De noche Valentina

Me llamo Valentina y me fascina la noche. Tiene una magia especial, pues es cuando ciertos personajes seductores salen de sus escondites y coinciden con su alma gemela, al menos por unas horas.

En una de esas noches, cubrí mi cuerpo con un minúsculo vestido negro, medias de red y tacones del 13. Deslicé suavemente mi cabello sobre los hombros y rocié un poco de perfume. No soy voluptuosa, soy más bien delgada y de baja estatura, pero eso es lo que ellos buscan, que parezca más joven, culta y refinada.

Salí del departamento que rento en la colonia Condesa, y me dirigí contoneándome hacia el auto que me llevaría a la caótica avenida del “club” donde trabajo desde hace dos años. El clima era perfecto, tanto que abrí la ventanilla y permití que el viento coqueteara con mi cabello sin temor a despeinarme. Debo confesarles que me sentía intranquila. No quería salir esa noche. Hubiera preferido quedarme en casa, como lo hacen otras personas que se cuidan del contagio y disfrutan de ese tiempo mientras reciben, sin más, su salario cada quincena. Con nosotras no sucede así.

Llegué al club. No es fácil conocer hombres, y menos cuando debes competir con otras mujeres con exóticos atuendos y poses seductoras. Aun así, tengo varios fijos. Debo decirles que algunos de ellos ni siquiera me buscan por sexo, por lo general necesitan desahogarse, liberar su ansiedad, juguetear con sus fantasías o simplemente sentirse apapachados por alguien. Pensé que, si tan solo ustedes se atrevieran a interpretar un baile sensual frente a ellos, no volvería a ver a muchos de mis clientes. En fin, yo agradezco esas noches donde solo me buscan para platicar. No es que el sexo me moleste, incluso me agrada. Pero, ¿acaso un oficinista no se aburre de hacer las mismas tareas todos los días? Me pasa lo mismo.

Esa noche, por ejemplo, me hubiera encantado que llegara Beto —no es su verdadero nombre, pero da igual, yo tampoco soy Valentina—. Con él, suelo platicar de libros, museos, y viajes. Y es que ésa es su única razón para contratarme, conversar. Es un hombre apuesto, tan alto que aun con mis elevados tacones debo voltear al cielo para mirarlo a la cara; de cabello negro, ojos profundos y mirada cautivante. Lograr su confianza no fue tarea fácil. Ante las demás personas es huraño y taciturno. Él se ha convertido en uno de mis clientes favoritos. Incluso, hace surgir mis dotes de psicóloga, carrera que dejé en el quinto semestre cuando me vi en la necesidad de trabajar.

Bueno, debo ser sincera con ustedes, no tenía la necesidad, pero me gustó trabajar, incluso más que la escuela. Podría inventarles terribles anécdotas acerca de las razones por las que comencé en este negocio, como que debo ayudar a mi madre que está gravemente enferma, o el maltrato de un padre abusivo por quien tuve que salir huyendo, pero no, nada de eso es cierto. La verdadera razón es más sencilla: detestaba las reglas, deseaba sentirme libre y, mi familia de ceñidas normas morales y modos autoritarios, no estaba de acuerdo con ello, así que me salí sin pensar. Esto fue lo que encontré y no me arrepiento. No crean que es fácil, mi trabajo requiere de sangre fría, pero uno hace con su cuerpo lo que quiere. Los hombres adultos me hacen sentir especial, mucho más que alguien de mi edad. Ser “edecán” es divertido, me da la posición que tanto deseaba, pero, sobre todo, mantiene viva aquella efímera sensación de libertad.

Pero volvamos al tema. Cuando llegué al club de Polanco, me di cuenta de que los efectos de la pandemia habían llegado antes que yo. A partir de esa noche la casa permanecería cerrada. Pasaría algún tiempo antes de que pudiera trabajar de nuevo. Y realmente no importaba que me prohibieran trabajar, hacía varias semanas que disminuyeron los clientes por miedo a contagiarse. Sin más remedio, regresé a casa.

