El diablo llora: Hay cosas que no puedo decirte sin tocarte

En el discurso de recepción del Premio Príncipe de Asturias 2011, decía Leonard Cohen, más o menos, lo siguiente:

Ustedes saben de mi profunda conexión y confraternización con el poeta Federico García Lorca Puedo decir que cuando era joven, un adolescente, y buscaba una voz en mí, estudié a los poetas ingleses y conocí bien su obra y copié sus estilos, pero no encontraba mi voz. Solamente cuando leí, aunque traducidas, las obras de Federico García Lorca, comprendí que tenía una voz. No es que haya copiado su voz, yo no me atrevería a hacer eso. Pero me dio permiso para encontrar una voz, para ubicar una voz, es decir, para ubicar el yo, un yo que no está del todo terminado, que lucha por su propia existencia. Y conforme me iba haciendo mayor comprendí que con esa voz venían enseñanzas. ¿Qué enseñanzas eran esas? Nunca lamentarnos gratuitamente. Y si uno quiere expresar la grande e inevitable derrota que nos espera a todos, tiene que hacerlo dentro de los límites estrictos de la dignidad y de la belleza.

Mutatis mutandis, creo yo, es éste también el derrotero de Paola Puzzo Sagrado. Ciertamente, sólo ella podría decirnos, con certeza, cuánto influyó García Lorca en el hallazgo de su voz poética; sin embargo, no cabe duda de que el autor del Romancero gitano ocupa un lugar preponderante en El diablo llora. Y para muestra, un botón:

A F. G. LORCA – 1

 

Hay en el verano olvido

meses, meses, meses de sombra

sobre un corazón ya exhausto.

 

(Es la luz cegadora del amor

tapada por la sombrilla del egoísmo)

 

A F. G. LÓRCA – 2

 

Todo es intervalo.

La poesía es verdad

sin remedio.

 

¡Ángel mío,

abrázame,

llévame volando

lejos del paraíso!

Ahora bien, desconozco cuándo, de cuándo a cuándo, escribió Paola El diablo llora, pero me atreveré a decir que si no es un poemario de juventud, casi. Podría ser también el poemario de una época de crisis, entendida ésta como pasaje, como cambio profundo de un estado a otro, de una edad a otra. Puzzo Sagrado ha encontrado su voz, pero como dice Leonard Cohen, es una voz, un yo, “que no está del todo terminada, que lucha por su propia existencia”, una voz que está afirmándose, y en el proceso, asimila ciertas enseñanzas: “nunca lamentarnos gratuitamente. Y si uno quiere expresar la grande e inevitable derrota que nos espera a todos, tiene que hacerlo dentro de los límites estrictos de la dignidad y de la belleza”. Esta enseñanza Paola la ha aprendido bien, y no son pocos los poemas donde se constata este hecho, pero veamos, casi acaso, unos versos de “Sin”: “¡Oh, apaga esa mirada / que enciende el divino dolor! / Si no me amas, no importa: / sin prado, soy una flor”. O estos otros de “El gigante”: “Soy un gigante. / Demasiado grande para que alguien me note. / Estos zapatos conocen los desiertos, / este corazón la jerga muda del mar. / Soy un gigante. / El dolor encuentra más espacio en mi pecho / y mi mente es / el único lugar donde soy normal”.

Por lo demás, en la lucha por la existencia, es esta una voz que necesita “Nuevos silencios, nuevas palabras”, como dice la propia voz poética en el poema “Sábado”. En este sentido, la voz lucha con el silencio, y con todo aquello que aún no emerge, pero que, de una u otra manera, ya está ahí, purificándose, luchando por salir. Son varios los poemas en los que encontramos esta dicotomía: palabra-silencio, en los que el lenguaje parece no alcanzar ante el hallazgo de la persona que todavía tiene que formarse, pero quizás uno de los más significativos sea “Lost in traslation”:

Nos quedamos

prisioneros

del lenguaje.

 

Y las palabras

son lentas

mi espejo.

 

Llegan tan tarde

que los labios

ya queman.

 

Sonidos inútiles

vacío en un vacío

más grande,

 

si no logras

confiar

en mis ojos.

Es, por otra parte, una voz que afirmándose, aprendiendo, desaprende, como se lee en “Sin”: “Me ha agotado imaginar / tu rostro sin sol. / Desaprendo: es la ciencia / del amor por el amor”. Pero, dando un paso atrás, hablando de los límites estrictos de la dignidad y la belleza, esta última permea todo El diablo llora. Es el fruto de la lucha, de la lucha entre la palabra y el silencio, de la ciencia del amor por el amor, y es por eso una belleza que se presenta como herida y resplandor. Uno de los muchos poemas en los que claramente podemos apreciar lo dicho es “La tercera luna”:

Con la mejilla sobre una nube,

la luna se ha adormecido.

