949) sería publicado en un libro homónimo por la editorial Losada. El libro es una colección de dieciocho cuentos en que “El Aleph” propone un trato fantástico a la posibilidad de un recipiente infinito. Famoso por ser “el otro, el mismo”, Borges narrador en la mayoría de su obra, el autor entremezcla episodios y nombres verídicos en un cuento que es considerado representante importantísimo de la literatura fantástica en América Latina.

El personaje principal del cuento es al mismo tiempo el narrador: Borges. La participación diegética de Borges es, por lo tanto, doblemente importante. De acuerdo al modelo de Genette, Borges es narrador autodiegético, héroe e informador del relato. También se considera un personaje referencial, pues el nombre alude obviamente al escritor argentino. Debido a que no se cuenta con información sobre la apariencia física del personaje, únicamente podemos usar su discurso, en este caso doxal, para afirmar que es altamente subjetivo y que siente una repulsión por Carlos Argentino Daneri no solo física sino también intelectual. En el discurso figural dramático entre Borges y Carlos Argentino podemos observar también su detestada y a la vez necesaria relación.

En cambio, con Beatriz Elena Viterbo el narrador hace un retrato físico pero omite el moral. El lector sabe que “Beatriz era alta, frágil, muy ligeramente inclinada; había en su andar (si el oxímoron es tolerable) una como graciosa torpeza, un principio de éxtasis”. Su calidad de personaje secundario la relega a ser el objeto del deseo del protagonista, y al hecho de que el Aleph se encuentra también en su residencia. Mi interpretación de que es un personaje referencial se remonta al personaje femenino de la Ilíada, Helena de Troya. La forma en la que el narrador presenta a este personaje, por medio de retratos, es curiosamente parecida a la descripción del Aleph.

Carlos Argentino Daneri, por su parte, es el antagonista del relato. Su participación diegética es considerable (como su aspecto físico), pues se le atribuye el descubrimiento del Aleph y su confusión por este objeto con un baúl. La información que se nos da a través de su discurso es que Carlos se asemeja a un infantil burócrata: “Es mío, es mío: yo lo descubrí en la niñez antes de la edad escolar”, nos dice desde su propia voz y al tener un cargo en alguna biblioteca. El narrador desarrolla esa identidad al describir el día del hallazgo fantástico: “En la calle Garay, la sirvienta me dijo que tuviera la bondad de esperar. El niño estaba, como siempre, en el sótano, revelando fotografías”. Esta última afirmación es un símbolo de Carlos Argentino Daneri usando el Aleph como un observatorio fotográfico.

En el cuento existen también varios personajes incidentales. El padre de Beatriz Viterbo, los dueños de la confitería que pretenden destruir la casa donde se encuentra el Aleph, Zunino y Zungri, y el Doctor Zunni, abogado de Carlos Argentino. De estos últimos tres personajes conocemos casi nada, pero notamos la aliteración con la letra “z” que el narrador hace al mencionarlos de forma sucesiva. También encontramos en esta clasificación a Álvaro Melián Lafinur, personaje referencial al que se considera indicado para prologar el fárrago de Daneri.

La categoría espacial es insoslayable para una interpretación adecuada del “Aleph”. En el cuento se le ofrecen al lector deícticos para darle más realidad y verosimilitud a la narración. El primero es la Plaza Constitución, lugar donde un anuncio de cigarrillos detona en el narrador una reflexión sobre el tiempo. La calle Garay —lugar donde se encuentra el Aleph— y los nombres de Caseros y Tacuarí —geografías donde el bufete de Zunni se ubica— revelan que la acción transcurre en Buenos Aires, Argentina.

Por medio del poema de Carlos Argentino Daneri se nos informa de otros espacios diegéticos. Su Canto Augural hace un listado de referencias extratextuales como Veracruz, Queensland, Belgrano y Brighton. Por definición, el mismo Aleph es un lugar en donde residen todos los puntos del universo. El autor juega con este concepto para darle a su texto una riqueza geográfica ilimitada. Si existe un punto en el que todo puede converger, ciertamente no puede ser retratado visualmente, pues sería una imagen de un vértigo informe. Únicamente en un libro, y en complicidad con una desaforada imaginación, el Aleph puede materializarse.

Los dos epígrafes que Jorge Luis Borges usa son herramientas que considero de gran utilidad para poder entender la unidad espacio-temporal en el cuento. En Hamlet se describe la posibilidad de una creación del espacio dentro del espacio, y en Hobbes la imposibilidad menos de su comprensión que de su realización. En dos fragmentos literarios, Borges propone y refuta el eje argumental de “El Aleph”. El autor retrata legítimamente a Buenos Aires de principios de siglo XX, pero al mismo tiempo le incrusta un concepto que ninguna inteligencia podría comprender: la ubicuidad. Mi impresión sería que el Aleph es, en su universo diegético, una correspondencia del libro conforme a la realidad. Un espacio que, como un vértigo, puede desdoblarse infinita y sucesivamente en el que también caben dimensiones humanas como la envidia, el desamor y la muerte.

El premio que en el cuento gana Carlos Argentino Daneri es otorgado a Jorge Luis Borges años después, siendo jurado Álvaro Melián Lafinur. Estas felices simetrías, y tal vez justicias, en donde los personajes se convierten en actores reales, son provocadas directamente por la literatura. Son justamente estas posibilidades fantásticas elementos con los que Borges configura su Aleph. En el sentido tecnológico, la propuesta de Carlos Argentino del hombre moderno no está para nada alejada de la realidad. Caben perfectamente en una imagen, la de un hombre en un dispositivo electrónico con acceso a Internet.

 
Por Jesús Martínez
 

Written by Jesús Martínez

“Sutiles cuestiones trato, resoluciones graves comprehendo, perfectos libros amo”.

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