Con mis ahorros, dejar de percibir ingresos no sería un gran problema si no fuera por el automóvil que acababa de comprar, y porque me encantaba gastar la mayor parte del dinero que gano. Apenas alcanzaba a cubrir la renta de ese mes, el pago del auto y uno que otro lujo a los que estoy acostumbrada. “Suficiente”, pensé.

Contrario a mis predicciones, el tiempo recorría los días en el calendario y el confinamiento no llegaba a su fin. El club no abría sus puertas, el dinero no llegaba, no tenía para saldar las cuentas pendientes y, al no pagar la renta, estaban a punto de lanzarme. No caer en desesperación resultaba complicado. Lo que pensé que duraría un par de semanas se convirtió en casi tres meses.

Cuando estaba a punto de sucumbir ante la desesperación, decidí salir a caminar para relajarme y sentir el aire fresco en mi rostro, aunque el cubrebocas no era de mucha ayuda. “¿Cómo puede la gente respirar con esto?”. Sin importarme nada me lo quité y respiré profundo. Escuché el sonido de los autos que me recordaba mis noches de gloria y una voz me sacó de mi estado meditativo.

—¿Valentina?, qué bueno que te encuentro. Llevo semanas queriendo llamarte. Te extraño, me urge una noche contigo —dijo la voz en tono tan sugerente que me hizo reaccionar con coquetería.

—Hola, Beto —lo saludé mientras recorría seductoramente con el índice su nariz bajo el cubrebocas—, me da gusto verte, a mí también me urge trabajar, pero cerraron el club.

—Pensé que eras más creativa.

—Esto no es cuestión de creatividad, Beto, no tengo donde trabajar. Mira, está todo cerrado, además, ¿no te da miedo contagiarte?

—Lo dicho, te falta creatividad, ¿no has escuchado de Zoom? Diversifícate, nena, cambia el giro. Si te decides, aquí están mis datos. Llámame, que estoy dispuesto a pagar por unas sesiones virtuales. Créeme, son buena idea —comentó al tiempo que ponía en mi mano un papel con un número telefónico.

—¿Zoom? ¿Qué diablos es eso? —pregunté.

—Investiga —gritó mientras se alejaba con una sonrisa maliciosa en el rostro.

“Sesiones virtuales”, ¿qué jaladas son esas!, no sé ni de qué está hablando —pensé—, pero, mientras caminaba de regreso a casa, la idea comenzó a revolotear en mi cabeza. ¿Y si tenía razón?, ¿y si el dichoso Zoom era la solución? Caminé apresurada, ansiosa por revisar de qué se trataba. Una vez en mi departamento preparé un humeante café negro y me puse a investigar en el Internet acerca de ello.

Pasé toda la noche conociendo la plataforma y aprendiendo a manejarla. Me di cuenta de que la idea de Beto no estaba nada mal, de hecho era estupenda. Solucionaba de tajo mi problema de dinero y no tendría que correr ningún riesgo. La pondría en práctica. Era urgente.

Muy temprano comencé con los preparativos. Envié una serie de mensajes a cuantos contactos me fue posible con el asunto “De noche Valentina”, y les pedí que corrieran la voz. Acomodé mi recámara para que luciera perfecta. Moví una pequeña cómoda junto con la cama y ambienté la habitación. Fijé unas lámparas que me prestó mi vecino —ése que también me presta amablemente el Internet sin saberlo— y las disfracé con celofanes y mascadas de colores exóticos; acomodé el celular en un improvisado tripié; puse música sensual y me preparé para mi impensada sesión nocturna. Sorprendentemente los pagos entraron a mi tarjeta de débito como si vendiera pan caliente.

Las ocho en punto, hora de comenzar.

Queridas invitadas, ¿todas listas para echar a volar sus encantos? En el kit que les envié encontrarán atuendos seductores, transparencias, aceites aromáticos y boas de plumas. Enciendan la playlist “Erotic moments” que les compartí por chat. Estoy preparada para transmitirles los conocimientos que adquirí luego de dos años de sensualidad y erotismo en mi club.

¡Comienza la clase! “De noche Valentina, baile para seducir a tu pareja por Zoom”.

 

 

Por Amira Scherezada Pastrana Tanus

 

Written by La Mascarada

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