José Emilio Pacheco fue un atento lector de su propia obra. La idea de que la escritura es un proceso inacabado y continuo lo llevó a la reescritura constante, especialmente de su poesía. En la nota preliminar a la primera edición de Tarde o temprano (1980), antología que reúne los poemas escritos entre 1958 y 1978, Pacheco apunta que “escribir es el proceso de nunca acabar y la tarea de Sísifo […] Reescribir es negarse a capitular ante la avasalladora imperfección”. Allí mismo dejó claro que la corrección incesante de su obra era parte de su quehacer como escritor: “No acepto la idea de ‘texto definitivo’. Mientras viva seguiré corrigiéndome”.
Borges, autor al que Pacheco leyó y releyó, es un gran referente de la reescritura en las letras en español. En la poética borgeana se encuentran dos vertientes de este procedimiento, que si se examinan de cerca pueden considerarse como una sola: la intertextualidad como reescritura y la reescritura en sí, reflejada en las distintas versiones que existen de sus textos.
La literatura de Borges se alimenta de una infinidad de textos que pueden aparecer más o menos explícitos: un ejemplo paradigmático y multicitado lo constituye su relato “Pierre Menard, autor del Quijote” (1941), en donde la intertextualidad se hace manifiesta desde el título: la alusión al conocidísimo libro de Cervantes activa inmediatamente en el lector una serie de expectativas, condicionadas además por la sugerente aseveración que contiene el aparato titular.
El relato, que cuenta por medio de una narración en tercera persona el destino de Pierre Menard y de su obra como poeta simbolista, recurre a la intertextualidad tanto en tema como en técnica. El narrador explica el proceso de apropiación y de reescritura del Quijote llevado a cabo por Menard, sus propósitos y ajustes, a la vez que el texto mismo hace uso de recursos formales como las citas y las referencias a obras y a autores (reales o no). El procedimiento de la intertextualidad funciona como reescritura en el sentido de apropiación de un texto ya existente para incluirlo —ya reescrito, no puede ser el mismo— en otro.
Ahora bien, así como Borges, Pacheco también reescribió textos que ya había publicado para volver a publicarlos. En su narrativa, destaca el caso de su primera novela, Morirás lejos, publicada en 1967 por Joaquín Mortiz. Diez años más tarde, la misma editorial vio nacer una segunda versión de ese mismo texto, que apareció posteriormente cuatro veces más: en 1980 (Montesinos), en 1985 (Origen-Planeta / Artemisa), en 1986 (Joaquín Mortiz / Secretaría de Educación Pública) y en 2016 (El Colegio Nacional / Era).
Dos años antes de que saliera a la luz por primera vez, en el encuentro de escritores mexicanos en Bellas Artes coordinado por Antonio Acevedo Escobedo y cuyos testimonios fueron recogidos en los dos tomos de Los narradores ante el público (1966), Pacheco presentó una conferencia autobiográfica en la que, entre muchas otras cosas, reconoció la influencia de Borges: “Mi devoción respecto a Borges fue tan fervorosa como torpe. Cometí la ingenuidad de querer imitarlo”.
Morirás lejos expone claramente varios elementos, más de forma que de fondo, expuestos en “El jardín de senderos que se bifurcan” (1941): la intertextualidad, el tono policiaco, el modelo de caja china (una historia dentro de otra), las diferentes posibilidades y desenlaces simultáneos para desarrollar la idea del tiempo que se bifurca infinitamente y que contiene todas las variantes posibles (en el texto de Borges, esas características corresponden a las del libro que escribe Ts’ui Pên), el esquema de persecución e inquisición que ha señalado Margo Glantz en ambas obras, y la existencia de la dualidad intercambiable perseguido-perseguidor. Este último rasgo, se vincula con la postura ideológica de cada texto: si bien ambos hablan del nazismo, en uno, la captura del traidor significa su triunfo, mientras que en el otro, más bien su declive.
La estructura de Morirás lejos deriva en dos historias aparentemente paralelas que van acercándose hasta confundirse: la primera es ficcional, está basada en hipótesis que tratan de descubrir la identidad, las intenciones y los desenlaces de los dos únicos personajes, eme y Alguien; la segunda es histórica, está compuesta de diversos “recortes” (testimonios basados en testimonios reales) que pretenden mostrar una panorama completo de la diáspora judía. La intertextualidad permea prácticamente la obra en su totalidad, basta considerar que el título mismo está tomado de otro texto anterior cuya autoría se revela en el epígrafe: “Morirás lejos” es el título de un apartado del capítulo “De la muerte”, perteneciente al libro De los remedios de cualquier fortuna. Desdichas que consuela Lucio Aneo Séneca (1638), escrito por Séneca y traducido y glosado por Francisco de Quevedo.
El cotejo de las dos versiones de Morirás lejos arroja cambios que pueden clasificarse en editoriales y gramaticales. Los primeros, menos reveladores de sentido, tienen que ver en su mayoría con la alteración de la disposición de los párrafos; los gramaticales, los más evidentes, pueden reflejarse en los signos de puntuación y en los niveles léxico y sintáctico.
Todas las modificaciones, que son numerosísimas y de ninguna manera sistemáticas, apuntan indiscutiblemente a una simplificación y depuración del texto, pues Pacheco elimina todo aquello que le parece accesorio y prescindible: las oraciones se vuelven más concisas, el lenguaje más perfeccionado y neutro y el ritmo menos fluido porque además hay una pérdida considerable de nexos. Hay una evolución del escritor joven al escritor maduro traducido en un refinamiento del estilo y del lenguaje, así como una intención más allá de la estilística, pues el autor pretende oscurecer y hermetizar más el texto, aun cuando ese efecto ya estaba concebido y logrado en la primera versión.
De ahí, que la versión de 1967 parezca más bien el borrador de la que publicó diez años después, un borrador con párrafos todavía por resolver y con decisiones todavía por tomar, de acuerdo con las reflexiones que hace Pacheco en la nota ya mencionada a Tarde o temprano: “Si uno tiene la mínima responsabilidad ante su trabajo y el posible lector de su trabajo, considerará sus textos publicados o no como borradores en marcha hacia un paradigma inalcanzable”. En ese sentido, la segunda versión, que por ser la última podría definirse como la definitiva, es también otro borrador de lo que quizá Pacheco hubiera vuelto a reescribir: cuando el narrador de “Pierre Menard…” se refiere al Quijote del francés como el “final” insinúa justamente esa imposibilidad de lo definitivo.
En la novela de Pacheco son evidentes las dos maneras en las que Borges ejerció magistralmente la reescritura: la comunicación constante de sus textos con otros y la reescritura como relectura-corrección de su propia obra: la reescritura, entonces, llevada a cabo por el escritor que se convierte en incasable lector de la literatura y de su literatura.