Un niño albino cruza la calle, poema de Gabriela Cantú Westendarp

Necesito dormir, pero el sol me despierta.

 

Héctor Viel Temperley

 

I

 

De nuevo se forman las cordilleras,

me canso del peregrinaje,

de subir y bajar las pendientes:

fijo los anclajes y tiendo las cuerdas

una intensa luz domina mi habitación

 

la cama, la lámpara, el muro de librero

están cubiertos por una capa de hielo

mi rostro por un faro de luz.

 

La luz como el hielo lo domina todo.

Nunca termina el día,

la vigilia que descorre las cortinas.

 

El reloj marca la noche,

el televisor lo confirma,

dan los programas nocturnos

y en mi cabeza se extiende

una alfombra blanca, una capa de hielo.

Se escuchan las voces,

una vieja película en invierno:

el fuego de la chimenea ilumina

a la chica que se hunde

en las concavidades

del otro,

se curva cuando amerita la posición,

clava los dientes,

lame y besa

envuelta en la carne del amado.

 

La felicidad ajena vuelve la habitación más blanca,

la luz más insistente, el hielo más sólido

esta luz es el exilio,

 

un pedazo de tierra fría, mi

témpano

donde yace el cadáver que soy por la mañana.

 

La temperatura es justa para el crecimiento de las cordilleras.

La geografía es difícil,

cruzarla requiere entrenamiento.

Se necesitan cuerdas, picos, ganchos, botas.

 

Oficialmente la noche termina

cuando la luz parpadea en el despertador,

cuando el tímpano recibe ese tremendo ruido

y sangra un intervalo entre el abrir y cerrar de ojos.

 

Sigue la tradición de vivir en un país todo de luz,

un lugar situado en la habitación

pero a veces también en la cocina.

 

Me dicen que estoy pálida, delgada,

que me veo un tanto extraña.

Miro al espejo y creo saber por qué lo dicen,

un sol frío lanza sus dardos, me hiere la boca, los ojos

mis muros y cordilleras de hielo

mis muebles de habitación

mis utensilios de cocina.

Recuerdo a la chica de la película,

su linda figura, sus labios carnosos abriéndose

y yo me cierro.

 

Pensé que si lograba estarme quieta,

mis piernas, mis brazos,

podría esquivar los dardos de esa luz que me hiere

pero fallé.

 

Nunca se me dieron los números, menos las operaciones.

 

Quisiera ser la chica de la película,

tener su cintura, sus poros dilatables,

ser como un tulipán abriendo sus puntas.

 

Ser ella con la seguridad de una cazadora,

en sus manos la liebre, en la mira la paloma.

Ser clavando sus colmillos,

ser un cuerpo iluminado

bordado de lentejuelas.

La falta de sueño es una luz que

cava un profundo pozo en mi abdomen,

un cuento curioso:

donde la luz es fría todo el tiempo

y los sueños se enredan en el respaldo de una silla

situada en la cocina o en la habitación.

 

El insomnio es un parásito que se instala en el cuerpo,

un artefacto frío que me lanza picotazos

a una región del cerebro,

y luego, por mandato divino,

continúan en el recuerdo.

 

La vigilia puede provocar un deslizamiento,

un pez abre la boca mientras huye de las tenazas del cangrejo.

 

Pero no dormir tiene su lado seductor.

Un niño albino

sus labios, sus ojos rosados,

su cabeza toda luz, su cuerpo más luz.

El niño atraviesa la calle, detiene el tráfico,

camina como un príncipe en compañía de su corte.

 

II

 

Sobre la mesa un martillo,

cuerdas, ganchos, botas.

El equipo necesario para el terreno.

Me dispongo enfrentar a la bestia

en lo alto de las cordilleras.

 

La luz hace cuerpo

en la bestia blanca, toda luz,

hermosa cabeza de un niño albino.

 

Para vencer necesito

que me mires y me tomes de la mano,

que sueñes mi sueño.

 

Los sueños son breves, muy breves.

Urge revelar la parte animal de tu origen,

seguir el rastro de la bestia.

Aquí no estoy sola, tú me tomas de la mano.

La bestia duerme, también sueña

y se piensa en estado líquido,

no niebla, no hielo, sino río,

un río tan blanco como la blanca cabeza del niño.

Si la bestia es río podemos tomar la barca y cruzar.

 

Más allá de las aguas la chica y su amado,

la pareja de la película.

Él con su mano bajo la falda entre las piernas,

su boca en la boca que se abre,

su cuerpo en el cuerpo ardiendo.

 

Calcular la salida es complejo,

laberinto de hielo.

Lo mío no son los cálculos matemáticos

pero ahora sueño.

Puedo transformar a la bestia en un pequeño pájaro blanco,

colocarlo en un cimillo

en la punta de la cordillera

y que lo atrape una bestia más grande.

Soñar con agua es viajar al origen.

¿De dónde viene la cabeza hermosa, seductora,

pero terrible cabeza blanca de un niño albino

príncipe que cruza la calle,

acompañado de su corte,

mientras los autos se detienen en estado de extrañeza?

 

De Un niño albino cruza la calle (Mantis editores, 2019)

Gabriela Cantú Westendarp (Monterrey, 1972)

Poeta y promotora cultural. Es licenciada en Estudios Internacionales, maestra en Ciencias y cuenta con una especialidad en Lengua y Literatura. Se ha desempeñado en el sector público y privado como administradora de cultura y en diversos medios de comunicación promoviendo las artes. Ha sido profesora de cátedra en diferentes instituciones. Obtuvo el Premio Nacional de Poesía Ramón López Velarde y Mención Honorífica en el Premio Regional Carmen Alardín. Becaria del Centro de Escritores de Nuevo León. Es miembro de varios consejos editoriales. Su obra se ha publicado en diversos países como Chile, Colombia, Ecuador, Inglaterra y Estados Unidos. Ha sido traducida a varios idiomas. Entre sus libros destacan: Material peligroso, Naturaleza muerta, Una flama de seda como la nada, El filo de la playa, Hamburgo en alguna parte y su traducción de La balada del viejo Marinero de Samuel Taylor Coleridge.

Written by La Mascarada

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