LIBRE DE MI PROPIA LIBERTAD
Libre bajo mi propia rama,
con sardinas y sinsontes, mejillones y lombrices,
a pocos metros de distancia.
Sin mandos ni autoridad.
Emancipado y en soledad junto con sombras,
congojas y sonrisas del paisaje
Libre del cielo en algunos horarios.
(tengo gastado ese cielo de mirarlo).
Libre de indicadores a la hora de intemperies.
Libre yo de falta de humedad y lluvia.
Libre, adicional y sinceramente, en el tiempo disponible
para discrepar, exaltar a dúo, estrechar diestras
y excusarme o abrazar en las despedidas
Exento de no disponer de ramas para atar hamacas
y de caudal de agua para mojar los pies.
Libre de no disponer de orilla y duna.
Lejos para gozar resbalón del pie o el viento
entrando como insectos por los ojos.
Soberano o que garantice libertad del sol y
mi propia libertad para ver la luz.
Alejado del peligro mayor de no atisbar barcos
cruzando a la distancia. O de ver no barcos
entrando a Regla y Casablanca.
Alejado del accidente fortuito de relacionarme
a ciertas ataduras de pensamiento que conducen
a una gama atroz de intolerancias.
Libre de techo. De paREDES que cancelan
pájAROS y nubes.
Libre de las 4 paredes, del suelo de hormigón.
Árbitro de mí, aunque cerca de Ella
(con irrefutables y esporádicos acuerdos de reloj,
nada grotesco, riguroso ni absoluto).
Contemplados apenas por ternura sin horarios.
Apenas por los DOS.
Libertad que no obliga a amar
con estrictez ni estridencias ni a la hora
de bostezo y rutinas.
(Aunque a ratos, en los extremos, confieso,
proclamo alegre y libremente,
la he amado, la amo a ELLA más
que a mi propia libertad
SET FAMILIAR
Calle de nadie. Aceras pisadas
por ninguno. Anonimia
de las avenidas al atardecer
y cifras del tercer milenio.
Regreso con fatigas y salario.
Me reconoce la tropa familiar, LUEGO
DEL TANTEO DE LLAVES. Debajo
de la manga tengo un NO TENGO.
Entre otros y nosotros, nosotros y otros, velo de incógnitas, que también llaman llamarada.
Hijos me despeinan, esposa
trae vaso de agua desbocada. Me dedico
a estos árboles. De forma pragmática, no otros árboles ni hijos de cualquiera, ni nadie mismo
en manga de camisa, tendría valor
ni ternura de jugar con mis cabellos.
Pero. No. No renuncio al bosque de allá afuera.
Ni menos calmar sed
de abrazar a todos los NADIE ni a cualquiera, ni renuncio a reclamar un manantial de vasos.
Parece actualidad, CON MISCELÁNEOS RETRATOS
de compatriotas mundiales, pero también resulta set de anteayer,
que fue a su vez set de ayer en tantos parajes radiantes y prevalecientes intimidades familiares.
En el apogeo y glorificación de la gran intimidad, no obstante,
no logro, no puedo, no deseo, NO RENUNCIO
AL BOSQUE DE ALLÁ AFUERA.
BIGOTE LUEGO DEL CAFÉ
Al desalojar arsenal de rencores,
los ojos se purifican de un tirón.
Deambular entre laberintos del paisaje,
despeja odio. Baño de mar desempercude y
descifra poros del entendimiento.
Libro abierto y cama compartida:
miradas que se tornan traslúcidas.
Si se sube a la Sierra, olfato interpreta
y desentraña. Si trepan juntos él y ella,
el verso purifica la escritura. Y dilucida
el sentido de la luz.
Cima misma y no solo sendero
de subir, no solo sendero sino igual
la montaña, implican torbellino
de comprensiones y ascensos. Cercanas
lejanías descorren cortinas, tanto
como rocío friega higiene y la ingenuidad
espiritual.
Al subir montaña la criatura descubre
en nubes perfiles de personas que ama
o que ni siquiera vio nunca
pero ama. Descubre dimensiones
personales del paisaje.
Mirada de poeta, mía incluida, aclara
si limpia sus zapatos.
Si enjabona y raspa las habitaciones.
Si acicala labios y bigote luego del café.
HAMBRE DE GRUPO
Tengo apetito. Preferentemente
desayunaría aljófares recién labrados.
Una tortilla de aerolitos inflamados.
O engulliría aire sin té, espigas
de lágrimas, mermelada de conciencia
con rebanadas de sol untadas.
Tragaría peñascos o de una mordida
los arrecifes del amanecer.
Lamería cascadas y migas con la ilusión
de que trago diminutos panes acuíferos.
Comería corpúsculos de vals,
de algún vals que humedezca
los pies.
Devoraría finuras en el
postre:
flan de amapolas, luciérnagas
al plato,
tupidos aguaceros. Arroz con
leche
si no se quiere casar. O aquellas
natillas jurásicas de abuela.
Pan untado de montaña fresca
y lágrimas fatídicas de cocodrilo.
Es un apetito que crece con la lluvia.
Y aumenta cuando escampa.
Es hambre de libertad.
De libertad mía, personal, mayoritaria.
Hambre recrecida, humana, de hatajo
generacional, multitudinaria.
Para la estampida o para
contenerse. Para pretender cosas
estrictamente indispensables
que sin embargo nunca hemos
tenido. Para correr desbocado,
con la misma prontitud con que antes,
y muy seriamente.
nos detuvimos a pensar la Historia.
Para rumbear a caballo o ir a galope
con las patas de mi cuerpo.