Apuntes mentales

No recuerdo nada, ha transcurrido mucho tiempo: bajo y gordo, con el rostro tan devastado por las arrugas que era difícil verle los ojos. Había estado décadas en Argentina, luego en Australia, y contaba tan bien sus historias. De trece años estaba allí, con mi padre, en la vieja fonda frente a la fuente con el ángel de bronce. Lo había acompañado después de cenar ya que debía encontrarse con los hermanos Strapponi, los astutos intermediarios locales, y un ojo más, así fuera joven, podía servir de algo.

El hombre vaciaba copas y copas de vino. Su voz era meliflua y hablaba pausadamente, sin gesticular.

Entre tantos que lo escuchaban, yo era el único que tomaba apuntes, mentales. Decía para mis adentros: “Debo recordarlo, transcribiré todo, lo que dice es maravilloso”.

Pasaron dos semanas, mi padre logró vender los dos barriles de vino y conseguir dinero para salir adelante. Jamás tenía tiempo para sentarme a escribir lo que escuché, cuando había oportunidad estaba ya oscuro y debía ahorrarse en luz. Siempre tenía que correr de aquí para allá: ir a la escuela, hacer tareas, ayudar a mi padre en el campo, en la bodega y el domingo servir de camarero en la fonda Belvedere.

Ahora estoy jubilado, vierto signos en las hojas que luego no soy capaz de descifrar. Desde hace un mes esto va mejor: compré una computadora. Un vecino tuvo la paciencia de explicarme cómo se abre el procesador de textos y se guardan los archivos. Me conectó a Internet: “Te entretienes y también te enteras de todo, están los periódicos online”.

Escribí cartas a mis hijos y las mandé vía email. Tengo un diario acerca de mi vejez. Navego en revistas electrónicas, leo extrañas y divertidas historias, e imprimo las más interesantes y las conservo en carpetas adecuadas para ello. Cambiaré la pantalla, compraré una más grande y así no me fatigaré la vista.

Rememoro las historias del hombre que hace tanto vivió en Argentina y luego en Australia. Eran fragmentos de su vida aventurera, hechos vividos o inventados pero tan insólitos que me hicieron desear apuntarlos mentalmente para después transcribirlos. Nunca tuve la posibilidad de hacerlo y, ahora que la tengo, he olvidado los detalles. No su rostro, tan devastado por las arrugas que era un reto divisarle los ojos.

 

Por Alessio Brandolini

Traducción de Diego Estévez

Written by La Mascarada

Loading Facebook Comments ...