RÍO DE LA MEMORIA
Con el padre íbamos a pescar al río,
eran tiempos lejanos y violentos,
como ya sabrás.
Los peces desaparecían y nadie
era capaz de preguntar por ellos.
Yo prefería bañarme en el río,
que el río me abrace, me atraviese,
entrar en su cuerpo, con la certeza
de que nadie se baña dos veces
en las mismas aguas.
El padre pescaba y luego,
devolvía al río sus peces.
“Cada cosa en su lugar”,
decía el padre,
“lo que viene del agua,
al agua debe ir”.
Con el padre íbamos a pescar al río,
había peces de colores diversos,
como ya sabrás.
Yo tenía siete años y me creía pez,
compartía con ellos
un ritual incomprensible.
Había uno que siempre aparecía
y tenía el color de la esperanza.
Había uno que siempre se mostraba
y de repente desapareció.
Lo buscamos por toda la eternidad,
lo buscamos, lo buscamos
a lo largo y a lo ancho del río.
Nadie quiso decir en dónde estaba.
Nadie pudo explicar
adónde van
los peces cuando mueren.
Y todavía hoy,
que ha pasado el tiempo,
cierro los ojos y recuerdo,
y me sumerjo en las aguas,
otra vez.
Viene hacia mí de nuevo
el pez de la esperanza.
Voy de nuevo hacia él,
como la única verdad posible
EL MONJE
Me mira y sonríe
porque es la primera
y última vez
que nos veremos,
y tal vez nos volvamos
a encontrar
en otra vida,
en otra historia,
donde quizás
yo sea un monje
que repite su fe
y él,
un turista nuevo
en esta tierra de misterio.
Aprendo en silencio
de su actitud,
la humildad del que sabe
mirar el viejo mundo
con los ojos nuevos,
ah, antiguo
amigo y renovado,
te miro a la cara
y me inclino ante vos,
y rezo.
Rezo por todos los atardeceres
que nunca llegaremos
a mirar.
Rezo por nuestras palabras
que hacen el amor,
aunque no se entiendan.
Shanghai, una mañana de verano
MUJER EN EL CAMINO
a Esther Cross
Por el sendero que conduce
del campo a la ciudad,
una mujer lleva en sus brazos
un animal herido.
Camina como puede bajo el sol,
–ella, que nada tiene–,
le viene a pasar esta desgracia
con su única posesión.
El animal se deja llevar,
sabe que la mujer
lo ama como a un hijo.
No escuchará un lamento
ni un ladrido de su boca;
para no molestar,
el perro,
cerrará sus ojos y dejará
que el sueño gane esta vez.
Llega pronto, mujer,
los que te observamos
es lo único que queremos.
Atraviesa con tu luz el verano,
el bosque del silencio,
que el agobiante sol
no consuma tus fuerzas
ni te deje caer en la sombra.
Tu amor puede más
que toda la tristeza,
que toda la injusticia,
que el dolor.
Porque hay algo tuyo
en el corazón
de ese animal herido.
Porque hay algo de ese animal
en tu cuerpo,
que te ayuda a vivir.
Enrique Solinas (Buenos Aires, 1969)
Escritor, docente, traductor, investigador y periodista cultural. Publicó Signos Oscuros (1995), El Gruñido (1997), El Lugar del Principio (1998), Jardín en Movimiento (2003), Noche de San Juan (2008), El gruñido y otros poemas (2011), Corazón Sagrado (2014), Barcas sobre la zarza ardiente (2016), The way time goes and others poems (Antología poética, USA, 2017), Escrito a fuego (Antología poética, USA, 2017), Le grognement et autres poèmes (Antologia poética, París, 2018) y 时光就这样流逝 (Antologia poética, Shanghai, 2017). Ha obtenido numerosas distinciones y becas, entre las que destacan el 1er. Premio Nacional Iniciación Bienio 1992/1993, de la Secretaría de Cultura de la Nación y la Beca de Residencia Shanghai Writing Program 2014, otorgada por el Gobierno de China a través de Shanghai Writing Association.