 

Una gemela suya

resplandece en la ventana.

 

Dos lunas esta noche

fabulosas, sólo para mí.

 

Pero se refleja una tercera,

en una pequeña lágrima.

He aquí la dulzura dolorosa de las cosas bellas. Y es que ese es el problema, son cosas bellas, pero no son la belleza, es decir, tienen un límite. De ahí ese intenso sentimiento de herida.

Ahora bien, Diego Mejía, en su prólogo a El diablo llora, señala la vasta riqueza del poemario, “en el que confluyen diversas preocupaciones sobre la vida versificada, los sueños y las distancias filtradas a través del acto creativo. La brújula principal de El diablo llora está dada por el poder evocativo de ciertas revelaciones, las cuales se articulan en campos isotópicos en torno al amor, el paisaje y el recuerdo”. Por su parte, Amelia González habla de un diálogo entre la Naturaleza y el Hombre, de una obra plagada de erotismo y metáforas cargadas de una sensualidad deslumbrante; nos dice que “en los versos de Sagrado, late ulteriormente la metáfora del Eros humano y la voluptuosidad de la Tierra”.

Ambos prologuistas han sabido, sin duda, internarse en las profundidades de la obra de Paola Sagrado. Los señalados son todos tópicos que están presentes en El diablo llora, entre los que destaca, claramente, el del amor. No obstante, no es solamente Eros en su manifestación pandémica, en la multitudinaria experiencia erótica, de la que, por lo demás, como diría De Petro (Dies irae, Garabatos, 2014), nadie ha escapado: “A todos, un día al menos, el buen Dios los tocó con el arco de Cupido”. Los síntomas físicos y anímicos de este sentimiento-pasión más grande están a flor de piel en todo el poemario; aquí y allá asoman Eros o Cupido, Venus o Afrodita. Para no ir más lejos, he aquí el poema que abre el poemario, “Cono de sombra”:

Mírame, ahora puedes.

Mira mis pechos

empañados por tu respiro.

 

La luna nos busca en vano.

Tiembla la estrella cansada

en su engaste de cobalto.

 

Tiembla como tu mirada,

tiembla como el silencio

caído en este cono de sombra.

Sin embargo, insistimos, no es sólo Eros. En El diablo llora aparece a menudo un Tú que no es, como en el poema del mismo título, un “Alter ego”, en el que uno se puede perder en cavilaciones. Se trata de la manifestación celeste del Amor, de la experiencia sublime, espiritual, que engloba y da un sentido a todo, incluso a lo aparentemente absurdo. Es un Tú, con mayúsculas, que siguiendo la tradición cristiana, y como se ve en algunos de los poemas, toma el rostro de Padre. “El árbol y Dios”, “Oración”, “Mientras tenga corazón”, “Paréntesis”, “El pinar” son sólo algunos de los poemas que ilustran claramente lo antedicho. Aquí el último, “El pinar”:

El viento posa un escalofrío

calmo sobre los charcos,

la luna parece un rasguño

sobre la pizarra del cielo.

 

Con el ánimo lacerado

por estrellas de deseo,

diminuto entre los pinos,

¡heme aquí en Tu catedral!

 

Mira, Padre, este corazón.

¡Ha entendido tan poco!

Sólo que no hay remedio

ninguno, para el polvo.

Para ir concluyendo, traemos también a cuenta el poema “Nadie sabe si es casualidad”, uno de cuyos versos da título al poemario:

Hay cosas que no puedo decirte

sin tocarte.

 

Que la primavera y la muerte

pasean juntas por el bosque

que también el diablo llora

que la mirada de Cristo es verde

que del grito se puede pasar

al susurro.

 

Hay cosas que no puedo decirte

sin ensuciarte.

 

Que repetiré tu nombre

y nadie sabe si es casualidad.

“Casi un haiku” cierra el poemario: “Mi corazón / pozo de deseos. / Pide uno”. Nuestro deseo es que sirvan estas líneas como invitación a la obra de Paola Puzzo Sagrado, El diablo llora. Hay cosas que no puedo decirte sin tocarte, publicado en México, en una edición bilingüe, por I lumi.

 

Por Víctor García Salas

 

Written by La Mascarada

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